La Virgen de las Lágrimas, prolongación de un milagro

Eduardo Muñoz Martínez.– Nos hemos de ubicar, haciendo un ejercicio de traslación, en la «postcontienda» de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), en el marco de una Italia que se recuperaba, poco a poco, de las consecuencias de los graves efectos económicos sufridos durante estos años. Más exactamente en Sicilia, la isla más grande del Mediterráneo, cuya rica historia se refleja en el Valle de los Templos, en los mosaicos de la Capilla Palatina…, y concretamente en Siracusa, en la costa jónica siciliana, y situarnos en el mes de marzo de 1953.

Una vez en esta localización, sin necesidad de «GPS» ni similares, hemos de suponernos en uno de los barrios obreros más humildes de la ciudad, donde vive el matrimonio formado por Ángelo Ianusso y Antonina Giustto, que posteriormente tuvieron un hijo y que, entre los regalos de boda recibieron una imagen de escayola policromada del Inmaculado Corazón de María. Aquí arranca nuestro tema central: «La Virgen de las Lágrimas, prolongación de un milagro».

Dejando al margen ciertas «superfluidades», – más por razones de espacio que por falta de interés -, hemos de emplazarnos en el 29 de agosto de aquel 1953, cuando sorprenden a Antonina, que se encontraba en la cama, unas gotas de agua provenientes del rostro de la imagen mariana, antes referenciada, situada sobre la cabecera.

Perplejidad, estupor, sorpresa…, se avisa de lo ocurrido a un tal Padre Bruno, al Comisario de la localidad, comienzan milagrosas curaciones, empiezan a surgir peregrinaciones al hogar matrimonial…, llegando el momento de la intervención de las autoridades eclesiásticas que, a propuesta del Arzobispo, monseñor Ettore Barancini, una vez realizados los análisis químicos que certificaron que se trataba de lágrimas de análoga conformación a las humanas y la constatación de la fabricación de la imagen, reconocieron la lacrimacion milagrosa, siendo desde entonces venerada la Virgen, como de «Las Lágrimas».

Pío XII, Eugenio María Giuseppe Giovanni Pacelli, aprobó su culto en 1954, el 17 de octubre, en la Plaza de Eurípides del lugar, y en 1966 comienza la construcción de un santuario que se concluye en 1986, durante el papado de San Juan Pablo II.

La última parte de este trabajo bien podría titularse «La Virgen de las Lágrimas en Ciudad Real». Hemos de volver a 1953, porque es entonces, una vez que se conoce el hecho, cuando el ya referido y pormenorizadamente conocido, Padre Castro, peregrina, en el mes de octubre, – curiosamente «el mes del Rosario»-, a Siracusa. Comprueba el fervor procesado a la imagen, celebra en su altar, es nombrado para España representante de la propagación de su devoción… Regresa a Ciudad Real, y de acuerdo con su compromiso, en diciembre de este año comienzan las obras del Retablo-Altar, que se colocó en la Calle de Calatrava, – en la misma acera donde estuvo la «Editorial Calatrava», en una plazuela, – cómo podemos comprobar -, frente al Colegio de San José, justo al lado de la Casa Parroquial, hoy desaparecida, logrando que fuese la nuestra, la primera ciudad de España donde se comenzó a venerar a la Santísima Virgen con tan hermosa advocación. El 10 de enero de 1954 llegaba la imagen, regalada por el Señor Arzobispo.

Inauguración oficial del retablo. La fecha elegida fue el domingo, 16 de mayo, -el mes de las flores -, y la jornada comenzó, parece ser, con una Eucaristía a las 12 del mediodía, en la Parroquia de Santiago, no podía ser de otra manera, que presidió el Padre Castro, aunque asiste el Obispo, don Emeterio, autoridades y gran cantidad de fieles y el cuadro de la Virgen colocado en el Altar Mayor. Terminando la celebración con la lectura de la Bendición otorgada por el Papa a parroquianos y devotos. Sólo fue el aperitivo de una solemnisima tarde.

Cuentan las crónicas de la época redactadas, a buen seguro, por hombres de la talla y el nombre de Antón de Villarreal, Miguel García de Mora, Cecilio López Pastor, Dulce Néstor Ramírez Morales (aquel «niño que olía a mosto»)…, que a las 18:30 comenzó una «Misa de Campaña» en la Plaza Mayor a la que asistieron, de acuerdo con los anales, unas 15.000 personas, en la que, además de la Virgen, ocuparon lugares destacados, aparte del prelado, que presidió la Eucaristía, y sacerdotes
concelebrantes, enfermos, autoridades, niños y niñas de Comunión… Al evento, que retransmitió Radio Nacional de España, asistieron, también, vecinos de varios pueblos de la provincia y de otros puntos de la nación.

Al término de ésta, la imagen procesionó, portada por el Obispo Prior, bajo palio, con el acompañamiento de la comitiva, hasta la plaza anteriormente reseñada, siendo depositada en su lugar por el Padre Castro. Después, con el Santísimo Sacramento de la capilla del también precitado Colegio de San José, regido por las Religiosas Hijas de la Caridad, de San Vicente de Paúl, fueron bendecidos, – aparte del retablo, obviamente -, todos los asistentes.

Por último, mencionar que fueron muchísimos los donativos entregados ese día, siendo repartidos, a partes iguales, entre el santuario mariano que se estaba edificando en Italia, él nuevo Seminario de nuestra Diócesis, y las Hermanas de la Cruz.

Gracias, Padre Castro, por su vida, por su obra…, por ser artífice de una vocación que se mantiene, aunque a veces profanada y sin el fervor (porque las personas muchas veces, y para muchas cosas, tenemos arranque de caballo desbocado y parada de burro viejo), de cuando se celebraban actos litúrgicos en su altar, especialmente durante el verano.

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