¿Quién fue el padre Castro?

Eduardo Muñoz Martínez.– Antes de entrar de lleno en el tema, lo cual me será factible gracias al «alma mater» de la publicación digital «El Sayón», el buen amigo Emilio Martín Aguirre, y a Francisco Blanco Mena, que hace once años publicaba en este mismo medio un amplio artículo, aunque conteniendo errores de «notable peso», quiero hacer, con el permiso de los posibles lectores, una reflexión que me gustaría compartir.

Desde que el mundo es mundo, pasando por los tiempos en los que se forja nuestra historia más reciente, y hasta en el momento actual, ha habido personas que han vivido un presente, que han dejado un pasado y que, a duras penas, – o tal vez ni eso -, han pasado al futuro, y me explico.Si ahora tomase un cuaderno y un bolígrafo, y otra opción, y saliese a la calle a preguntar a los jóvenes, y a otros, y otras, que no lo son tanto, por el Padre Castro, para ir aterrizando, me atrevo a vaticinar que muchos, y muchas, no llegarían más allá de conocer anécdotas cómo la protagonizada por mi paisano «Farruco», o la de los famosos algodones pasados por el rostro de la Virgen de Siracusa, conocida cómo de «Las Lágrimas». Por eso la pregunta. Quién fue el Padre Castro?

Javier María de Castro Díaz nace en Mérida, provincia de Badajoz, en 1898, – hijo de un ferroviario ciudadrealeño que por entonces estaba destinado en aquella población extremeña -, viniendo, siendo niño, a Ciudad Real, ingresando en el por entonces llamado «Seminario Conciliar».

Una vez ordenado sacerdote, presumiblemente hacia 1913 y posiblemente, aunque no hay datos, o yo no los he encontrado, por don Remigio Gandasegui Gorrochategui, o don Javier Irastorza Loinaz, por aquellas calendas obispos quinto y sexto de esta prelatura. Javier, tras desarrollar su ministerio durante unos años por estos lares, marcha cómo misionero a Puerto Rico, primero, y luego a Argentina, regresando, en las postrimerías de los años cuarenta, tras haber visitado, en misión sacerdotal, Italia, Holanda, Bélgica, Portugal, Norteamérica…, y varias naciones sudamericanas.

Es ahora cuando el por entonces Obispo Prior, don Emeterio Echevarría, le nombra Párroco de Santiago, no solamente la parroquia más pobre, – en aquel momento -, sino también la más dañada durante la Guerra civil Española. No fue, sin lugar a dudas, un camino de rosas la vida sacerdotal de Javier María de Castro.

Tomar posesión, aquel domingo, 25 de junio de 1950, y ponerse a trabajar, todo fue uno. Apostó, desde el principio, por los más necesitados, y además de la restauración total del templo, de su acondicionamiento, de su remodelación, ornamentación…, en su brillante «hoja de servicio» aparecen las cenas de Navidad, con los vecinos; «las comidas del mazapán»; la llegada de las Hermanas de la Cruz, en 1954; la venida de las Siervas de los pobres, que se encargan de la guardería levantada sobre lo que fue antiguo cementerio parroquial, en 1963, o la Ciudad de Matrimonios Ancianos.

Además, fue un enamorado de la religiosidad popular: recuperó la Novena de Ánimas, los cultos para la solemnidad del Corpus, las fiestas del Apóstol Santiago,… El entonces obispo de la diócesis, Juan Hervás, lo destituyó de su cargo en 1963, poniendo cómo motivos, – no lo comprendo -, sus ideas sobre las cualidades que debe tener un sacerdote, y la forma de ejercer el sacerdocio. Es ahora cuando decide viajar a la India en compañía del obispo californiano de Fresno.

Pasados unos años retorna a nuestra ciudad, donde fallece en 1970, el once de febrero, a los 72 años de edad. A sus honras fúnebres, en la parroquia «perchelera», asistieron, además de numerosos fieles, una representación del clero diocesano secular y regular, el Cabildo Catedral, el prelado, que presidió la Misa y numerosas personalidades civiles. Sus restos descansan en el cementerio de la capital.

No. No se me ha olvidado, pero he querido dejarlo para el final, porque será el principio, – el tema – de un nuevo articulo. En 1953, el Padre Castro es testigo presencial de la lacrimacion de la Virgen de Siracusa, en Italia, y trae a España, a Ciudad Real, la devoción a la «Virgen de las Lágrimas», erigiéndose un altar, – que perdura -, en la Calle de Calatrava al que, entre otras personalidades de la época, acudió la esposa de Francisco Franco, doña Carmen Polo.

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