Ramón Castro Pérez.-Las hormigas tienen el colesterol alto. Esta es la principal explicación a los numerosos casos de ictus cerebral que asolan miles de hormigueros en la zona. En un primer momento, se sospechó que, tal vez, las hormigas se habían vuelto perezosas y que, en lugar de trabajar intensamente en la época cálida, prefirieron esperar a que el maná les lloviera del cielo. Tal comportamiento no encajaba con su naturaleza, así que, a pesar de ser este el razonamiento más difundido en los medios, hubo quien no terminó de creérselo.
Un equipo de investigación, concretamente el adscrito al departamento de bioquímica de la Universidad de Senns, se trasladó a la provincia de Ciudad Real para estudiar, in situ, la ausencia de estos insectos. A priori, los hormigueros parecían estar desiertos. Sin embargo, aplicando técnicas de barrido electromagnético, encontraron, en su interior, grandes bolsas hospitalarias donde sus miembros, aquejados de una dolencia, aún sin determinar, parecían recuperarse.
La pista definitiva que los condujo a establecer que, lejos de un cambio de paradigma evolutivo, estas se hallaban en pleno conflicto con la pandemia del ictus, fue encontrar habitáculos, distintos a los almacenes de comida habituales, en los cuales se amontonaban kilos de revuelto en los que abundaban elementos de alto contenido graso. Las pocas obreras sanas que quedaban, extraordinariamente fuertes, apilaban kikos, estrellitas, cacahuetes y otros combinados de la industria alimentaria, lejos de sus convalecientes compañeras. Detrás de este hallazgo, se encontraba la experiencia y la selección natural. Justamente los individuos que no habían recolectado un veneno, del cual era imposible evitar picar, se hallaban en su plenitud física.
La cuestión crucial, probada ya la hipótesis de estos científicos, es cómo llegaron a identificar las hormigas el mal sobrevenido, cuando, año tras año, llenaban sus almacenes con este tipo de productos. La manera en la que razonaron que, esta temporada, algo había cambiado, sigue sin descubrirse, aunque la alarma ya se ha disparado. Las hormigas han sido las primeras. Su instinto de supervivencia, unido a una extraordinaria convicción del poder como sociedad, las ha salvado de momento.
Sin embargo, lo que ocurra con nuestra especie está, todavía, por determinar. Ni somos hormigas, ni trabajamos por amor a la sociedad, ni seremos capaces de establecer controles sanitarios sobre el contenido de las bolsas de revuelto, el cual, combinado con cerveza, interacciona de manera, aún desconocida, con nuestras células, incluidas las cerebrales.