Cañón del Chicamocha

El nombre de Chicamocha tiene un significado poético:
esta palabra, en la lengua Guane, se traduce como “hilo de plata
en noche de luna llena en la cordillera”.

En Colombia, como en otros países hispanoamericanos, las distancias se miden, no por el espacio, sino por el tiempo necesario empleado en hacer ese itinerario. Entre Bogotá y Bucaramanga, cuyo trayecto es de menos de 400 kilómetros, el tiempo de viaje empleado es de más de ocho horas en automóvil, por lo que, para hacer ese recorrido, se suele utilizar el avión. Y la orografía dificulta, cuando no impide, el desarrollo de las infraestructuras para el transporte de superficie, de vías y carreteras. Por eso, nuestro viaje, en el año 2013, fue aéreo.

Esta ciudad, capital del Departamento de Santander, es una de las cinco más pobladas de este país andino. Se encuentra en la parte nororiental del país, próxima a la populosa ciudad de Cúcuta y muy cerca de la frontera con Venezuela. Su paisaje es sorprendente. Con aquellas montañas y su exuberante vegetación, proporciona al viajero unas excelentes vistas. Las abundantes lluvias, —que se producen en esta zona—, pudo ser el motivo por el que la llamaron de esa forma. Las similitudes con la capital cántabra española, son evidentes.    

Chicamocha es una expresión de la tribu de indígenas más numerosa en el periodo precolombino, la Guane. Proporciona su nombre al río que fluye en el fondo del gran valle. Hicimos el recorrido por estas valiosas tierras, guiados por un cicerone nacido allí. Un receso en un bar de carretera nos permitió tomar una excelente arepa de queso y nos obsequiamos con unas hormigas culonas. Estas son una chuchería muy sabrosa de esta tierra. Las recogen, las meten en agua y sal y luego las fríen o tuestan y las embolsan como si fueran pipas.

En esta región, hay un accidente geográfico, el Cañón del Chicamocha, —considerado el segundo más grande del mundo, solo superado por el del Colorado, en los Estados Unidos—, que hay que sortear para transitar por estos parajes. Tiene 108.000 hectáreas, 227 km de largo y 2.000 metros de profundidad. En su origen era un enorme lago que permitió la formación de cavernas y donde hubo especies marinas, como delatan sus restos arqueológicos.

Para hacer más corto el viaje, utilizamos un teleférico que nos llevó de una parte de aquel inmenso valle a la otra, que tiene un recorrido de más de seis kilómetros. Las vistas del cañón son espectaculares. El viento que soplaba ese día y la velocidad de aquel artilugio mecánico, además de la elevada altura en la que rodaba, nos hicieron tener una sensación de vértigo muy emocionante. De pura adrenalina.

En la parada del teleférico, mientras esperábamos, nos encontramos con un guía local. Su atuendo delataba a un colombiano auténtico, con su típico poncho y su sombrero blanco. Era un señor sereno que hablaba muy bien nuestro idioma. Él había sido profesor, pero ya estaba jubilado. Nos preguntó por nuestro origen, aunque él dedujo que procedíamos de España. Le dijimos que éramos leonés y manchego, de El Toboso, le dije yo. Él nos habló de la madre patria y de nuestra cultura común. Y, entre otros intelectuales, nos citó a Eugenio d’Ors.

Al bajarnos del teleférico, nos encontramos la carretera cortada por el paso de una carrera ciclista. Ello nos obligó a recorrer a pie durante más de dos horas aquel excepcional rincón. En el camino, cuál si fuera el de Santiago, encontramos a un argentino que parecía un peregrino, que tenía mal aspecto y que nos contó la historia de su vida. Vivía en Colombia desde hacía muchos años. Y allí se quedó cuando conoció a la que fue su mujer durante décadas. Ahora lloraba su ausencia. Luego nos mostró emocionado una foto, en blanco y negro, de la que fue su musa.  

Entre otras visitas interesantes, conocimos una ciudad turística bien conservada y muy bonita. Se trata de Girón, una villa de estilo colonial, de calles y plazas empedradas, que nos recordaba las construcciones españolas con sus iglesias, calles, casas y plazas. Es una ciudad próxima a la capital del Departamento, Bucaramanga, de cuya área metropolitana forma parte. Llama la atención el gentilicio que utilizan en esta región: santandereanos, expresión desconocida para nosotros, pero a la que nos fuimos acostumbrando.  

Aquel día nos habíamos alojado en San Gil, o mejor dicho, en una urbanización turística de esta ciudad, que, alejada del casco urbano, parecía una isla en medio de la naturaleza, aunque su construcción parecía sintonizar con las casas típicas de allí y con su entorno natural. En toda esta región hay que destacar, —además de la vistosidad de sus montañas y paisajes—, la hospitalidad de sus gentes. Y si algo llama la atención a los visitantes de estas tierras, es que, como en gran parte de todo el país, se habla un buen español.

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