Reflexiones para una víspera electoral

Reconozco que me resulta muy difícil tomar una decisión. Veo por televisión los anuncios de las distintas opciones y en el fondo todas me resultan muy parecidas, porque vienen a decir lo mismo. La imagen de cada una de las ofertas, los slogans, las distintas campañas de “marketing”, todo está muy cuidado, todo muy bonito. Parece que hubieran salido de la misma fábrica, aunque también se nota que el público hacia el que se dirigen es bastante diverso: mucha gente joven, promesa de futuro, solvente, y que salgan pocos ancianos. Hombres y mujeres, por supuesto. Además, en tan poco tiempo es casi imposible que aporten alguna información de peso que me ayude a fundamentar mi elección. Solo con esto no logro despejar la incertidumbre. Y sin embargo, me preocupa en cómo va a afectar a mi vida diaria, a mi economía, y a mi futuro. Lo que sí tengo muy claro que voy a descartar algunas marcas. Seguramente me decida por un híbrido. Yo creo que va a ser un Toyota, sí. Mi coche ya tiene demasiados kilómetros y empieza a hacer unos ruiditos extraños.

Sí, obviamente es una broma. El título del artículo induce a creer que, en todo cuanto decía, me estaba refiriendo a los partidos políticos. Se vende una opción política igual que se vende un coche, parece que se dice algo evitando concretar en cuestiones fundamentales. Lamentablemente los mensajes políticos que se dirigen a las masas, más que sencillos, son para un nivel de inteligencia mínimo común ¿es problema de quienes diseñan los mensajes de campaña? No, es el condicionante de las masas y, no nos engañemos, de esconder nuestra propia falta de interés en el seno de las masas. No digo que haya que leerse los programas de los partidos. De hecho, el PP hace tiempo que renunció a dar valor a estos programas, como hizo Isabel Ayuso en 2021 para las elecciones anticipadas en la comunidad de Madrid (con un programa que solo tenía una palabra: Libertad), o en las elecciones al parlamento autonómico de nuestra región en 2015, que -como en estas europeas- las presentó durante la última semana de campaña. Los programas son simplemente una declaración de máximos, una idea de compromiso que luego habrá que transaccionar con otras fuerzas, y que tal vez ni siquiera se cumplan (ya sea por voluntad propia o no). Pero sí parece necesario, y prioritario, que expliquen correctamente por qué nos quieren representar en el parlamento. Eso sí que ya interpela a la inteligencia de cada una de las conciencias.

Sobre todo se interpela a las emociones, porque éstas movilizan mucho más que la inteligencia. El sentido común nos dice que, para elegir adecuadamente, la racionalidad propositiva debería tener mayor peso específico en el discurso de los partidos que el desincentivo emocional para no votar al adversario. Todos van a tratar de desacreditar al adversario, evidentemente, pero no todos los mensajes son igualmente reprochables, porque los mensajes agresivos y degradantes terminan por dificultar la convivencia. Los mensajes políticos son ejemplares, por definición. Por eso, en este caso es exigible un mínimo de civismo y respeto, lo cual está ausente con demasiada frecuencia. No obstante, quienes los profieren, saben que los insultos tienen recompensa. El sensacionalismo es el alimento favorito de los populismos. Su mensaje es así de simplón: votar contra las élites que se apartan del pueblo llano, dirigen nuestras vidas y están corruptas; información cuya solvencia se basa en que llega por canales de información no manipulados por las élites.  

En el trasfondo de estas elecciones hay dos cuestiones de fondo que los partidos de derechas tratan de primar. Lo primero, de ámbito puramente local, no europeo: es evidente que, el hecho de que en las elecciones generales faltase relativamente poco para que la coalición PP/Vox relevara al gobierno de Pedro Sánchez, ha propiciado una actitud permanente con alta agresividad verbal, con la idea de terminar provocando unas nuevas elecciones, donde el electorado que apoyaba a los partidos y socios de coalición se desmotive, y su propio electorado se active. Lo segundo, que se relaciona de algún modo con lo anterior, es que la baja participación siempre favorece a los partidos que mantengan su cuota de adhesión, especialmente a los minoritarios, porque la circunscripción única del territorio nacional provoca un resultado muy distinto de las elecciones generales (en donde las opciones regionales obtienen una representación muy notoria en el Congreso). Así sucedió con la baja participación en las elecciones al parlamento andaluz en 2018, donde el partido más votado no gobernó, por la considerable pérdida de votos del PSOE, y donde Vox irrumpe con fuerza por primera vez en un parlamento autonómico. Esto sí es muy relevante a nivel europeo. En resumidas cuentas, se trata de aprovechar la coyuntura para seguir desgastando al presidente del Gobierno de España, y además homogeneizar los mensajes para que los indecisos (los convencidos no cambian) terminen por votar a la marca que más confianza les dé. Y Vox no es quien dirige su mensaje al centro, precisamente.

En la agenda se han impuesto algunas cuestiones importantes, como la PAC, la Agenda 2030 (con relación al cambio climático), las políticas migratorias, el modelo de UE de soberanía compartida, las relaciones con Rusia e Israel… Pero en el afán de los partidos de Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal por desprestigiar a Pedro Sánchez, todo esto está en un tercer plano, porque el primero lo ocupa el procedimiento judicial contra su esposa, por cuestiones de ínfima relevancia. El segundo plano lo ocupa la ley de amnistía, aprobada por las Cortes, a la espera de su publicación en el BOE, su aplicación en los juzgados y la presentación y resolución de distintos recursos. Una ley que, hay que recordar, el PP quiso invalidar a través de la acción de organismos de la UE, cuyo informe estableció las condiciones de respeto a la normativa europea con las que podría cumplir con la legalidad internacional, y que Vox quiso impedir por medios no legales. Asuntos domésticos y puntuales donde la Comisión o el Parlamento europeo tienen ya poco que decir.

A estas alturas, todo el mundo ha asumido, de un modo u otro, que la “máquina del fango” impera en nuestro país. Y a buen seguro que en el futuro recordaremos estas elecciones por la denuncia de una organización ultraderechista contra la mujer del Presidente del Gobierno que, contraviniendo la jurisprudencia sobre la admisión de denuncias basadas en bulos, sin informe favorable de la Fiscalía, ni corroboración de la UCO, y otras cuestiones procedimentales que los especialistas valoran como poco habituales, fue admitida a trámite por un juez (padre de una concejala del PP en el Ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón) que a pocos días de las elecciones puso fecha para su declaración como imputada. Y también por la resolución de un recurso contra la Junta Electoral Provincial por parte del Tribunal Superior de Justicia de Madrid (con una ponencia a cargo de una jueza que fue alto cargo en gobiernos de M. Rajoy y Esperanza Aguirre) que autoriza los días 8 y 9 de junio (días de jornada de reflexión y de votación respectivamente) a rezar un Rosario por España y en defensa de la fe católica en todo el mundo junto a la sede del PSOE en Madrid.

 En cualquier caso, es bastante improbable que el resultado de las elecciones provoque la caída del presidente Sánchez, como augura la oposición, porque no tienen nada que ver el Gobierno de España (elegido por mayoría parlamentaria en el Congreso español) con unas elecciones con circunscripción única y con baja participación.

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