El dilema de Felipe González: cambiar o no cambiar

En aquel momento, después de 14 años como presidente del Gobierno, y al referirse a los expresidentes del Gobierno como «jarrones chinos en apartamentos pequeños: se supone que tienen valor y nadie se atreve a tirarlos a la basura, pero en realidad estorban en todas partes», Felipe González, “Felipe”, debía pensar en sí mismo y en la nueva vida que iniciaba, muy apartada de la primera línea política al renunciar a cualquier cargo orgánico en “su” partido. Ciertamente, algunos expresidentes (como Suárez, Calvo Sotelo, o -en menor medida- M. Rajoy) dejaron de tener presencia en la vida pública cuando abandonaron la política. Por el contrario, la implicación de Zapatero con el actual líder del PSOE, y la inquietante similitud estratégica entre el PP y los discursos de Aznar, les otorga a ambos un papel más o menos influyente en el actual panorama político nacional. A diferencia de todos ellos, el caso de Felipe es bastante singular: ha pasado de ser expresidente a ser leyenda, tan viva como incómoda, contradictoria en su aparente afán de apartarse de todo y de pretender a la vez agitar las conciencias de quienes se alejan de la ortodoxia de sus ideas. Es demasiado inteligente como para conformarse con ser un mero jarrón chino. Por eso, como se suele decir, no da puntada sin hilo, a sabiendas del eco que siempre van a tener sus palabras, perfectamente medidas en tiempo y forma. Como diría Javier Krahe, en aquella canción que le dedicó tras su cambio de posición con relación a la permanencia de España en la OTAN: “hombre blanco hablar con lengua de serpiente”. Quien tuvo, retuvo.

Sería necesario remontarse a los años 70. La dura máquina represora del Estado fue incapaz de contener el crecimiento pujante de la contestación social al ideario del régimen de Franco, y mucho más desde la llegada de Adolfo Suárez a la Presidencia del Gobierno. Sin esa pujanza, no se puede entender el acontecimiento de la Transición. Es harto conocido que las élites políticas nacionales e internacionales, para contrarrestar a la principal organización opositora al régimen hasta 1977 (un PCE que aspiraba a alcanzar una representación parlamentaria similar a la de su homólogo eurocomunista italiano), apostaron por el relevo generacional en el PSOE y por canalizar así la creciente exigencia de cambio social sobre un partido de izquierda, de verbo radical y firme partidario de la República, a la vez dulce en sus maneras, sin rescoldo estalinista alguno, ni elogio a la lucha armada. El XXVII Congreso del PSOE en 1976, presidido por Felipe, fue autorizado para que ocurriera en Madrid, bajo el lema “Socialismo es libertad”. Allí dijo que la ruptura (ojo: la ruptura) se daría «como una combinación de factores entremezclados de presión y negociación». Algún analista político decía que, detrás de la buena relación de Carrillo y Suárez, líderes del PCE y la UCD, además de un buen entendimiento personal, había un deseo de contrarrestar justamente ese potencial del PSOE -pinza que reeditarían años después Anguita y Aznar. En ese tiempo, se sabía lo que no se quería, pero no estaba tan claro lo que sí se quería: si Franco era antimarxista, estar contra Franco implicaba ser marxista; así de simple. Por consiguiente, la izquierda era marxista, aunque a buen seguro más por tradición y vocación que por conocimiento. Así pues, no ha de extrañar aquella otra reflexión que proclamaría Felipe González en 1979, en el XXVIII Congreso, tan breve como inconcreta, en su órdago más importante frente a la oposición interna en su partido: «hay que ser socialistas antes que marxistas». Todo un anuncio de lo que ocurriría tiempo después.

La Transición abrió la oportunidad de formular propuestas que contribuyeran a la imprescindible modernización del país. En general, podría decirse que todo, o casi todo, estaba por hacer. Algunas de estas iniciativas (como la primera Reforma Fiscal o la Ley de Divorcio) fueron anteriores a la llegada del PSOE al Gobierno. Pero el ansiado momento de la llegada al poder se produjo en octubre de 1982. Es imposible comprimir en un espacio tan limitado como éste cuál fue el legado de Felipe González, tan amplio como controvertido:

Apostó por el Estado de las autonomías, a la vez que iba repartiendo competencias desigualmente y con cuentagotas. Desmanteló buena parte de las líneas de ferrocarril convencional, y con ello la vertebración del territorio nacional, en favor de líneas de AVE para el transporte de viajeros con destino a la capital de España, y creando a su vez una red de autovías. Con Carlos Solchaga como Ministro de Industria, se inició el desmantelamiento del potencial industrial español mediante la célebre Reconversión Industrial (especialmente en las industrias textil, siderometalurgia y naval) transformando el modelo productivo español hacia la hostelería y el sector servicios, haciendo valer su frase: «la mejor política industrial es la que no existe» (o como diría Unamuno, «que inventen ellos»). Ya como Ministro de Hacienda de un país comunitario (entre 1985 y 1993) afirmó que «España es el país donde es más fácil enriquecerse en menos tiempo», marcando un viraje neoliberal en la política económica del gobierno socialista. Tras la entrada en la CEE, el precio de la vivienda creció un 107% entre julio de 1986 y julio de 1988, produciéndose la primera burbuja inmobiliaria en democracia. En su primera legislatura creó el subsidio agrario, y aunque con la entrada en la UE llegaron los fondos de cohesión, esta entrada también tuvo un impacto negativo en el sector agropecuario. En 1988, el sindicato hermano, la UGT, en colaboración con CCOO, le montó una exitosa Huelga General por las discrepancias en las políticas de empleo de la reforma laboral (habrían de seguir otras más en 1992 y 1994). En Educación, renunciaron a que los poderes públicos fueran el principal responsable de la enseñanza (en consonancia con el ideario republicano y tal como se recoge en muchas constituciones europeas), subvencionaron los centros concertados, y llegó la principal reforma del sistema educativo, la LOGSE, donde la edad de escolarización obligatoria pasaba de los 14 a los 16 años. Pasó de apoyar las reivindicaciones del Frente Polisario, a afirmar que la propuesta marroquí de autonomía para el Sáhara Occidental es «la solución más seria y realista que se ha presentado en más de cuarenta años de conflicto». Por no hablar de su cambio de posición con respecto a la OTAN (de entrada NO), a la que sistemática y eufemísticamente denominaba la Alianza Atlántica cuando defendió su permanencia en la misma. O de la continuidad del incontrolado uso de fondos reservados y las prácticas de guerra sucia contra el terrorismo de ETA, que paradójicamente alentaba a los radicales euskaldunes… Tan “posibilista” era la política de González que ya se decía entonces que la Transición trajo consigo el fin de las ideologías: en vez de socialismo, se abogaba por “la tercera vía”, la que representaba el británico Tony Blair, aquel que se hizo la foto con Aznar y Bush en las Azores para defender la guerra de Irak en 2003.

A mi modo de ver, la larga dictadura condicionó, sin duda, la pervivencia de ciertas maneras despóticas y clientelistas en la manera de entender el ejercicio del poder en muchos socialistas que gobernaron en muchos ayuntamientos; lo cual se acrecentó sobre todo a partir de la aplastante mayoría absoluta en las elecciones de 1982, convirtiendo al PSOE en una nueva oligarquía, y dando un aura de invencibilidad a su propio líder. Hoy causan auténtico rubor el devenir de barones o exministros como Joaquín Leguina, José Barrionuevo, José Luis Corcuera, Alfonso Guerra, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Narcis Serra… Si la crisis del centro y la derecha tras la caída de Suárez fue tan larga, tal vez se debiera a la desconfianza que provocaba en el electorado el alineamiento de Fraga con el régimen anterior y su falta de liderazgo. Pero la descomposición de la imagen del PSOE como fuerza transformadora, la política de acoso y derribo de Aznar en connivencia con la prensa afín al PP (con el fondo de la guerra sucia contra ETA y algunos otros casos de corrupción), el cansancio, la falta de ilusión y confianza en el PSOE, y la pérdida del miedo en el electorado a que pudiera llegar a gobernar la derecha, creo que fueron las causas del final de aquel largo episodio. González no se iría de vacío. Como tantos otros políticos de alto rango, terminaría haciendo uso de las denominadas “puertas giratorias”; ya sabemos, pasar a los consejos de administración de importantes empresas, aparte de otros privilegios por los servicios prestados.

Pero si algo caracteriza al personaje en las últimas décadas es la claridad cristalina con la que expresa su posición con respecto al ejercicio del poder, sobre todo en el caso del PSOE, por mucho que diga que siempre habla a título personal. Porque nadie pide su opinión, él nos regala generosamente exabruptos contra Sánchez, y ahora también contra Zapatero. Él es más bien de Susana Díaz, Javier Lambán o Emiliano García Page, auténticos iconos dentro de su partido. No necesita una presencia constante en los medios, basta un aguijonazo puntual pero muy intenso. En su mundo imaginario, concibe el bipartidismo (el de “la casa común de la izquierda” y el de “la mayoría natural”) como el mejor modelo para la gobernanza del país; la dispersión es un indeseable síntoma de conflicto. La diferencia entre izquierda y derecha es solo cuestión de matices, por lo que lo más beneficioso para el país sería el entendimiento entre los dos principales partidos, ambos bien centrados, tildando de extremista a la minoría discrepante. Si eso significa que gobierne la derecha, no ha de haber ningún impedimento tratándose de un pacto entre caballeros, aunque nunca proponga la reciprocidad. Claro, a él, y a los suyos, les fue muy bien en este escenario. Lo malo es que en ese mundo imaginario no cabe la idea de un PP que lleve cinco años bloqueando acuerdos con el PSOE (como la renovación del CGPJ), estimule la violencia verbal a diario, o practique un ideario ultraliberal en cuanto a políticas sociales que perjudica a las clases populares como ocurre en la Comunidad de Madrid. Es obvio que la amnistía a los centenares de personas condenadas por el procés ha sido un precio muy alto a pagar para conseguir que siga gobernando el PSOE, en una coalición alejada de las preferencias de González. Abomina de Sánchez, el independentismo y la amnistía, mientras su memoria selectiva obvia cómo alimentó interesadamente al pujolismo y a sus protagonistas en Cataluña, precedente inequívoco e indispensable de la deriva secesionista.  Pero poco o nada dice sobre las consecuencias de que renunciando a ese precio, habría gobernado el PP para “derogar el sanchismo” (es decir, cambiar el modelo de gestión y liquidar la legislación del gobierno de coalición), una posición muy alejada de aquel ideario socialista que predicaba Felipe en su juventud.

No es fácil concluir si su pensamiento, reflejado en su obra y sus alocuciones, sufrió un giro “copernicano” (en cuyo caso cabría preguntarse por las causas y si el momento de ese giro fue anterior o posterior a su acceso a la Presidencia del Gobierno), o si, por el contrario, el personaje fue siempre coherente desde el principio hasta hoy; reconocerlo así resultaría decepcionante y demoledor para toda la masa que le dio su apoyo como líder del principal partido de la “izquierda” española durante más de 20 años. Ésta era la creencia de Julio Anguita, el líder de Izquierda Unida, reconocido por su claridad dialéctica, quien, sin embargo, tan escasa renta electoral recibía (entre otras cosas por una ley electoral que todavía pervive y que por aquel entonces beneficiaba, y mucho, al PSOE). Lo cierto es que a fuerza de mostrar bastante coherencia en su línea argumental de las últimas décadas, lo único que ha conseguido Felipe González es perder totalmente la credibilidad de la inmensa mayoría de sus viejos seguidores. Ya no engaña a nadie. Y por eso recibe los elogios de la derecha mediática, él mismo y lo que representa. Porque Felipe González no es un jarrón, y lo de ser socialista es un cuento chino.

Relacionados

spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img