Las trampas del progreso

Buscando información para desarrollar el perfil biográfico de Daniel Rubio Sánchez me encontré con el suelto de prensa local, no firmado para evitar conclusiones fáciles. Y alusivo al proceso de demolición de la casa que Daniel Rubio proyectara para su hermano, el fotógrafo establecido en Ciudad Real, Vicente Rubio Sánchez, en la calle de Ciruela número 3, en 1914. Pieza la de Ciudad Real que prolongaba los aspectos planteados un año antes en Albacete –donde Rubio era arquitecto municipal desde 1910, y antes de partir en 1920 a Málaga donde acabaría muriendo en 1968– con la casa Hortelano, hoy rehabilitada como Museo de la Cuchillería, con la que mantenía múltiples coincidencias. De no mediar el  proceso destructor que tan bien glosa el cronista local, hoy podríamos contar en Ciudad Real con una pieza de Rubio, pieza que se sumara a las de Albacete, Antequera, Málaga y Manzanares. Pero no fue así.

La nota de prensa destila todo el tufo rigorista del progreso edilicio, sostenido a lo largo de esos años por los voceros del momento. Que entonaban el “Todo sea por el aumento del tráfico y la urbanización” [sic] y  también “La imposible lucha por el torrismo” en palabras de otro conocido periodista que olía a mosto. Años despiadados, que ya he llamado en otro lugar como ‘años de plomo’, que podríamos prolongar como ‘años de polvo y ceniza’, fruto de la polvareda que producen los escombros al ser desprendidos en el proceso de demolición al que tanto apoyaban los medios oficiales. Años jubilares –de júbilo loco– de los propietarios de suelos y de casonas solariegas, que valían más derribadas que en pie; años cruciales de los diversos agentes inmobiliarios –aún no todavía, agentes urbanizadores como se denominan en la moderna legislación urbanística– que la prensa jaleaba al compás de “el incremento urbanizador imparable” y también “Ciudad Real cambia su fisonomía”. Un proceso de cambio que arranca con el Plan de Estabilización de 1959, se perfecciona en 1963 con el primer Plan General de Ordenación Urbana y se publicita, con amplitud, en 1964 en la celebrativa de los XXV Años de Paz, celebrativa llena de loas y alabanzas.

Pocos fueron capaces de llevar la contraria a ese pasmo destructor y celebrativo. Recuerdo algún desanimo de Julián Alonso en enero de 1962, con el lamento ¿Qué queda ya?, y la pieza de Carlos López Bustos de julio de 1970, Escombros, dando cuenta del derribo del convento de las Dominicas de Altagracia. Pieza la citada, que retomé en mi escrito de agosto de 1998 Formas de irse o irse de todas formas. “No se ha ido ni se ha perdido ese complejo de calles, plazas, esquinas, pasajes y edificios por un gesto altivo de esas mismas piedras  y sillares que un buen día decidieron partir hacia otro lugar que sabíamos y callábamos, pero que no podíamos ignorar…el basurero alienta en su fetidez de vida en descomposición y la escombrera es presa de un polvo del tiempo que cuesta extinguir. Así escribía sobre el polvo que precede al escombro un alucinado Carlos López Bustos su trabajo Escombros”.

El mismo año de 1970, tenía lugar la demolición de la casa natal del pintor local Carlos Vázquez y el tono de la desaparición era tratado con el mismo desdén y “con la asepsia y frialdad de un protagonista converso. ‘La modernidad y el progreso exigen la desaparición de lo viejo  que no tiene valor artístico o monumental’”. Viendo ahora las fotos –incluso las de mi archivo personal– y el  texto salutífero e incendiario del 27 de septiembre de 1974 –sólo habían transcurrido sesenta años desde su construcción para tan acelerado deterioro– todo se ajusta y compone en un puzle de celebraciones y contagios. Y presagios. Como ese texto  Al fin, derribos. Como si fuera esa la larga espera que nos aguardaba y que nos vendían entre el temor a un desprendimiento y el advenimiento de un solar hermoso, capaz de cortar la respiración. Por ello, ese final con respiración asistida.

Al fin, derribos. Al fin  el derribo tan ansiado por temor a una desgracia personal que pudo ocurrir en cualquier momento, dada la situación en que e hallaba la finca, comenzó estos días. La tan polémica casa número 3 de la calle Alfonso X el Sabio, donde otrora estuviera la popular fotografía Rubio, ha comenzado a irse al suelo, gracias a la piqueta que todo lo sana. Ya el peligro está siendo conjurado. Dentro de unos días, pocos, un hermoso solar se extenderá donde hoy aún se alza, aunque sólo sea un muñón la famosa finca. Herrera Piña capto ayer las obras de demolición que se llevan a cabo en virtud de una acertada decisión municipal. El derribo, según nos dicen, ha de hacerse con extremado cuidado, pues los materiales y la situación del inmueble son y están en tan mal estado, lo que parece milagroso que no se hubiera venido abajo. Al fin respiramos”.

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