La Mancha en estado puro inunda estos días el Museo Comarcal de Daimiel, gracias a la exposición dedicada a Ángel Treviño (1930-2017). Los bodegones y paisajes aquí reunidos no son un descubrimiento, pero sí un merecido homenaje para uno de los interpretes no sólo pictóricos, sino también intelectuales y culturales de Daimiel y su esencia como entorno estético, incluso ideológico y conceptual.
En efecto, no es un descubrimiento, pues la figura de Treviño era tan querida y admirada como su pintura, quizá también por lo que su arte suponía y significa entre sus paisanos y coterráneos. En sus bodegones, aun hoy, hallamos múltiples iconos perdidos y, a la par, tan representativos de nuestra tierra: una ristra de pimientos secos, un vaso –chato– de vino, una manta de cuadros… En su sencillez está la dignidad de las gentes que todo esto representa; al igual que estos auténticos paisajes del alma, los cuales perpetúan nuestro singular patrimonio natural, histórico y antropológico perdido o reformado… La Albuera, Molemocho…
Esta exposición, comisariada por su hija, la también pintora Carmen Treviño, nos pone ante un fantástico colorista. Su recreación de La Mancha evidencia la asimilación del arte de D´Opazo (su gran maestro), Antonio López Torres, Antonio López García, Gregorio Prieto y tantos otros grandes maestros manchegos, si bien Treviño, desde su personalidad, desde su ensimismamiento, amor y admiración por lo vivido, desde su apuesta por una poética realidad que otros entienden como prosaica, nos lleva a unas creaciones sentidas y actuales de esa Mancha de ayer, de ese Daimiel de entonces, que se actualiza más allá de un tiempo concreto o de un lugar determinado.