Rafaela Sánchez García, la inolvidable Rafaela que durante décadas facilitó las visitas al Museo Palmero, en épocas carentes de recursos formales para atender el esporádico turismo que acudía a Almodóvar del Campo y quien siempre animaba con entusiasmo a sus paisanos a pasar a verlo, fue ayer recordada tras el dintel de tan emblemático espacio.
Lo fue en compañía de familiares y amistades más allegadas, también con la presencia de Silvia Palmero en representación de la familia Palmero a la que tan gentilmente atendió, así como con las intervenciones del alcalde, José Lozano; de la edil de Cultura, Virginia López; y del presidente de la Asociación de Amigos de la Historia, Javier de la Fuente.
Pero sin duda el más entrañable de todos los turnos de palabra fue el de su hijo José, con voz que expresaba la emoción del momento y ojos por momentos empañados, pero con una sonrisa tan grande como el sentimiento de gratitud que entrañaba el merecido reconocimiento articulado por sendos colectivos y por el Ayuntamiento almodovareño.
“Como para cada hijo, su madre es la mejor”, justificó de entrada para añadir acto seguido que “mi madre nació trabajando ya que a los nueve años se murieron sus padres, se murieron los dos el mismo día y se quedó sola” y, como la “más chica de siete hermanos”, frente a un panorama incierto en el que, apostilló, “lo único que pudo hacer fue trabajar”.
Razones que infundieron ese carácter de humildad y de servicio que todos le recuerdan, así como la alegría que también destilaba, en parte seguramente a anécdotas como las que contó José, que reconoció haberle dado el primer disgusto “porque ella quería una niña, pero nació un niño”, él, y con nada menos que seis kilos y medio de alumbramiento.
Silvia Palmero quiso parafrasear el inicio de ‘El Quijote’ para hacer sentir a la protagonista del acto, fallecida repentinamente apenas comenzaba 2024, como personaje principal de su propia novela vital, diciendo: “En un lugar de La Mancha vivía una mujer excepcional, fuerte, valiente y buena, que durante cuarenta años cuidó y enseñó un museo”.
“Rafaela no era experta en arte ni en turismo, pero poseía un conocimiento que no tenía precio”, dijo la nieta del artista, justificando sus palabras diciendo que “conocía al pintor y a su familia como la palma de su mano” y atribuyéndole una “gran intuición” que le llevó a poner un cartel con un número de teléfono, fijo por entonces. y su nombre, ofreciendo visitas al Museo Palmero, algo que también salía en las agendas culturales de los diarios.
Lo cierto es que, a su manera, hacía de “cada visita una experiencia única, llena de anécdotas y detalles que solo alguien tan cercana al artista podía relatar y, supongo, que otras muchas que nunca contó”, apuntó también Silvia para asegurar con total nostalgia cómo aquella “magia de las visitas de Rafaela permanece intacta”.
Por tanto y “sin pretenderlo, Rafaela se ha convertido en un icono y en una institución por derecho propio, que ha trascendido más allá de lo que es y que ni ella misma se podría imaginar”, dijo también la portavoz de la familia Palmero para referir que “sigue vivo” ese legado para quienes “tuvieron la suerte de conocer el Museo a través de sus ojos”.
Algo a lo que también aludió el alcalde, ensalzando la figura humana de esta paisana a de quien destacó “su apasionamiento” por “compartir con todos sus paisanos, desde las generaciones más jóvenes a las de más edad, el impresionante legado pictórico y tantas y tan hermosas obras como Alfredo Palmero de Gregorio dejó aquí para admiración de coetáneos y sucesivos visitantes, ávidos del mejor arte”.
En este sentido, José Lozano reconoció que “yo, como tantos niños cuando en su día lo fuimos, encontrarnos con Rafaela suponía tener un día radiante, su sonrisa e interés por nuestras familias era una invitación a disfrutar la vida y, si se daba la ocasión, por qué no, para sacar un ratito y poder volver a pasar por esta casa natal, estudio y pinacoteca sin parangón en el mundo rural”.
Por ello valoró este homenaje “merecido”, a una mujer que “fue algo más que un ama de llaves o una precursora de las visitas guiadas que hoy nuestra localidad alberga”, significando que, ante todo, para quienes Rafaela no formaba parte de su familia, fue “un alma bendita que irradiaba paz y contagiaba lo mejor del espíritu humano”.
Javier de la Fuente significó la trascendencia de la homenajeada en uno de los fines de la Asociación de Amigos de la Historia, como es la promoción y difusión del patrimonio local y por eso, cuando en 2008 nació lo que hoy es la actual Feria de Marzo, iniciativa que este mismo colectivo propició, ella “se ofreció totalmente” en las visitas al Museo Palmero.
Era el año 2008 y con el fin de organizar de alguna manera las visitas “se imprimieron unas entradas numeradas y bajando desde la Corredera, el primer sábado vi una aglomeración de gente en la puerta a las cinco menos veinte de la tarde y me asustó”, pero luego que alcanzó a hablar con Rafaela, “me llevé la sorpresa de que fue un total éxito”.
Javier también recordó a la homenajeada en cuanto a que “siempre tenía una buena cara y siempre atendía con todo lo mejor”, destacando el cariño mutuo que se profesaron y “no se me olvidan los previos a los Encierros en la Glorieta del Carmen charlando con ella un buen rato”, siempre pidiéndole que tuviese cuidado.
El acto, donde la edil Virginia López tuvo ocasión de dar lectura a la única breve reseña que sobre ella apareció en la prensa provincial, en páginas de Lanza el 11 de septiembre de 1994, se completó con el descubrimiento de una placa de Amigos de la Historia que reza: ‘RAFAELA “Guardiana del tiempo” […] en agradecimiento por mantener vivo el Museo Palmero. Su labor ha dejado una huella imborrable en la historia de este Museo”.