Pedro Martín.- O se vive del trabajo propio. O se vive del trabajo ajeno, no hay otra opción.
Nuestra existencia, el hecho de vivir, necesita de un esfuerzo productivo para conseguir los recursos que necesitamos.
Solo hay dos formas de conseguirlo.
Una como consecuencia de nuestro propio esfuerzo y la otra con el esfuerzo ajeno.
En el segundo caso, para los que pretenden vivir del esfuerzo ajeno, también hay dos opciones.
Los que consiguen los recursos por medio de la caridad y los que lo consiguen mediante la fuerza.
Y si es por la fuerza, hay dos métodos para conseguirlo: directamente robando, o mediante la expropiación de la propiedad de un grupo organizado, como es el Estado.
Esto que acabo de exponer, que es de lo más simple, supone un conocimiento económico que gran parte de la sociedad desconoce, pero lo peor es que la mayor parte de nuestros políticos lo obvian y actúan como si existiera una alternativa mágica para obtener recursos y sufragar las necesidades de los ciudadanos cada día más ilimitadas.
Cuando pedimos que el Estado provea recursos para esos llamados “derechos sociales” de manera gratuita, como son la sanidad, la educación, la vivienda, el transporte, la movilidad, etc., deberían tener claro que alguien tiene que haber trabajado para producirlos y crearlos.
Con esto no quiero decir que el Estado sea innecesario y no tenga que atender estas necesidades, o bien carezca de sentido su existencia. Solo que hay que tener presente, tanto los ciudadanos, como los políticos, que no se puede repartir nada, que previamente no haya sido confiscado por la fuerza, y que su existencia se debe a la apropiación de los producido por otros.
Cuando alguien está recibiendo algo del estado, debe de saber que lo está recibiendo con cargo al trabajo de otros y a quien el Estado, conformado por políticos y funcionarios administrativos se lo apropia, por medio de los impuestos para después “redistribuirlos”. El estado no crea la riqueza. Si otorga recursos gratuitos a un grupo de personas, puede hacerlo porque primero debe quitárselo por medio de impuestos, de manera forzada a otros que los han producido.
Ahora bien, puede y hay buenas razones para que el Estado provea de educación, sanidad, etc., a quien no pueda pagarla, pero eso no quita tener en cuenta este procedimiento.
El gran incentivo para esforzarnos en nuestra labor diaria es el de poder aumentar nuestros recursos disponibles. Pero si nos esforzamos para ello y al final resulta que nos quitan un parte cada vez más importante de esos resultados, implicará que ese incentivo por el esfuerzo se verá bastante mermado.
Provocando trabajar lo mínimo posible, dejar de producir, o trasladarse a otra zona donde ocurra esto en un grado menor. Este es el riesgo que sufren los estados cuando imponen a su población impuestos abusivos.
Si aumentan los grupos de personas que viven de lo que producen los demás, entonces el incentivo, evidentemente será no trabajar. Y de esta forma la capacidad de redistribución será cada día menor, porque no aumentará la riqueza y por tanto el empobrecimiento general de la población.
Esto que parece tan simple, no lo es para la mayoría, que piensan que el dinero público no es de nadie. Seguro que muchos habéis escuchado a muchos políticos locales, por ejemplo, ahora con los fondos europeos, que no pasa nada si se gasta mucho en tal o cual obra, porque ese dinero viene de Europa.
Pues ese dinero, solo sale de los impuestos confiscados coercitivamente a las personas, o bien de la deuda, que serán impuestos que pagaran nuestros nietos, y que ahora estamos pagando mediante la inflación que es precisamente otro impuesto provocado por el aumento de la masa monetaria.
Así que, para vivir, para mejorar nuestra calidad de vida estamos obligados a trabajar, pero qué pasa cuando con el fruto de tu esfuerzo mantienes a personas, que deciden no hacerlo, no que no pueden o que quieren hacerlo, pero no encuentran oportunidades. Piensa, si el estado se convierte en el saqueador por excelencia, nuestra sociedad podría terminar arruinada, porque el sistema de creación de recursos colapsaría, ya que se destruyen los incentivos para la creación de riqueza.
Pedro Martín
Sapere aude!