Manuel Valero.- Un día se fue T. Era una mujer sacudida por la tragedia familiar. Sí, un día se fue T del banco frente a la Librería La Mancha de Puertollano, donde con puntualidad suiza se sentaba a echar la jornada en la caridad y a rumiar sus penas. Un día se fue T para siempre. Pero el banco no quedó solo. Al poco tiempo, otra mujer, Adela Toledano Lajara, ocupó el puesto de T. Adela sigue en el mismo banco, con el magnifico escaparate de la Librería La Mancha como paisaje.
Pide, pero no lo parece. Siempre está leyendo. No lo simula. Es cierto. Un cartel pidiendo ayuda es su reclamo. No parece una indigente porque no lo es. Tiene 70 años y sobre la nariz unas gafas que le dan un aspecto de profesora derrotada. Decidió tomar el relevo de T porque no le llega con los 500 euros de pensión que casi se lo lleva el alquiler del piso en el que vive, en la glorieta del Pilancón de los Burros.
Adela está separada y tiene dos hijos. Uno de ellos, con el que comparte vivienda, está en el paro. La otra hija trabaja en las piscinas municipales, de monitora. “Gana poco para ayudar”, dice.
También parece Adela una escritora olvidada por su aspecto. Va bien abrigada y cubre la cabeza con un gorro de lana listado de colores. “De siempre me ha gustado leer”, afirma con una seguridad implacable y libera un suspiro que parece no tener fin. “He sufrido mucho”. No entra en detalles, ni el caminante que la aborda tampoco. Pero más vale prevenir. “Si considera que mis preguntas son impertinentes o entrometidas me lo dice”. Asiente dándome la conformidad. Está separada, vino de Alicante para vivir con su hija y devora un libro tras otro. Tiene una clientela de la solidaridad fija. Al poco se acerca una señora, le da un dinero y se saludan con naturalidad. No es Adela una mendiga lastimera. Lleva su drama personal con absoluta dignidad. ¿Qué tendrán de humanamente atractivo las personas perdedoras?
Algunas veces cuando Pepe Santos, empleado de la Librería llega, Adela ya está sentada en su banco. Le da los buenos días como si la lectora callejera formara parte del paisaje. Hay quien le ha regalado libros.
Cuando la abordo está leyendo ‘Serenata para Nadia’, del escritor turco Zülfü Livaneli. Es una novela de intriga, inspirada en el naufragio del Struma en el que murieron centenares de judíos. Hay mucho amor, también, en la novela. Por eso Adela me la recomienda. Se confiesa con cierta timidez, ser una persona muy entregada a los demás, de un humanismo irrefrenable. “Me gusta cuidar a los niños y a las personas mayores”. Hace tareas sociales esporádicas que le piden, desinteresadamente.
Ocurre que hay gente que se despreocupa de sí misma para dirigir esa preocupación y ocupación hacia los demás. Pero Adela vive con 500 euros de los cuales más de 300 se los lleva el alquiler del techo que la cobija. No tiene más remedio que acudir cada día al puesto de la caridad que dejó libre T.
El lugar es especial: una librería. Por eso Adela lee y pide. No lo hace a viva voz. Un cartel lo hace por ella. Enfrente, un escaparate lleno de libros. Adela parece un personaje que se hubiera escapado de uno de ellos.