La sociedad de la nieve

Tras ver la película nominada a los Oscar de este año, La sociedad de la nieve, tengo la sensación de que la lucha por la vida, hace al hombre recorrer caminos inescrutables para sobrevivir en situaciones límite. Se trata de una extensa y excelente película que además es del gusto de los propios supervivientes de aquella hazaña de los Andes que, en la primavera austral del año 1972, vivieron una de las experiencias más increíbles soportadas por el ser humano durante 72 días.

Ese paraje hace justicia al nombre con el que es conocido. El Valle de las lágrimas. Una montaña andina de difícil acceso ubicada en territorio argentino, próximo a la frontera con Chile. Un error del piloto, —forzado por el fuerte viento que azotaba los Andes ese día—, provocó aquel trágico accidente aéreo. Según parece, el vendaval frenó la velocidad del avión, algo que no se tuvo en cuenta, por lo que el aparato maniobró antes de sortear la montaña, chocando contra ella y precipitando la caída de la aeronave.

Siempre ha sorprendido que, los supervivientes de este accidente manifestaran con naturalidad la antropofagia que practicaron para sobrevivir. Pero la explicación es bastante sencilla. Ellos sabían que se iba a conocer enseguida, porque los restos de su acción estaban junto al avión accidentado que les sirvió de cobijo durante todo ese tiempo. Uno de ellos, Numa Turcatti, —que fue el último fallecido del grupo—, se negó a practicarla hasta casi el final, aunque, cuando murió, pesaba apenas 25 kilos.

De los cuarenta y cinco pasajeros que iban en el avión, sobrevivieron dieciséis. Los demás murieron en el momento del impacto con la montaña; días después por la avalancha de nieve que inundó el fuselaje del avión en el que se guarecían; y, otros, por las heridas o secuelas del accidente. Llama la atención la del más joven, Carlos Valeta, de 18 años, que fue lanzado por el avión poco antes del impacto. Los compañeros lo vieron caminar siguiendo al avión, pero se perdió en la nieve y muchos días después, se encontró su cadáver.

Juan Antonio Bayona —director de la película—, sumerge al espectador en esta trama vital de unos supervivientes que se pusieron al servicio de un objetivo común, —sobrevivir—, haciendo cuanto pudieron para salir de aquella trampa mortal en la que habían caído. Es dura, desde luego; pero resulta creíble. Y pese a conocer la historia desde hace más de cincuenta años, sigue impresionando a quien se aproxima a esta historia a través de los relatos de los supervivientes; de reportajes; de publicaciones escritas; o de películas como esta.  

La lucha por la vida en aquellas montañas fue inevitable, digna y valiente. Inevitable, porque no tenían alternativa en el ambiente hostil en el que se encontraban, con treinta grados bajo cero de temperatura y a 4000 metros de altitud. Digna, porque para alimentarse racionaron drásticamente los pocos alimentos que llevaban; siguieron comiéndose el algodón de los asientos y hasta el cuero; inventaron un sistema para obtener agua de la nieve; y el hambre les obligó a iniciar la antropofagia, sin la cual no hubieran sobrevivido.

Y fue valiente porque arriesgaron su vida para buscar la salida a esta situación, con sus limitados medios. Después de algunos intentos por encontrar una ruta en la zona argentina y de encontrar la cola del avión, —de la que obtuvieron algún alimento y medicinas—, decidieron dirigirse a la zona chilena. Fernando Parrado y Roberto Canessa, fueron quienes consiguieron llegar a una zona habitable de Chile después de una travesía de diez días por las montañas nevadas, viaje en el que llegaron a perder cuarenta kilos de peso cada uno.

El espíritu de superación fue extraordinario, por parte de todos los supervivientes. Pero habría que destacar a uno de los líderes de aquel abnegado grupo, Fernando Parrado, que en aquel viaje perdió a su hermana y a su madre y tuvo una conmoción cerebral que lo mantuvo en coma hasta tres días después del accidente, pero con un tremendo esfuerzo físico y con su gran fortaleza mental logró llevar al grupo hasta su rescate final.

Otro de los grandes protagonistas fue Roberto Canessa, que era estudiante de medicina, quien contribuyó a la mejora física de los compañeros heridos y que intervino en todas las expediciones que se hicieron en busca de salida. Como Parrado, participó en la última y definitiva expedición con la que consiguieron contactar con gente para que varios helicópteros fueran a rescatar al resto de compañeros de aquella cruel aventura.

Y por citar solo a otro de los supervivientes, Gustavo Zerbino, —también estudiante de medicina—, que ayudó a los heridos y motivó al grupo para que siguieran comiendo para poder sobrevivir. Recogió en una maleta todas las pertenencias que logró conseguir, —desde alguna joya hasta cartas de despedida—, de muchos de los compañeros fallecidos. Luego se las hizo llegar en persona a las familias que perdieron a sus seres queridos.  

Pero si hay que destacar algo, es que fue la participación de todos en esta empresa, la que permitió su regreso.

Relacionados

spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img