A finales de los años setenta en España se vivía, —o más bien se sentía—, la necesidad de saber, de escuchar historias, y de conocer cómo fue todo aquello que, musitando y en secreto, se nos contaba en nuestras casas. Me refiero a los tiempos de la ya entonces lejana Guerra Civil y de los momentos anteriores e inmediatamente posteriores a aquella fratricida contienda.
Mi curiosidad por conocer, hizo que aquella época la viviera casi con pasión. En esas estaba cuando conocí a un señor que estaba a punto de jubilarse. Era el encargado de una empresa que trabajaba en la Base Aérea Militar de Getafe. Su voz áspera y ronca, delataban a un fumador empedernido, y quizás a un bebedor que parecía ingerir más alcohol del que su hígado podía metabolizar, seguramente para enjugar sus penas.
Este hombre había tenido una experiencia apasionante. Contaba que participó en la Guerra Civil, en el bando republicano, sirviendo en el ejército del aire en Cuatro Vientos. Y perteneció a la última remesa de militares que se envió a la Unión Soviética para su formación y adiestramiento como pilotos de los aviones Mosca que había adquirido la República. Pero a su vuelta, no pudo intervenir en combate al haber cesado las operaciones militares aéreas.
Aunque aquello lo desanimó, decía que con el tiempo entendió que fue lo mejor que le pudo pasar. Después, al acabar la guerra, a él le tomaron declaración responsables del ejército vencedor. Entre ellos había un conocido suyo que procedía —como él—, de la comarca de Talavera de la Reina. Sea como fuere, fue eximido de responsabilidades y puesto en libertad.
Un día le escuché algo que yo desconocía. El apodo que le pusieron a un importante político de la República: el Botas. Sobrenombre con el que se conocía al Presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora. Se refería a él de manera despectiva por su apodo, pero también llamándolo fascista. El lenguaje que utilizaba era el propio de los republicanos de aquella época. Aunque hoy, algunos de nuestros políticos han recuperado ese lenguaje anacrónico de hace noventa años, y llaman fascista a cualquiera que no piense como ellos.
Este hombre fue un abogado de prestigio, letrado del Consejo de Estado y político. Participó como ministro en varios gobiernos de Alfonso XIII. Luego fue nombrado Presidente de la República en 1931, cargo que desempeñó hasta su polémica destitución por las Cortes en abril de 1936. Estuvo exiliado en París durante la Guerra Civil y después se marchó a la Argentina, donde falleció en 1949.
En cuanto a su filia política, transitó por varios partidos. Perteneció al Partido Liberal de Sagasta; estuvo en el Partido Liberal del Conde de Romanones; y después se adscribió al Partido Liberal Democrático de Manuel García Prieto. Se distanció de la Monarquía, por el apoyo de Alfonso XIII a la dictadura de Primo de Rivera, fundando el partido Derecha Liberal Republicana. Y representó al republicanismo conservador en el Pacto de San Sebastián.
Niceto Alcalá-Zamora, fue un católico liberal y conservador que, al principio de su carrera política, ejerció como monárquico. Pero los avatares políticos en España, lo llevaron a ser presidente de la República. Cuando se inició la redacción de la Constitución de 1931, dijo, premonitoriamente, que “quitar derechos fundamentales a los cristianos y perseguir a la Iglesia era planear una Constitución para una guerra civil”.
Al valorar la Constitución aprobada, comentó: “Han hecho de la República más que una sociedad abierta a la adhesión de todos los españoles, una sociedad estrecha, con número limitado de accionistas y hasta con bonos de privilegio de fundador”. También fue premonitorio, cuando Gil Robles le propuso a Francisco Franco como Jefe del Estado Mayor. Le denegó su petición diciéndole: “los generales jóvenes, son aspirantes a caudillos fascistas”.
Su gestión no estuvo exenta de errores, pero los incidentes que se produjeron durante su mandato fueron muy graves. Dos veces se proclamó la República Catalana —en 1931 y 1934—, se produjo el golpe de estado de Sanjurjo en 1932 y la Revolución de Asturias en 1934. En estos casos se restituyó el orden y la legalidad constitucional con su decisiva intervención.
Este político, natural de Priego (Córdoba), no quiso aprovecharse de los privilegios que tuvieron los dirigentes republicanos en el exilio, con el oro y el dinero que distrajeron al acabar la guerra. Pero tampoco quiso volver a una España sin libertades democráticas, pese a los intentos que hubo, —su consuegro era Queipo de Llano, todo un prócer del régimen—. Y además, todos sus bienes fueron confiscados.
Según cuentan, los niños de la posguerra, en ambos bandos, eran criados en el desprecio a El Botas, apodado así por sus relucientes botines con elástico. Y fue considerado un maldito entre los malditos de la tercera España. Esa España que fue tan incomprendida como necesaria, pero que nunca ha triunfado. Salvo con Adolfo Suárez y por muy poco tiempo.
Nuestro anónimo piloto de guerra, como le sucedió al político cordobés, se quedó en la indigencia al tener que hacer frente a las responsabilidades económicas que se le impusieron por el atropello mortal de un peatón que se le cruzó en la carretera.