Manuel Valero.- Aún resonaba el último campanazo del año cuando llamaron a la puerta. Era un joven apuesto, limpio, de traje a medida y un poco de brillantina en el pelo. Desprendía un suave aroma a jazmín. El que abrió era un solitario viejo, achacoso, de voz agria y de carácter envenenado. Apenas lo miró. Abrió la puerta y se dio la vuelta sin indicarle que pasara y sin saludo. Una vez dentro se sentaron uno frente al otro. En la tierra de nadie de la mesa había una botella de cava y una bandeja de dulces. El contraste entre ambos era tan evidente como la postrimería del año. El viejo andaba en bata, con el pelo blanco despeinado que le daba el aspecto de un convaleciente perpetuo. El joven llevaba en la solapa la insignia con su número. Una sonrisa malévola se le dibujó en el rostro del viejo, surcado por el arado de los días. Había sin embargo un leve sentimiento de comprensión en sus ojos acuosos. Como si lo conmoviera la inocencia con que 2024 afrontaba el año. Luego, la resignación. Al fin y al cabo siempre pasaba lo mismo. Se acordó de él mismo cuando llamó a la puerta tan joven y apuesto como el que ahora tenía frente a él dispuesto a recibir el testigo.
La evocación del 2020 que le dio la bienvenida al 2021 era todo un poema terrorífico. El viejo sacó un papel de uno de los bolsillos de la bata, se puso las lentes y se dispuso a leer. Pero antes llenó dos copas y brindaron por el joven. Se asomaron a la ventana y vieron luces de colores, oyeron explosiones de petardos y bullicio de gente que animaba la calle.
-Yo ya no estoy aquí más tiempo del necesario, pero me gusta el 1 de enero. La calle está en paz, como si el mundo hubiera sido abatido por su propio jolgorio.
Como el 2024 con su cara de adolescente recién graduado mirara la tele con la pantalla quebrada, el año viejo se apresuró a explicarle el destrozo.
-Fui yo. Una tarde no pude más y le di un puntapié.
Y sin más se acomodaron en sendos sillones tan orejudos como elefantes.
-Bien muchacho. Ahí te dejo una España un poco cicatrizada. De qué lado del zanjón están los malos y de qué otro, los buenos, lo tendrás que dilucidar tu. Bueno, no, no tendrás que dilucidar nada. Simplemente serás testigo. Esta tarde mismo, un energúmeno se liaba a sablazos con la efigie del presidente. Es todo un icono. Me consuela que no es el sentimiento general. Unos piensan de un modo y otros sostienen diferente criterio, pero la gente de la calle es pacífica.
-¿Y cómo se ha llegado a esto?
-Eso es complicado de explicar ahora, muchacho. Es material para la historia, ya sabes, cuando hay perspectiva para ver las cosas más claras. En realidad y en lo que al patio doméstico se refiere esto es todo: la RAE ha calificado la palabra polarización como el vocablo del año. Muy acertada la RAE.
El año joven lo escuchaba atento pero altivo. Confiaba en su carácter dinámico y proactivo. Y desde luego había llegado con la determinación insultante de la juventud. Como todos los anteriores, estaba seguro de que él sería un año de bonanza, o al menos que al acabar su mandato el platillo caería abatido por el peso de los buenos acontecimientos. Tan seguro de ello estaba que se irguió del sillón para llenar su copa.
-¿Usted no quiere otro sorbito de champán?
-No, yo ya he tomado antes. Es curioso, me has recordado una vieja canción que está en la historia de los años. Por cierto, tú tendrás que escribir lo que te corresponda para pasárselo a tu sucesor. Si es que tienes sucesor…
-¿Qué quiere decir?
-No, nada, al final he acabado con un pesimismo de caballo que no tiene por qué ser tu caso, joven. ¿Realmente era yo tan apuesto cuando llegué y llamé a la puerta de 2022? Sí, seguro, recuerdo mirarme al espejo y me vi exultante de vida. Pero somos unos putos, los años, muchacho y perdóname el exabrupto.
-No tiene importancia. Incluso me parece divertido. Putos, jajajaja.
-Siempre estamos de paso, en un transcurso perpetuo. Ahora mismo, toda la población del mundo suma uno de los nuestros a sus espaldas. Incluso el bebé que nació ayer ya es un día menos bebé. Todo el mundo vive hasta que se interrumpe todo, pero lo nuestro es pasar. Lo dijo don Antonio Machado… Y de lo demás pues… ahí tienes… Te dejo el testigo de dos guerras televisadas en directo, otras tantas que no aparecen en los medios salvo que se cometa alguna salvajada, te dejo el clima loco, un poco más loco cada día y aún más loco cada año…
-Bueno, yo acabo de llegar con un terremoto en Japón, pero confío en que eso no sea signo de mal agüero…
-Te dejo una extraña fiebre que está padeciendo la democracia con accesos de populismo estrafalario que va desde Milei en Argentina a Putin en Rusia… Pero el mundo es el mismo aunque no lo parezca. Ricos y pobres, países atormentados y otros felices. Tal vez sea la Tierra que anda un poco indispuesta pero en Islandia, país feliz, ya ha tosido unas cuantas veces y vomitado espumarajos hirvientes…
– ¿Y qué hay de la Inteligencia Artificial?
– Recuerdo el año que se socializó la Internet. ¿Qué año fue? Pues no, no lo recuerdo con exactitud, pero se decía que era la maravilla mundial que conectaba el planeta. Adiós a las distancias y a las ausencias.
-¿Ausencias?
-Sí, ya nadie está ausente en la red de la comunicación incesante. Pero, al tiempo hubo quien advirtió de los problemas de un mundo virtual sin reglamentación y sin fronteras. Y sin banderas. Incluso en países tan distópicos como Corea del Norte, hay gente que se las ingenia para enchufarse al resto de los mortales… Espero que la condición artificial no supla a la humana… ¿O tal vez sea mejor? No, no, qué digo. Una sinfonía siempre es mejor si sabes que la ha compuesto un ser humano que come y caga…
Así estuvieron toda la noche. El viejo dándole un informe exhaustivo de lo que había presenciado a lo largo de su existencia de año viejo. Aún se escuchaba en la lejanía el griterío de alguna pandilla fiestera. Pero a medida que el amanecer avanzaba, un marasmo colectivo iba apoderándose de las calles y plazas. Apenas había tráfico rodado.
El viejo salió del almanaque con un saludo reverencial.
-¿Qué debo hacer?, se dijo. Y él mismo se respondió: Nada, sólo transcurre. Miró la hora. Las siete de la mañana. Siete horas ya de nuevo año. Como pasa el tiempo. ¡Cómo paso yo, jajajaja!
Y salió a mirar las calles ya solitarias. Todo parecía nuevo pero era tan viejo como el mundo.
FIN