En estos días en los que se convive y se comparten vivencias entrañables con los más allegados y, —sobre todo, con la familia—, para algunos supone tomar conciencia de su propia soledad vivida o sentida, de forma más o menos voluntaria. Pero la soledad es también una carencia de compañía en la que muchas personas viven involuntariamente como una manifestación de su propio aislamiento personal.
Decía Mario Benedetti, «No hay peor soledad que sentirse solo estando acompañado». El poeta uruguayo define así, una forma cruel y diferente de soledad. La vivida en compañía. Hoy hay muchas personas que deambulan por nuestras ciudades entre la multitud, pero con quienes nunca interactúan, produciéndose una falsa sensación de acompañamiento. Aunque la más grave de todas es la que algunos sienten en su ámbito más íntimo y personal.
La soledad más auténtica se vive en casa cuando se carece de compañía. Aunque en ocasiones esta situación no causa sufrimiento; es temporal o transitoria; o es una situación buscada y deseada. Pero cuando se llega a cierta edad o a determinada situación personal, en las que se requieren unas atenciones mínimas para sobrevivir, la soledad es menos anhelada, aunque, si es voluntaria, se trata de compatibilizarla con esas necesidades más prosaicas.
En estos días he conocido un caso bastante habitual. El de una señora de origen escocés, que reside en España desde hace más de cuarenta años, en un barrio próximo a Madrid. Ella tiene cerca de noventa años y siempre ha estado sola, pero ahora, debido a su delicado estado de salud, requiere cuidados médicos a los que ella se niega a someterse. Mantiene contacto con muy pocas personas, entre ellas con unos vecinos del mismo edificio. Pero estos días, ellos se han desplazado a su pueblo para celebrar la Navidad.
Dado su delicado estado de salud, la han llamado por teléfono todos estos días. Pero en Nochebuena y Navidad, ella no les cogió la llamada, por lo que temieron un posible agravamiento de su enfermedad, o algo peor. Después de intentar que acudiera alguien para comprobar su estado, —sin éxito—, estos vecinos han interrumpido sus vacaciones y han vuelto al barrio para cerciorarse del estado de esta mujer.
Antes de entrar en la vivienda, han llamado a emergencias. Allí se han personado varios sanitarios y la policía municipal que, tras franquear la puerta, han comprobado que la mujer estaba viva e inmóvil pero muy débil. La han trasladado al hospital, donde ha quedado ingresada, con pronóstico grave. Su supervivencia se la debe a la humanitaria implicación de estos vecinos que se han desplazado más de ciento cincuenta kilómetros para poder atenderla.
Pero soledad también es una expresión que se utiliza como recurso literario en la narrativa, sobre todo en la novela, y en la poesía.
“Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez, es un ejemplo en la que el autor relata la historia de una estirpe, —los Buendía—, a lo largo de siete generaciones y durante cien años, en los que surge una ciudad imaginaria, —Macondo—, que se desarrolla, tiene su esplendor, luego su declive, para terminar desapareciendo. La obra finaliza así: «…Porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra».
Pero soledad es una expresión muy utilizada por nuestros poetas. Yo destacaría una estrofa de “Contigo”, un poema del poeta malagueño de la “Generación del 27”, Manuel Altolaguirre, que dice así:
En mis labios los recuerdos.
En tus ojos la esperanza.
No estoy tan solo sin ti.
Tu soledad me acompaña.
Aunque fue Antonio Machado el poeta que, sin mencionarla expresamente en muchos versos, la utiliza en algunos de sus poemas más famosos y en uno de los títulos más reconocidos del autor sevillano de la “Generación del 98”. En “Soledades, galerías y otros poemas”, relaciona la soledad, —su soledad—, con ese sentimiento íntimo del autor que, tras la muerte de su mujer, Leonor, invadirá toda su obra posterior.
El primer Machado, el de la inicial “Soledades…”, gira también alrededor de la ausencia o el fracaso del amor. Y como diría el poeta, la de este poemario, es una elegía a mi juventud sin amor. Según algunos autores, la esencia del poeta sevillano es la contradicción entre el miedo al amor y el deseo y la necesidad de amar, la que nos transmite en esta obra. Su estado de ánimo está presente en toda su poesía, en la que, de manera recurrente, nos habla de la soledad y de su propia intimidad.
Decía Carmen Martín Gaite,«La soledad se admira y desea cuando no se sufre, pero la necesidad humana de compartir cosas es evidente». Esta evidencia la va a manifestar con una reflexión. El escritor escribe en soledad, para reproducir sus vivencias, sus pensamientos y su creación literaria a través de sus obras. Pero de esa soledad surge la fuerza para comunicarse y para transmitir su saber a todos los lectores.