El día que le pregunté a Serrat por qué ensayaba Mediterráneo

Manuel Valero.- La primera vez que supe de Joan Manuel Serrat fue el mayesco año de 1968. En París los niños ricos buscaban la playa bajo los adoquines que les tiraban a la policía. En Puertollano, los niños pobres no habíamos visto el mar y ni siquiera estaba en nuestros planes contemplarlo algún día. Bueno, confieso que a mí, de natural soñador, me gustaba cerrar los ojos y verme en una playa con los pies hundidos hasta la pantorrilla sobre todo después de una película de piratas o de hazañas ocurridas a bordo como el famoso motín de la Bounty que la pusieron en los Salesianos con los consabidos cortes. Algunas veces un cura, don Alfredo Peña, si el film lo requería nos hablaba de la película, del director y sobre todo del lenguaje cinematográfico: El cebo, Un hombre para la eternidad, El albergue de la sexta felicidad. Con apenas 12 ó 13 años no estaba mal dedicar la clase de historia a saber qué era un fundido, un plano corto, un contrapicado, una elipsis temporal, etc.

En fin, vuelvo al tema. Aquel año iba a ser Joan Manuel Serrat quien representara a España en el Festival de Eurovisión que en el taller de mi madre se vivía como un verdadero acontecimiento. Pero el cantante de quien no sabíamos nada puso la condición de interpretar el La, la, la,  en catalán. Dada nuestra virginal inocencia, los muchachos de la calle no dudamos en juzgarlo sumarísimamente de gilipollas con el mismo fervor que celebramos que Massiel se alzara con el premio. Lo que cambian las cosas. Llegado su momento entendimos: había que echarle un par de cojones  hacer eso con Franco todavía más vivo que un gato.

La obra de Serrat, su coherencia, su natural bonhomía, su forma de vivir el éxito, con insultante naturalidad, su prodigioso talento, su labor poético-musical, le hizo ganarse un hueco en la Historia grande de la música nacional y en la pequeña historia de la vida de uno. Hoy lo es: es una página afortunadamente viva todavía.

He escuchado casi todas las canciones de Serrat y en casa tengo unos cuantos Lp,s en vinilo. Incluso las canciones en catalán. Mi amigo Juan Enrique Hernansanz tenia un LP con las primera canciones catalanas que le había traído una hermana suya que vivía en Barcelona. ¡Y vaya que si nos prendimos las canciones!. Bajábamos cantándolas desde su casa en la barriada de las 630 hasta el Paseo de San Gregorio: Ara que tinc vint anys, Mara Lola, Il drapaira, Paraulas de amor, Quan arriba el fred…

Con los años, la gente de mi generación con la que me reunía en pandilla nos especializamos en su trayectoria, y disco que salía, disco que pillaba alguien y luego íbamos a escucharlo a su casa. Sobre todo a la de Juan Manuel Nuñez que era el que más conocimiento de música tenia y ya entonces podía dar una clase magistral sobre Los Beatles.

Si uno se pone a repensar los discos de Serrat no para y si me preguntan qué canción es mi favorita me pondría en un aprieto. Con el tema Cantares, del disco dedicado a Antonio Machado, hice mis primeros bailes de amor y también con su balada. Luego canción a canción exprimíamos hasta la última palabra de la historia que contaba. Todas las canciones se agolpan: Si la muerte pisa mi huerto, Fiesta. El Titiritero, Tiempo de lluvia, Balada de otoño, Penélope, Qué va a ser de ti, Tu nombre me sabe a yerba,  Para piel de manzana, Mi niñez, Esos locos bajitos, No hago otra cosa, Balada de Curro el Palmo, Lucía, Esas pequeñas cosas… dichas así en batiburrillo. Cientos. El disco dedicado a Miguel Hernández es una joya.

Es tan larga la sombra de Serrat que no ha dejado crecer hasta su altura a quien guitarra en mano se ha metido a cantautor o cantautora. Luis Eduardo Aute y él, fueron tan grandes que ni siquiera la Rozalén o la Rosalía o el Ismael Serrano o los que haya ahora que no tengo ni idea salen bien paradas de tan odiosa comparación. Otros gigantes como Joaquín Sabina lo adoran.

Hoy, 27 de diciembre, cumple 80 años y qué bien se ha hecho mayor el pollo. Recuerdo un día que fui a entrevistarle, junto a otro compañero de Onda Cero, mientras ensayaba un concierto que iba a dar horas después en el Teatro Quijano  de Ciudad Real. Cuando llegué al teatro estaba ensayando… ¡Mediterráneo! ¿Cómo era posible que el maestro ensayara una canción que debería estar desgastada de tanto cantarla? Esperé a que terminara de ensayar y fui al camerino. Olía a sudor, andaba con un vaquero, una camisa y un chaleco (luego saldría con un pantalón negro y una camisa blanca de seda, impecable pero sin el aberrante alarde con que se adornan hoy los artistas ), y me fijé que no tenía los piños muy bien cuidados. Cuando le pregunté por qué ensayaba Mediterráneo si debería salirle mecánicamente me dijo con su peculiar todo de voz, achicando la boca:

-El público se deja unas pesetas en la taquilla para venir al concierto a verme y hay que corresponderle y hay que darle lo mejor. Hacemos unos compases al piano.

Luego se fue y se despidió con una risa abierta, y sincera, vive Dios que lo era.

PD.- Puesto contra la pared y sin escapatoria, me estremece escuchar y recordar (por la feliz circunstancia de un momento determinado) la canción Barquito de papel:

Barquito de papel

Sin nombre, sin patrón

Y sin bandera

Navegando sin timón

Donde la corriente quiera

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