César Muñoz Guerrero.- En el último recodo de este año acusamos recibo de una nota particularísima de Jesús Millán Muñoz. Prosista sui géneris, poeta inclasificable de los periódicos y grafómano en general, su aviso bruñe la reivindicación de una escritura: la de 3.653 columnas de su autoría. Trasladado a términos cristianos: lo que resultaría de producir un artículo diario durante una década. A veces se sirve de seudónimos, Caminero el de más renombre. Pero en su labor no hay interrupción ni secuencia. Ni siquiera conocemos el período de redacción de la obra que cita, abstracta y nebulosa, apenas revestida de código legal.
Caminero es infinito y habría sido dorado de haber vivido los años sesenta. Multiplicado por las cabeceras, firma desde Puertollano para Pontevedra, Córdoba o La Gomera. Su romanticismo es irreversible. Curioso de la cocina y de la guerra, hijo del humanismo, viajero renqueante y cantor de lo pequeño, igual cuenta que abre un grifo que esboza una crónica de filosofía. También fantasmal autor de volúmenes líricos y teatrales perdidos en anaqueles de la Biblioteca Nacional. Prestar atención a su cháchara es hacer lo propio con temas que nos resultan lejanos y sobre los que él pone su objetivo para ofrecérnoslos con una inhabitual lente aumentada.
Tenido por sí mismo como fragmentario por excelencia, leer una línea suya es no entender nada o contemplar la cuadratura del círculo. En él se cumple la asociación de ideas que hace de los artistas plásticos unos escritores privilegiados, o cuanto menos originales. Es tan numerosa su retahíla, y tan quijotesca su empresa, que no queda otra que rendir armas a Caminero, aunque no haya ventero que las dé techado y en la venta todos preparen las uvas para los banquetes de estas fechas. Quede constancia de que el guante que Millán ha lanzado a sus lectores no cada mañana de los últimos diez años, pero casi, ha sido recogido.
Hola.
Véase si se desea:
https://museovirtualcuadernosdelamancha.wordpress.com
Gracias. Un saludo. jmm.