“La vida me ha enseñado a decir adiós a la gente que quiero,
sin sacarlos de mi corazón”.
CHARLES CHAPLIN
Cuando finalizamos una etapa de nuestra vida, solemos despedirnos de quienes nos han acompañado en su recorrido. Pero si tienen una importante carga emocional para nosotros, no nos es fácil hacerlo. Lo hacemos cuando finalizamos nuestra formación, cuando nos trasladamos por motivos laborales o de residencia, o cuando terminamos nuestro periodo laboral o profesional. En este último caso, cada uno lo hace a su manera, aunque se haya impuesto una forma estandarizada de realizarla.
Hace algunas semanas, cuando habían pasado casi cuatro años desde que dejé de hacerlo, volví a mi antigua oficina para despedir a un compañero en su fiesta de jubilación. Quien se jubilaba, tenía una más que extensa carrera profesional, ya que lo hacía después de cuarenta y siete años de servicio. Y recordó que fue el azar el que lo llevó a elegir la plaza de funcionario en la que ha desarrollado su actividad profesional durante todos estos años.
Después del ágape y de la entrega de regalos, inició la despedida el Secretario General, quien recordó de manera sucinta e informal la trayectoria laboral de quien se jubilaba. Luego lo hizo, abundando más en ello, la que lo sustituye en el puesto. Para finalizarla el protagonista de la fiesta. Su intervención fue más extensa de las que él solía hacer y revivió momentos emotivos, recordando a quienes lo habían acompañado en su larga carrera profesional.
Al acto acudieron muchos compañeros con los que yo había coincidido y compartido muchos momentos importantes y hasta vivencias personales. Había algunos ya jubilados. Pero eché en falta a otros que, por diversos motivos, no estuvieron en la despedida. Muchos de ellos debido al teletrabajo, —implantado durante la pandemia—, pero que, en estos momentos, se ha generalizado en muchos puestos de casi toda la administración pública.
Entre los numerosos asistentes, había dos amigos —que todavía siguen en activo—, con quienes coincidí a principios de los años ochenta, cuando yo iniciaba la carrera profesional en mi primer destino. Para mí fue un encuentro tan inesperado como emotivo.
Ella era una joven médico recién salida de la Facultad, y venida a provincias desde Madrid. Tenía un encanto especial debido a su arrolladora personalidad, por su natural curiosidad, por su probada vocación profesional y por su capacidad de trabajo. Aunque parecía tener un carácter de mil demonios, en realidad era solo una coraza con la que se protegía. Porque ella era, —y sigue siendo—, una mujer simpática y entrañable.
Cuando nos conocimos, él estaba terminando sus estudios de Derecho. Aunque había iniciado su actividad profesional, —como funcionario—, algunos meses antes. De trato campechano, inteligente y observador, a veces parecía despistado, aunque siempre estuvo atento a todo lo que le rodeaba, tanto en lo personal como en lo profesional. Y recordé las vivencias que ambos tuvimos en aquellos maravillosos años de nuestra ya lejana juventud.
Seguramente debido a su reconocida solvencia profesional, a su más que evidente capacidad organizativa y a su carisma personal, una y otro, han llegado a importantes puestos de responsabilidad, formando parte del staff directivo de la Secretaría General.
De entre los muchos modos de despedirse, hay quienes lo hacen a la francesa, como lo hizo un compañero que, de la noche a la mañana, desapareció sin dejar rastro. Ni siquiera los compañeros más cercanos se enteraron de que se había jubilado. Otros prefieren una despedida más íntima y personal, con amigos y allegados. Además, lo hacen de manera informal. Aunque los más, —como el de esta despedida—, hacen una fiesta más participativa.
Hay veces en las que, quienes se jubilan, no pueden celebrar su deseada despedida por causas sobrevenidas. Recordé la de un compañero que, cuando se jubiló, tuvo problemas graves de salud. Y ello le obligó a cancelar su fiesta de jubilación, pese a que lo tenía todo preparado: el local, las bebidas y las viandas. Pero conociéndolo, también tendría preparada alguna poesía desenfadada, sorprendente y emotiva, como a él le gustaba escribirlas.
Otros, fallecen antes de su edad de jubilación. Por una grave enfermedad de lenta o más rápida evolución, o por un accidente. Se nos van antes de lo que por su edad les corresponde. A ellos no cabe hacerles una fiesta de despedida, pero sí homenajearlos y honrarlos como se merecen. Este año nos ha dejado un compañero fallecido en un trágico accidente de moto mientras acudía al trabajo. Vaya para él, un cariñoso recuerdo.
Para mí, este acto fue lo más próximo a mi propia despedida, ya que por mi enfermedad, por las medidas anti-COVID, y por residir fuera de Madrid, no pude celebrar mi jubilación. Yo llevaba sin asistir a este tipo de actos desde hacía casi cinco años y, seguramente, este será el último evento al que asista. Después, cuando terminen las obras en curso para remodelar las oficinas, aquel espacio ya no será reconocible para mí.