El año en que se encendieron todas las luces en el Cerrú: 1968

Luis F. Pizarro, historiador y socio nº 43 del Calvo Sotelo.- Dirán que vivimos de la nostalgia; dirán que vivimos del orgullo; dirán que el Club ya no es el que era… Pero muchísimos en Puertollano seguimos siendo azules y del Calvo Sotelo, y tenemos derecho a serlo y a seguirlo propagando a los cuatro vientos. Entre otras cosas, porque cuando en esta región nuestra, pocos alcanzaban la gloria, futbolísticamente hablando, nos paseábamos por España siendo la admiración de muchos. Dirán, también, que de tiempos pasados no se vive. Pero a todos esos les respondo que cualquiera tiene derecho a vivir de lo que le haya dado la vida, sobre todo de los recuerdos cuando son agradables y han dado consistencia a nuestro pasado. Dirán, también, que el apoyo de la Empresa entonces era muy importante, y es verdad, pero ¿quiénes era los que iban a apoyar al equipo cada domingo, sino los puertollanenses de toda edad y condición, orgullosos de sus colores?

Viene esto a cuento de la última decepción que nos ha dado el Calvo Sotelo esta última jornada, lo que me ha llevado a pensar que algunos parecen haber olvidado dónde están y no parecen ni haber leído las frases que engalanan la escalera de acceso al mítico estadio del Cerrú. Y por eso quiero recordar cuando en 1968 el Club estuvo a punto de plantarse en Primera División y las luces del viejo terreno de juego — “nuestro hermoso recinto deportivo”, se dijo entonces, y sigue siendo válido ahora— parecía que estaban encendidas siempre, cada vez que pasábamos por allí, se jugase o no se jugase. ¡Cómo se nos iluminaba la cara cada vez que veíamos pasar las jornadas y el Calvo Sotelo seguía en todo lo alto, codeándose con los mejores de una Segunda División de lujo!

Y no se crea que dirigía al equipo un afamado técnico llamado Rafkosky, sino un menudo entrenador, nacido en la toledana Ocaña, humilde y sin petulancia, pero, eso sí, un preparador de los pies a la cabeza, que supo entender que lo que se puso en sus manos no era cualquier cosa. Merece la pena recordar sus nombres: Arbea, García Fernández, Espinosa, Gabiola, Solé, Astorga, Maiztegui, Nebot, Portilla, Iturriaga, Marín, Posada, Ricardo García, Hernández, Fábregas, Feliú, Antoniet, Albert, Rovira, Noya y Fali.

No hará mucha falta recordar que daba igual quién ocupara el puesto de portero porque eran tres figuras de las buenas, por más que García Fernández apenas dejara de ocupar su puesto bajo los palos; de cómo Juan Portilla exhibía su técnica portentosa o el titán Marín se “comía” a todo el que pasara por su lado; de cómo Rovira corría la banda derecha sorteando rivales, mientras el pequeño Hernández volvía loco a su marcador de turno; y, por si fuera poco, Feliú o Noya, dos delanteros de verdad, batiendo a los porteros rivales. Y no olvidemos a Gabiola, Maiztegui o Nebot que apenas concedían goles. Diabluras hacían aquellos hombres, que luchaban como jabatos. Y solo voy a recordar para demostrar la alegría que nos daban un partido jugado el 26 de noviembre de 1967 en el Cerrú, en el que el gran Marín consiguió el 2-1 del triunfo final ante el Constancia de Inca en el minuto 94, después de fallar Posada un penalti en el 90. La celebración fue inenarrable.

El caso es que llegamos al 28 de abril de 1968, última jornada, ¡jugándonos el ascenso a Primera en Cádiz! Lamentablemente, nos ganaron 4-1 y luego perdimos la promoción de ascenso con el Córdoba. Pero eso no quita para que se nos haya olvidado que, si seguimos amando y apoyando estos colores, es porque hemos vivido los que otros ni han soñado; y porque hasta aquí nos han defendido muchos jugadores y técnicos que han vendido cara su piel para que Puertollano siga sintiéndose orgullosa de ser una ciudad futbolística de primera.

Hemos llegado hasta aquí para que cada semana los que se ponen esta camiseta —o se sientan en el banquillo— sepan que lleva grabada a sangre y fuego el esfuerzo de mucha gente; que es una camiseta llena de orgullo, heredera de un sentimiento imborrable, que no se puede vestir para “ir tirando”. Que no basta con declaraciones altisonantes; que a esta afición no “se la “cuela” nadie con cualquier frasecita hecha. Que lo que hay que hacer es cumplir, al menos, con un derroche intachable de esfuerzo y concentración, y demostrar que se es digno de vestir o dirigir con honra una zamarra histórica. Como socio, os digo que ya es hora de que contribuyáis a seguir elaborando nuestros sueños. ¡Por el Calvo Sotelo de Puertollano!

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