Federico Delicado y las liebres libres

Un reciente trabajo de Antonio Ansón (La imagen ensimismada, Revista de Occidente, 509, octubre 2023) pone en el mejor punto de mira –mira telescópica si se quiere, a la altura de los ojos mismos, como puede deducirse de esos esquemas oculares de ojillos vivos y vivaraces, que pueblan sus piezas  como bolas y como aforismos sueltos– los trabajos pictóricos de Federico Delicado en la muestra de Fúcares, Ánimas li(e)bres, que juega y conju(e)ga con la E caída del título –o del cielo, incluso– y con los equívocos consecuentes que se desplazan al caer la letra al abismo de los sentidos. Dice Antonio Ansón, en el trabajo citado que subtitula Notas para una teoría del desplazamiento en la historia del arte. “¿Cómo sería un mundo sin imágenes? Todo palabra. Y ¿un mundo de imágenes y solo imágenes? Parece imposible”. Puro desplazamiento, desfase o décalage, como un movimiento inadvertido e inexplicado. Aunque cada vez nos acerquemos más a ese continente de la Iconicidad Absoluta y al desplazamiento real de la Palabra perdida, que aquí, con Federico Delicado, puede ser la Letra perdida o la letra caída a la manera de los textos del Oulipo y sus restricciones; como hiciera Pérec en 1969 con La disaparition, escrita sin la letra E.  Iconicidad Absoluta como era, por otra parte, la referencia de imágenes tronantes y rampantes y de hiper-imágenes, anotada por Joan Fontcuberta en su texto La furia de las imágenes (2017), como caudal de la Iconorrea actual o de la Verborrea de las imágenes sin sentido y sin ton ni son.

Y ello trae causa de las relaciones abiertas entre Palabra e Imagen, como parte indisoluble de la Representación en el mundo contemporáneo concebido ya como un torrente de imágenes sin comprensión ni articulación. Una Representación histórica o una Historia de las Imágenes si se quiere, en las que siempre ha habido la necesidad de contar algo, hasta que se produjo la pérdida del relato con las vanguardias históricas de principios del siglo XX. Lo cual resume Ansón como un azar misterioso: “Si en la pintura suprimimos el relato, solo nos queda la pintura”. Si en la Representación suprimimos la Palabra, también perderemos el relato y el cuento. Y ello, dicho de alguien que ha recorrido el universo de la Ilustración de manera fecunda, parece acotar otro campo de trabajo a explorar. ¿Qué cuenta Federico Delicado, ahora sin el apoyo del relato y el texto de sus excelentes libros ilustrados?

Nos cuenta, creo yo, una sucesión implacable de acontecimientos visuales –desde la Pintura Histórica reconocible y verificable, hasta los trampantojos de la sociedad de la comunicación, desde la Era Visual a los emblemas triunfales de lo icónico, hasta la elefantiasis final de las imágenes cotidianas: comic, publicidad, televisión, plataformas, podcasts y redes– que habrá que interrogar y templar, como se templa el acero de la reflexión en el fuego de la memoria y del olvido. Incluso, y a veces, emerge la pretensión de rozar el asunto del Cuadro dentro del cuadro, tan consistente como pertinente en esta era saturada de imágenes y de colores. Y que, como nos cuenta Julian Gallego en el libro homónimo de 1978, siendo un tema barroco por excelencia, puede llegar hasta nuestro días como trasunto de una Metapintura y de otras meditaciones. O de una reflexión de lo pictórico desde la pintura. Incluso como una reflexión de lo zoológico en la pintura, que cuenta con un notable precedente en todo el grupo de representaciones vinculadas tanto a la Creación del Mundo, relatada en el Genesis, como a la secuencia de acumulación animal conocida como Arca de Noé y el consecuente embarco de todas las especies animales. Y aquí desfilan posiciones históricas como las de Bassano, Brueghel el Viejo o Castiglione. Posiciones que delatan la pertenencia de la representación animal a un orden Mitológico, Sagrado y, finalmente, Pastoril. Haciendo patente la vinculación de la simbología con la zoología, como acontece en el tetramorfo del Evangelio, con águilas, toros y leones y un solo humano. Las posiciones posteriores, harán aparecer la representación animal como algo alegórico y productivo –una vez perdida las valencias anteriores de lo ritual y sagrado–, como ocurre en las Carnicerías de Carracci de 1580, o en la suerte de Bodegón de Pieter Aertsen, de 1551, y llamado, retorcidamente Bodegón con carne y Sagrada Familia, que cuenta con otra versión como Puesto de carnicero en la huida a Egipto. Asuntos todos ellos tratados en mi texto Representación de la carne: carnación comida, cuerpo, vísceras (El Rapto de Europa, nº 40, 2019).

La inflexión del siglo XX en la representación animal va a experimentar el tremendo desplazamiento que verifica el imaginario de dibujos y películas de Walt Disney a pesar de la desdicha, sentida y confesada por Sánchez Ferlosio, en su texto La forja de un plumífero (1998). Quien fijaba que ese mundo animalizado “era la mayor catástrofe estética, moral y cultural del siglo XX”, junto a la acusación sostenida de ser “el mayor corruptor de menores”. Todo ello, como consecuencia de la antropomorfización de los animales, dotándolos de sentimientos y cualidades humanas, de la mano de todos los precedentes literarios emanados de las fabulas clásicas de Esopo a Iriarte o Samaniego. Estableciendo, con ello, un idealismo animal que se aproxima a las paradojas de los Bestiarios clásicos. De esa matriz dialogante entre hombres y animales serían algunas aportaciones pictóricas recientes de Isabel Villar –grupos de familia apacible y ordenada con la presencia de un animal exótico que altera el equilibrio–; la coexistencia de humanos y animales de Paula Rego, como protagonistas simultáneos y dudosos en un día previo a la Creación del Mundo; y la secuencia de María José Gallardo con sus paisajes ¿posindustriales? alterados por una zoología tan amenazante como amenazada.

Los trabajos ultimados y sorprendentes de Federico Delicado, que presenta en la Galería Fúcares de Almagro desde el próximo 2 de diciembre, bajo el marchamo equívoco de Alma li(e)bre, que tejen una sutil reflexión sobre los campos de la representación y sus equívocos y zigzagueos, para inscribirse en todos esos precedentes de lo zoomórfico, lo simbólico y lo alegórico. Con guiños a posiciones derivadas del cine americano de los 50-60, a esa propia iconografía del american way of life y a las posiciones del gurú artístico de finales del siglo XX, Joseph Beuys y las liebres.  Movimientos sutiles y hallazgos nucleares que, según el autor, tienen un comienzo casual y fortuito. Relacionado con la literatura y con los animales, una suerte de zoología literaria o de zoología pictórica ahora con sus propuestas diversas. Universo de la zoofilia y de la transformación paradójica del animal en humano, que él mismo ha trazado ya anteriormente como ilustrador de múltiples asuntos por los que es de sobra conocido y apreciado. Y en los que tienen cabida preferente el mundo animal que, como se sabe, componen el nervio central de las piezas conocidas como Fábulas que suelen –más allá de la inversión animal practicada en asuntos humanos– aparejar una Moraleja o enseñanza moral. Y de aquí esa pretensión del juego verbal del Alma liebre, con la letra E caída, para dejar el asunto en manos de un Alma li(e)bre, que vaga errabunda por el mar de los signos a la manera de los aforismos de José Bergamín, conocidos como Pensamientos liebres. Ahora ya, ni siquiera libres.

Federico Delicado, desde el 2 de diciembre en Almagro, Galería Fúcares.

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