Lleva años tomando fotos en blanco y negro; preciosas instantáneas que han olvidado los colores de otras épocas. Le apasiona enfocar y lograr esos contrastes entre brillos y oscuridad.
Sin embargo, he descubierto que mamá no lo hace por placer.
Cuando dormimos, ella se levanta para dibujar esos retratos a mano alzada; les da vida en tonos carboncillo. Y, con una goma de borrar, retoca la tristeza y ansiedad de su rostro para recuperar la libertad que le roban los golpes de papá, que se ha empeñado en encarcelarla entre barrotes de color púrpura.
Nunca la oigo llorar, pero lo hace; no grita, pero sé que calla; jamás la vi quejarse, aunque veo sus heridas y deben de doler. Duerme acurrucada en un rincón, para no molestar al enemigo.
Solo deseo ser mayor, fuerte y grande como él, pero menos cobarde, y ayudarla a pedir ayuda…
Sin palabras mudas