La bandera nacional es uno de los símbolos importantes de la nación que representa a un país. Este emblema colectivo sustituyó —a partir del siglo XIV—, al estandarte personal que identificaba a los reyes, sobre todo, en el ámbito castrense. Tanto en las batallas que libraban contra sus enemigos, como en los fastos y desfiles a los que asistían, incluyendo las justas y los torneos en los que participaban.
La más antigua de estas enseñas, es la de Dinamarca. Hoy, más de siete siglos después, sigue siendo el símbolo nacional de aquel país nórdico. Pero hay países en los que es mucho más reciente; y, en algunos, se ha usado de manera efímera, aunque los cambios de estos símbolos no han sido habituales. Lo que sí ocurre es que se emplean tres tipos de banderas según su uso: la civil, la militar y la institucional, aunque básicamente coinciden.
Hay banderas institucionales, que representan a una entidad internacional —como las de la Unión Europea, o la OTAN—, a un país, a una región, a una provincia o a un municipio, entre otras demarcaciones. Todas referidas a un ámbito territorial delimitado. Luego existen otras que se utilizan como lenguaje en el tráfico marítimo, en las regatas deportivas o en tiempos de guerra.
Aunque también las hay que representan a determinados colectivos; sean estos religiosos, ideológicos, de género o pertenecientes a cualquier grupo o movimiento social. Además, las hay corporativas o comerciales, así como las de marcas reconocidas en el mercado.
Volviendo a las banderas como símbolo nacional que representa a un país y más concretamente al nuestro, hay que decir que la nuestra tiene su origen en el reinado de Carlos III, quien, en 1785, la adoptó como bandera de la Marina mercante y de guerra. Aunque oficialmente lo es desde 1843, cuando reinando Isabel II se impuso como enseña nacional y unitaria para todos los usos tanto en el país como fuera de nuestras fronteras.
La actual bandera, la rojigualda, ha estado en vigor desde entonces. Y nuestra Constitución de 1978, así la reconoce. Pero, durante un breve periodo, el de la II República, estuvo en vigor la tricolor, desde el 14 de abril de 1931 hasta el 17 de julio de 1936, en todo el territorio nacional. Y desde el 18 de julio de 1936 hasta el 1 de abril de 1939, en la zona republicana, durante la Guerra Civil.
La actual enseña sustituyó a la blanca con la Cruz de Borgoña, que se implantó cuando contrajo matrimonio Juana I de Castilla con el Archiduque de Austria Felipe “el Hermoso”. La rojigualda, se eligió en un concurso convocado por Carlos III, para que no se confundiera con los buques de guerra y mercantes de potencias como Francia, que llevaba en sus naves también el color blanco por pertenecer, como la corona española, a la casa de Borbón.
En cuanto a la tricolor, —la roja, amarilla y morada—, hay una justificación contradictoria por quienes la propusieron, aunque se coincide en que lo que se pretendía era que fuera diferente a la anterior. Se dijo que el color morado correspondía al sacrificio y al esfuerzo del Reino de Castilla, especialmente para reivindicar el levantamiento comunero contra Carlos I, ya que el rojo y el amarillo simbolizaban al Reino de Aragón.
Pero parece ser, por decirlo de alguna forma, que hubo un error daltónico al elegir el color, ya que el morado nunca fue usado ni representó al movimiento comunero ni a la Corona de Castilla. El que se utilizó fue el rojo carmesí. Se llegaron a analizar los tejidos pertenecientes a pendones de la época de los comuneros, comprobándose que el carmesí era el color auténtico. Pero el morado, pese a tratarse de un error, permaneció en la bandera republicana.
La tricolor empezó a utilizarse a finales del siglo XIX por algunos concejales revolucionarios del Ayuntamiento de Madrid, que adoptaron el fajín tricolor para los actos oficiales, como insignia y distintivo municipal. Sin embargo, en la I República siguió siendo enseña nacional la bandera rojigualda, aunque se empezó a utilizar la tricolor, junto a otras, como la roja, la francesa, la holandesa, la blanca y negra, la azul…
Pero la bandera tricolor no estuvo exenta de polémica. Recientemente, se ha conocido un hecho sorprendente. El general más prestigioso y el mejor estratega del bando republicano, el valenciano Vicente Rojo, escribió un artículo en el que criticaba el cambio de la bandera. Consideraba un grave error no haber mantenido la rojigualda, “que nació del pueblo, —se implantó en un periodo liberal—, mientras que la tricolor surgió de una minoría sectaria”.
Hoy hay españoles que honran a su país y a su bandera, ratificando su juramento o jurándola por primera vez; mientras que otros siguen los argumentos separatistas y, —aunque algunos lo hagan sin saberlo—, la llaman trapo, ninguneando y deslegitimando, eufemísticamente, nuestra enseña nacional. Y algunos más, la descuelgan de las sedes institucionales, mientras que en esas mismas dependencias, exhiben otras que solo representan a respetabilísimas minorías.
Gracias, Manuel, por la bonita clase magistral vexilológica. Se te ha olvidado nombrar esa bandera tan chula con el aguilucho y que con tanta gracia y donosura y violencia están enarbolando estos días ante la sede de un partido político democrático. Que la vandalización y barbarie perpetrada por las derechas no genere rechazo alguno a los colaboradores de este diario no lo entiendo, porque demostráis que sois gente de orden que os pone de los nervios cualquier manifestación de otra gente más alineada a la izquierda. Ni una línea, oye , ni una mención a esos vivas a Hitler, Franco. Tampoco las muñecas hinchables, las consignas homófobas , xenófobas… En fin
La bandera es un símbolo del país.