El arco temporal que se extiende entre 1983 y 2023, en el Urbanismo de Ciudad Real –último cuarto del siglo XX y primer cuarto del siglo XXI–, permite verificar el balance de la gestión municipal realizada por las diferentes Corporaciones habidas y establecer los calificativos que se considere oportuno, en función del saldo de resultados reales. No todos ellos gratos y gratificantes, más allá del autobombo con que se han presentado algunas de las medidas estrella de todo el archivo disponible de Planes y Programas en estos años transcurridos. Daba cuenta ya de ello, en el texto de 2018 Planes y parábolas: “Otra cuestión por considerar será la presunta eficacia de tales instrumentos de ordenación urbana y su grado de cumplimiento y eficacia final. Ubicables dichas herramientas planificadoras en el marco normativo que naciera en 1956, con la primera Ley urbanística española, conocida como Ley del régimen de Suelo y ordenación urbana. La pretensión de tales documentos se ha encabalgado entre las dos tendencias de las filosofías planificadoras: la Indicativa, al modo de los Planes de Desarrollo Económica y Social de 1964 en adelante; y la Planificación Directiva o Central. Esto es programas abiertos a la iniciativa privada y programas exclusivamente públicos, como los soviéticos de la Planificación Quinquenal. Algún día habrá que hacer ese balance histórico del Planeamiento urbano local y provincial, por no hablar de otras instancias superiores que viajan desde los Planes Provinciales de Servicios Técnicos de los años sesenta y setenta, a las Normas Subsidiarias Provinciales (1980), pasando a los Planes Provinciales de Cooperación Municipal de la misma década; hasta los más recientes Planes Territoriales y del Medio Físico, producidos ya al amparo de la pretensiones de las diferentes legislaciones autonómicas, de la mano de las variadas LOTAU que han existido en el territorio regional”.
“Sólo en el caso de Ciudad Real capital hemos contado con hasta seis instrumentos planificadores, desde el temprano PGOU de 1963 al PPCR de 1968, desde el PGOU de 1976 –adaptación a la nueva Ley del Suelo de 1975–, hasta su revisiones y modificaciones de 1987 y 1997. Incluyendo el no nato, pero si iniciado y redactado el Avance del POM –Plan de Ordenación Municipal– de 2010, recientemente decapitado. Junto a ellos, habría que citar el Plan estratégico 2005-2015 o la iniciativa EDUSI 2017-2022. Para completar el bucle melancólico de las Planificaciones Prometidas, el pasado día 26 de diciembre [de 2017] asistimos al nacimiento de otra realidad nueva, denominada sutilmente Plan Modernizador 2025. Plan que ni es unas Plan Urbanístico y Territorial, ni es un Plan Económico de las administraciones concertadas”.
Tiene cuenta ese recorrido citado antes –1983-2023– del primer encontronazo sostenido en la corporación en 1984 que supondría la salida del arquitecto municipal, Idelfonso Prieto y García Ochoa –por el affaire conocido como Los Girasoles y un camuflado incremento de edificabilidad–, y la consecuente moción de censura formulada por el GMS –Grupo Municipal Socialista– sobre el concejal Delegado de Urbanismo, Antonio Vich Iglesias en septiembre de 1984. Moción que fue tumbada por la mayoría conservadora, pero que dejaba visible el estado de la cuestión a la altura de ese año crucial en las cuestiones urbanísticas locales que puedo haber sido –pero que no fue– un punto de inflexión.
Y podría cerrarse el arco temporal citado, de 1983-2023, con la pronta salida del último –por ahora– Concejal de Urbanismo, Óscar Ruíz, que apenas ha aguantado 4 meses al frente de sus responsabilidades en el ensayo de gobierno PP-VOX. La reflexión de la inestabilidad del puesto, la captura con acierto, Escolástico González en su reciente escrito Concejales de Urbanismo –La Tribuna, 6 de noviembre– con un énfasis marcado en “los cinco concejales conocidos en 8 años”, así como en “la canibalización de la concejala anterior” [Raquel Torralbo] por cuenta de la exalcaldesa Zamora, asumiendo la coordinación, entre 2021 y 2023, del área y desautorizando de hecho a la concejala efectiva Torralbo. La misma Zamora –ahora en función de alcaldesa– que anunciaba a bombo y platillo, el 31 de diciembre de 2015, “Un proyecto a 7 años para modernizar la ciudad” que denomina Ciudad Real 2022 y que abre una estela de figuras complementarias a las propias del Planeamiento Urbanístico a través de figuras variadas. El movimiento de Pérez Ruíz, un movimiento vertiginoso –por la celeridad de su resolución y por lo pronto de su fallo–, y por el vértigo que se advierte al mirar el balcón de las responsabilidades urbanísticas en una ciudad tan castigada –por los malos gestores y por tibios planificadores– como desordenada, solo tiene el parangón del sostenido en 1995 por el actual arquitecto municipal Emilio Velado, que asumió la Concejalía de Urbanismo –bajo Alcaldía de Gil Ortega– con una brevedad parecida a la de Pérez Ruíz y por ello llamado “Velado el breve”, que cedió sus trastos a Gabriel Miguel Mayor. Curiosamente, eso lo contaba Pablo Díaz-Pintado en su artículo Ciudad Real tiene un Plan (Lanza, 2 de mayo de 1997), para dar cuenta del plan aprobado en ese año por la corporación del Partido Popular, por más que el desarrollo tuviera –como repite Díaz-Pintado– “origen socialista” y aprobación inicial bajo la alcaldía de Clavero y redacción responsabilizada en la figura del Gerente de Urbanismo, Alejandro Moyano. Plan que contando con las incidencias territoriales del Reino de don Quijote y del Aeropuerto, aún sigue con nosotros. Una vez fallida la iniciativa de 2010 de actualizar –de acuerdo a la normativa vigente– con la figura del POM, finalmente retirado en 2018.
Aeropuerto y Reino aún están ahí, durmientes, sin resolver, afectando directamente a la planificación futura de la ciudad, uno en suelo industrial y el otro en residencial. De 1987 a 2023 han sucedido muchas cosas. La ciudad entra en una espiral peligrosa donde nadie se atreve a un nuevo plan por la paralización que pueda suponer para los proyectos cortoplacistas. La idea de un gobierno municipal de legislatura a legislatura, para ir ganando partido a partido, en este caso es contraproducente.