Es complicado explicar lo que sucedió encima del escenario sin mencionar la ovación posterior, que retumbo en la sala del Teatro Quijano de Ciudad Real durante varios minutos. No recuerdo que una interpretación individual que me haya conectado tanto con un personaje, pero sucedió a manos de Carmelo Gómez, que se puso las pieles de Pacífico Pérez para mostrarnos la dualidad entre la guerra y la paz.
Nos llevó a través de la vida de un condenado a muerte para mostrarnos, de forma sublime, cuanto puede influir dónde nos criamos. Para acompañar y guiar, contó con la ayuda de Miguel Hermoso, que cuajo otra genial actuación en el papel de psiquiatra, puliendo aquellos detalles que quedaban en el aire sin zurcir.
Tanto enorme fue el trabajo de Carmelo, que las palabras que surgían de boca de Pacífico, que al principio eran casi incomprensibles, se moldearon de tal manera que, pasados unos minutos, pudimos traducir su particular manera de hablar sin esfuerzo alguno.
Incluso Miguel Delibes estaría sorprendido de la adaptación teatral de su obra “Las guerras de nuestros antepasados”, y no tengo duda de que habría sido uno de los asistentes que se habría puesto en pie para aplaudir, profundamente conmovido por la maravillosa complicidad que ambos actores demostraron en todo momento.
Si tenéis la posibilidad, no dudéis en asistir. Y ya que estáis allí, si me hacéis un favor, decirle a Pacífico que le envío un apretado abrazo.