Manuel Valero.- La guerra entre Israel y Hamas, en directo, reza en muchos de los periódicos digitales. La digitalización de la prensa ha hecho realidad esos periódicos que en el universo de Harry Potter presentaban fotografías animadas. Así las grandes cabeceras aparecen como una síntesis de todos los mass media rompiendo con la naturaleza estanca de todos ellos que era lo que les daba personalidad propia. La televisión entretenía antes que informaba, la radio era más inmediata y cálida, y en los periódicos o revistas se desmenuzaban los contenidos con el análisis de los acontecimientos. Había que leer. Eso al menos estudiábamos en la Facultad de Periodismo. Se desprendía de ello una suerte de clasificación entre la audiencia receptora de tal modo que no era lo mismo el consumidor de televisión que el oyente de radio o que el lector de periódicos. Todo ello, desde luego, antes de la llegada de las televisiones privadas, la emisión durante las 24 horas del día, las plataformas y, por supuesto, internet y los diarios que ofrecen audio, imagen, texto y opinión desde sus trincheras. Un repaso por la prensa digital española resulta muy clarificador.
Es inevitable, no hay nada que hacer, así que más vale adaptarse tratando de seleccionar los contenidos y de que el medio no domine al receptor hasta aprisionarlo en una adicción indeseable, y a un mundo hasta hace muy poco inédito en el que el vértigo de la secuencia de la actualidad, la abundancia de contenidos, verdaderos y falsos, el exceso de información y el predomino de la imagen inmediata (en directo) crean una endiablada entropía que aplasta la insignificancia de lo que somos, así tomados de uno de uno, como canta el poeta. La nueva sociología de las tic,s ha llevado a considerar inconcebible carecer de un móvil hasta el punto de llevarlo para grabar una masacre y colgarla en las redes como hicieron los valientes soldados de Hamas.
Pero… ¿y la televisión? La televisión acompaña masivamente al género humano desde finales de la Segunda Guerra Mundial con la primera normativa seria de regulación de señal y desde que en España se estrenó para la audiencia en 1956. Su llegada supuso un cambio profundo del entretenimiento de la sociedad española a medida que se socializaba la adquisición del aparato de las 625 líneas al tiempo que se consolidaba como un instrumento de propaganda franquista de primera magnitud.
Es una vieja amiga, la tele, que escribió hitos de relevancia y fue una generadora de modas y nuevas costumbres que sacudió, lo mismo que internet hoy, la sociología de los pueblos. Sin embargo, no era más que un mueble lúdico y doctrinal incapaz tecnológicamente de mostrarse como un libro del mundo las 24 horas de todos los días.
La llegada de las televisiones privadas fue al principio una inocente propuesta de entretenimiento que fue evolucionando hacia la trivialización y la aparición de la telebasura que bajo la coartada de hacer olvidar las atrocidades del día suministra desde entonces unas cuantas toneladas de detritos. Umberto Eco me dijo en Almagro durante una entrevista que los propietarios de los grandes grupos de comunicación son hoy los señores feudales de antaño: la guerra feudal de los grupos por hacerse con el fútbol. El avance de los medios tecnológicos y digitales para el directo, la competencia atroz, la proliferación de tertulias ideológicas más que analíticas, han convertido a la televisión en un continuo surtidor de atrocidades y de contenidos luctuosos. Prima el afán de ganarse a la audiencia que el de servicio público (aunque sean privadas) de información. Violaciones, peleas callejeras, accidentes, asesinatos, asaltos, robos y todo lo mejor de cada casa lo tenemos a diario en el salón sin apenas respiro, aliñado todo con la obligada especia del sensacionalismo: casos Daniel Sancho o Rubiales, por ejemplo. Y por supuesto, la guerra. Sí, la misma guerra que podemos ver en los digitales, pero que en la televisión doméstica adquiere un grado más por la consideración de totem en que tenemos al aparato. La mayor parte de los contenidos se nutre de lo peor de cada casa, un completo e indigesto menú de miseria humana, programas de sucesos tratados con morbosidad o realities, que son la consagración suma de la telebasura. Casi todos los concursos están guionizados y previstos, no hay nada, o casi nada, al azar, aunque la audiencia pique el anzuelo de ver espontaneidad, idiotizada por una gran producción de personal técnico y medios, actores protagonistas, tertulianos de la casquería, y presentadores. De la guerra a la mierda televisiva.
Poco se salva de las televisiones. Hay, sí, cosas dignas pero son pocas en proporción. La pública aún mantiene el tipo con dignidad pese a su dependencia del Gobierno de turno, y persevera en la intachable resistencia de La 2, refugio de intelectuales, mustios, descatalogados, aburridos y gafapastas: la gran y diletante minoría consumidora de televisión.
Como faltaba la guinda y no teníamos bastante con ver en directo las casas de Kiev mordidas por las esquinas, ahora estalla la guerra en Israel para dar contenido en directo a ese medio, transformado en un caudaloso surtidor de lo trágico y fétido de la condición humana.
Claro que hay otros canales y que el botón de programas es democrático, pero todos sabemos que son un par, las cadenas generalistas que se pelean por el abobado espectador, ese que no se recluye en las plataformas temáticas o de cine, en La 2 o, simplemente leyendo un espeso libro que solo tiene letras. Un horror.
PD.- Varios estudios apuntan a que los jóvenes consumen poca televisión. Uno no sabe si aplaudirlo… o lamentarlo si en el móvil ven la misma mierda que en la tele a la hora de comer, o de cenar. A cualquier hora.