Manuel Valero.- Leí la profusa plantación de árboles, arbustos y flores que la concejalía de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Puertollano va a emprender para colorear la ciudad el mismo día en que el polvorín de Oriente Medio volvía a reventar con abominable virulencia. El mundo es hoy un único barrio planetario que sigue cargando con la absurda inercia de la guerra que no ha parado desde que el hombre se puso de pie y se dispuso a defender la charca de la tribu. El hombre es malo por naturaleza, al contrario de lo que sostenía Jean Jacques Rousseau y es la sociedad con sus leyes la que trata de contenerlo. Tener la oportunidad de ver guerras en directo es por lo tanto una consecuencia lógica de esa evolución. De la quijada al misil. ¿Qué ha cambiado entonces? Nada, salvo la terrible sensación de no sentirnos ajenos en ese barrio planetario aunque en nuestra ciudad se viva la ilusión de una paz coloreada de flores y la sangre salpique nuestra mesa, porque salpica. Siempre se ha dicho que el mal es ruidoso. No hay lejanías. La interconexión de todos con todo, antes que un abrazo fraternal y solidario, es un encuentro cotidiano y diario con lo más pútrido de la condición humana. La globalización era esto. De poco me sirvió leer la próxima actuación municipal para enriquecer el jardín urbano. Contemplar las imágenes del ataque de Hamas a Israel y la respuesta de Netanyahu como postre a los bombardeos rusos sobre Kiev el mismo día que Granada reunía a lo más granado de Europa, es bastante desalentador. Y bandadas de niños huyendo o jaleando. ¡Santo Dios!
¿Y qué tiene que ver una cosa con otra? Absolutamente todo. Porque todo parece estar cosido con un alfiler o como si el saco del mundo estuviera engordando de mierda hasta hacer peligrar las costuras. Una rápida visión de lo que ocurre en este solitario y atormentado planeta azul, cuya visión por quienes han tenido la suerte de viajar al espacio les ha dejado una huella indeleble, te agria el desayuno con tal contundencia que desvanece la plausible plantación de flores y árboles en la ciudad donde vives: en Argentina, un tal Javier Milei, estrafalario y populista que se autodefine como anarcocapitalista con su partido Libertad Avanza (la perversión del lenguaje es otro mal que nos atosiga) puede alzarse con la victoria electoral, en Nicaragua el que fuera mítico revolucionario Daniel Ortega se ha convertido en un espantajo espantacuras, en Estados Unidos el candidato Donald Trump acosado por la justicia avanza en progresión geométrica y en proporción directa al acoso judicial, la Rusia de Putin sigue a lo suyo, proporcionándonos escena bélicas gratis por la televisión, las riadas de desheredados de la tierra son la viva imagen del absurdo humano, en España andamos en un sinvivir esperando el milagro del nuevo status catalán encajado en la Constitución, y como telón de fondo el clima amenazador y dislocado que alimenta teorías conspiranoicas y el supuesto poder de élites sombrías que dicen (Bill Gates) que plantar árboles es malo. Para qué hablar del modorro y ridículo norcoreano que heredó el trono comunista de su padre y juega con el botoncito rojo como un border line, o de la frágil estabilidad social de Latinoamérica, o la franja del Sahel africano, campo de pruebas de los anteriores, o de la propia Unión Europea que sí, es el espacio más humano pero maniatado tratando de no perder el sitio y la cordura, o del incierto futuro inmediato de la humanidad, o los ensayos de ingeniería social, la Inteligencia Artificial… Buf.
Siempre queda el recurso de acudir a esas zonas del planeta supuestamente vírgenes donde no llega la lujuria consumista o los efectos de la guerra. Uno se imagina paseando por la pampa, las estepas rusas, las selvas africanas, los fiordos noruegos, por la Groenlandia interior, por las llanuras mareantes de la Australia profunda… o mirar el espectáculo gratuito del atardecer en una isla remota o las cortinas verdosas de las auroras boreales para desembarazarse de la idea de que el planeta, jíbaramente reducido a un violento barrio planetario, aún puede respirar sin temor a romper las costuras. Pero eso sí conviene no llevarse ningún artilugio de conexión porque no debe ser nada agradable contemplar desde el centro de la Antártida, la jauría humana de Hamas matando, violando y secuestrando y el cielo de Gaza convertido en un espectáculo de pirotecnia mortal.
Parece que no hubiera lugar para el sosiego pero hay un recurso casero. Mirar paisajes de belleza inimaginables que te ofrece el ordenador como salvapantallas, curiosamente. La Naturaleza, ajena aparentemente al horror de los días, con un rol salvífico. De la sangre a las flores cercanas, o de las flores a la sangre. Y así vamos.
Mirar hoy los diarios o ver la televisión puede disparar el consumo de ansiolíticos que no es nada recomendable. Prefiero esperar a que mi ciudad luzca de flores, setos y árboles, sin atender el ruido político del y tú mas o menos que causa aburrimiento y desencanto. En las mismas redes hay demasiado ruido y por todas partes parece filtrarse un lixiviado pegajoso y tóxico como una mala baba que lo empercude todo.
Hoy me ha invadido el pesimismo después de repasar la prensa, ver las imágenes de la guerra y el insoportable frentismo que nos separa. los invertebrados españoles. A veces pienso que es como si estuviéramos a las puertas de algo desconocido, pero no me hagan caso. Aguardaré a oler las flores de mi ciudad sin atender la marca corporativa de quien las ha sembrado.