Manuel Valero.- Es la lengua, estúpido. En eso se basan las llamadas comunidades históricas cuya definición ya supone un insulto a la inteligencia. Si en Galicia no se hablara gallego, ni en el País Vasco, euskera, ni en Cataluña el catalán, no habría sentimiento nacionalista que valga.
La dictadura de Franco lo fue para todos, pero como en los demás territorios solo se hablaba el castellano no hubo represión lingüística. Y en eso se basan nuestros compatriotas del noroeste con menos intensidad, del norte y del nordeste. Con el régimen del 1978, ése que permite a los indepes comer, y muy bien, del erario público nacional, las lenguas se normalizaron y se procedió como era de justicia. El castellano es la lengua oficial del Estado y las demás lenguas, cooficiales en sus respectivas autonomías. Sobre todo por un mínimo detalle, el castellano es hablado por todo bicho viviente de los Pirineos hasta Punta de Tarifa y más allá, y esa evidencia hace que la comunicación sea más práctica, rápida y operativa. Andando los años y luego de sangre, sudor y lágrimas, antes de apaciguarse, los nuevos babelios apretaron la marcha.
Por eso la conversión el otro día del Congreso de los Diputados en una moderna torre de Babel tenía la finalidad de hacer más visibles las realidades de las naciones que en el seno de la nación madre malconviven conviven a conveniencia. Y nosotros sin enterarnos. Durante los más de cuarenta años de democracia, que se dice pronto, las comunidades lingüísticas se afanaron en enseñar la lengua vernácula a los niños en las escuelas, lo cual no es condenable salvo por el hecho de que ese aprendizaje tenía el propósito de arrinconar el castellano… hasta el punto de casi prohibirlo o prohibirlo sin más. EL aprendizaje en las aulas era la semilla del independentismo porque una lengua crea un Estado en su forma de interpretar el mundo. Las políticas de inmersión, sobre todo en Cataluña, puso a los vigilantes de la lengua en las misma posición que el dictador: la prohibición de la otra.
La imagen de un Parlamento poliglota con una única traducción simultánea al español que todos conocen porque hay un idioma común que luego sus señorías utilizan en el bareto o el restaurante, raya en lo absurdo que es lo peor que le puede pasar a los políticos, las políticas y la política. Supongo que andaluces, extremeños, murcianos, castellanos tanto leoneses como manchegos, riojanos, cántabros, valencianos, asturianos, aragoneses y canarios se sentirán tentados a no consentir el menosprecio de ser menos por su condición de monolingües o bilingües de baja intensidad si la cosa sigue y hay amnistía, autodeterminación y perdón de la deuda contante y sonante con o sin condón. Sobre todo nuestros compatriotas que tienen en su acervo cultural el valenciano, el castúo, el bable, el silbo gomero, el aranés y la biblia en versoY lo peor de todo: diputados socialistas incluyendo los nuestros de la provincia aplaudiendo el disparate. No estaría de más reivindicar el manchego terronero con José Mota como lingüista mayor del reino.
Así que después caminar por más de cuarenta años en libertad, bajo el amparo de una Constitución, -que por supuesto se puede modificar en un clima de normalidad política, con amplio consenso y siguiendo los trámites-y con los derechos lingüísticos reconocidos, estamos en un punto de peligroso equilibrio. Mientras, aguardamos acontecimientos y hacemos cábalas sobre el futuro inmediato. Si habrá elecciones o no, si Pedro Sánchez logrará cambiar de opinión por enésima vez con el consentimiento de los parlamentarios/as socialistas, encajando en la Constitución lo que no cabe en ella, si habrá un toque a rebato entre las mismas filas socialistas, si se alzarán más voces contra el resistente pertinaz, si en la investidura habrá cuatro torpes en el momento de darle al botón del voto y, sobre todo, si el asunto no se encauza por la mejor de las veredas (la inmensa mayoría)… cuánto tiempo llevará el que el malestar general conecte con la calle que ya han puesto a calentar los populares. Menos mal que estamos en la Unión Europea y en 2023.
¿Será verdad que no se nos puede dejar solos?