Querida amiga:
Ya, ya sé que voy tarde con la postal de verano. Te diría que ando muy liada, pero la verdad es que con el calor y Netflix la pereza me invade. Bueno, en mi descargo, te diré que al menos lo de ir a andar todos los días lo estoy cumpliendo. Que te podría decir que lo hago por salud, porque hay que dedicarse unos minutos a una misma al día, porque me permite descubrir mi vida interior, porque es un momento de introspección y todas esas milongas que cuentan los runners pro. Pero, chica, como correr, no corro, ando rapidito, eso sí, esas reflexiones profundas las dejo para los iluminados. La verdad es que lo hago porque me he enganchado a podcasts de crímenes y así puedo escuchar un episodio entero sin que me interrumpan.
Siempre hago la misma ruta, eso sí. La pereza no sale de mi cuerpo ni para buscar una alternativa en Google Maps. Cada día salgo con el propósito de «introspeccionarme» un poco. Tiro la basura, le doy al episodio y, ¡hala!, voy a pensar en futuros proyectos, revisionar el pasado, aceptar mis errores, nuevos propósitos y blablabá. Pero ya sabes que me disperso con poco y a seiscientos metros hay una terraza que siempre está llena de gente a la hora que paso. A mí me gustaría echarles una mirada impertinente, de esas de «envidiad mis hábitos saludables» a los que están sentados con sus cervecitas y tapitas, pero, chica, solo se me sale la babilla cuando veo las mesas con patatas fritas, pan con tomate y jamón y la cervecita helada y procuro no mirar y no pasar demasiado cerca por si me da por robar alguna aceitunilla olvidada en una mesa sin recoger. La autosuficiencia esa no la tengo. Eso me define como buena persona, creo yo, ¿no?
Cuando vuelvo a mentalizarme para buscar mi vida interior, no sé por qué, será que septiembre ya casi está aquí, me da por pensar en los jerséis y zapatos que tengo que comprar, los cuadernos, las mochilas. Ahí acelero, que me lo dice el reloj inteligente. Y mis pulsaciones, no hace falta reloj. Y pensar en el gasto que se avecina también ayuda al sprint, no creas. Y que ese kilómetro es llano, no te voy a engañar, amiga.
Estos días está lleno de policías. Muchas furgonetas, muchos coches, muchas motos. Y, bueno, yo sigo con mi podcast de crímenes y buscando mi vida interior. Que un tío se cargó a su familia y se escapó a las Bahamas. Yo también lo haría después de pensar en lo que va a tiritar mi tarjeta este mes. Me refiero a lo de las Bahamas, que lo de la familia está feo y, además, necesita preparación. Y, ya sabes, la pereza me puede. Si la tarjeta tiene que tiritar, mejor que sea por las Bahamas que por uniformes escolares, ¿no? Vuelvo a dispersarme.
En el tercer kilómetro llego al sitio ese donde Buñuel y Lorca se ponían finos con la malvar. Parece que han puesto un concesionario ilegal de Volkswagen. Está lleno de Multivan de la Policía Militar con el logotipo de la UE. Están los ministros cenando allí. Les habrán dado ticket restaurante o algo así, porque llevan dos días seguidos yendo al mismo sitio. También te digo que aparcar todas esas furgonetas en el casco no lo hace ni el mejor jugador del mundo de Tetris. El sitio a mí me gusta, ojo, y voy de vez en cuando para ver si se me adhiere algo de la genialidad de los de la Orden de Toledo. Pero, chica, yo sigo escribiendo igual que antes. Va a ser que tomo merlot. Y el merlot no da genios. Habrá que seguir intentándolo.
Y, mientras pienso que mi falta de genio es por culpa de la uva, decido volver a buscar mi vida interior, a la vez que escucho que a un borracho irlandés lo intentaron matar chorrocientas veces y siempre salía ileso. ¡Qué tío! El alcohol le salvaba la vida una y otra vez. Las furgonetas policiales siguen dando vueltas por la ruta del colesterol. Y las motos. Y los coches con luces azules. Y atardece, que, vale, no hay mar ni montaña, pero en Castilla también se sabe poner el sol de bella manera. Suena una pequeña explosión y una bandada de pájaros sale despavorida de repente en mitad del campo, con una casa abandonada en medio. Ya mi búsqueda de vida interior se ha ido al garete. Mi cabeza centrifuga en ese momento una novela negra con una muerte extraña en mitad de la cumbre de ministros. Un asesinato en el que un poli de la Interpol, con una vida desquiciada y severos problemas de personalidad, tiene que resolver con ayuda de una «andadora rapidita» que ha sido testigo sin saberlo y se ha cruzado con el criminal. Ya que la introspección es imposible, paso a una de espías, a un thriller. Pero la «andadora rapidita» es la que resuelve el lío, de esa burra no me bajo. También gustan mucho. Pero mi gozo en un pozo porque el disparo ha sido una bolsa blanca al paso de un Fiat Multipla. ¡Qué horror! El coche, digo, que es un poco antiestético. Vuelvo a dispersarme, chica, ya me vale.
Y ya me queda el último kilómetro y todavía no he llegado a ninguna conclusión de mi vida, ni interior ni exterior ni la de los Sims. Solo me ha quedado claro que hay que comprar jerséis y zapatos. Acelero un poco más. Con un poco de suerte, bajo de los cuarenta y cinco minutos. No es por superarme, es que la vejiga ya no es la que era. Andar rapidito debería ser una opción más en las aplicaciones estas de salud, ¿no crees? Yo lo veo. Hay mucha gente que caminamos rapidito; no es correr, pero casi. Que a veces adelanto a algunos que en teoría van corriendo. Tengo que buscar un estilo un poco más elegante, eso sí, porque a veces me veo de refilón en los escaparates y parezco un pingüino lleno de anfetas. Otra vez me disperso, pero ya estoy en el portal.
Bueno, chica, que mañana empieza septiembre. Pero es viernes y llega el fin de semana. Tú, descansa, que yo seguiré andando rapidito a ver si consigo centrarme.
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Postales desde Ítaca
Beatriz Abeleira