Por Toni Bordon
El señor Lytton no cabía en sí de gozo, era tanta su euforia que tuve que retirarme el auricular de la oreja. No era para menos. Mi jefe ya se imaginaba las rotativas vomitando sin cesar durante semanas. Incluso me dijo que ya tenía suficiente material para salir con ello ante lo que me cuadré enérgicamente apelando a la dignidad profesional de publicar hechos probados y contrastados y con la intención de informar a la opinión pública que se rascaba del bolsillo unos peniques para comprar the rinsing sun. Era un bestia. Con una claridad envidiable me resumió todo cuanto teníamos, obviando, claro, lo que ya se sabía de ambas muertes, el juicio contra el señor Pinkmoon como sospechoso y finalmente la declaración de su inocencia por falta de pruebas… o por las influencias del aristócrata y sus contactos con la Corona y la Alta Magistratura.
-O sea, primero Sir Arthur te abre las puertas de su casa, lo cual ya es un hecho increíble aunque se haya ratificado en su inocencia. Segundo, te hospeda en ella para reconstruir los hechos de nuevo después de casi veinte años y para colmo, la chica de la posada te dice que en cierta ocasión escuchó a unos clientes decir que la señora Pinkmoon y su amante querían quedarse con la propiedad de Crazy Winds aunque para ello hubiera sido necesario liquidar a sir Arthur, como así lo planearon… Mamma mia, Jeremy, esto es un regalo de los dioses divinos… ¿No te parece suficiente? Una primera plana: Se reaviva el caso Pinkmoon: sus víctimas trataron antes de eliminarle a él…
-Por favor, señor Lytton, espere usted unos días, no creo que esté aquí más de una semana. Si hay algo nuevo salimos con el reportaje, si no salimos también contando la vida de sir Arthur después del juicio y el modo en que ha sobrellevado su inocencia, sea cierta o no. Pero nada más. En caso contrario estoy dispuesto a despedirme yo mismo y prohibirle que ponga mi firma. Se lo prometo y se lo digo completamente en serio…
Se lo dije de corrido, sin respirar, pero con una determinación fuera de toda duda.
-Vale, muchacho, pero no te me engalles que antes que director fui reportero como tú ahora… Así que luego de unos días ya decidiré yo qué derrotero toma el asunto en las página de The rinsig sun…
-Está bien, maldito terco sensacionalista. Por cierto…
-¿Hay más cosas?
-Sir Arthur se extrañó cuando se enteró del periódico para el que trabajo. Me dijo que si era del The rising sun en un tono que me llamó la atención…
-Bah, eso no tiene importancia. Trató de comprarlo eso es todo. Pero sin éxito. La sociedad dueña del diario se negó porque no veía con buenos ojos que perteneciera a un aristócrata conservador que añoraba los tiempos imperiales y temía que la Gran Corona Británica debilitara su poder después del regreso de ese petimetre de Gandhi de Sudáfrica…
Me extrañó tal aseveración porque The rising sun era un periódico de tinte conservador aunque justo es decirlo el de más tirada de Seinffied. No le dí mayor importancia.
-Bueno, jefe, cuelgo. Me espera sir Arthur a tomar el té…
-Vale, chico, pero hazme un favor, ¿quieres? No pierdas de vista la chica de la posada..
-¿A Madeleine?
-Sí, a Madeleine como quiera que se llame…
-Señor Lytton, la chica sólo me contó lo que le oyó decir a unos clientes hace un par de años. Los hechos pasaron cuando la chica tenía tres…
-Lo cual prueba que el runrún no se ha detenido nunca sobre la inocencia o no de sir Arthur…
-Lo que quiero decirle es que si hay alguien que debe conocer más detalles del caso es el padre, el posadero, el señor Harris. Ha estado allí siempre e imagínese lo que se tuvo que escuchar en la posada cuando detuvieron a sir Arthur, lo juzgaron y lo declararon inocente…
-Ese es mi chico… Si es necesario sobórnalo para que tus pesquisas no lleguen a oídos de ese decadente aristócrata. Te haré llegar unas libras por giro postal a la posada.
Dicho lo cual, colgó.
Tardé poco en acicalarme entre otras cosas porque mi vestuario era muy modesto. Pero me di un buen baño antes mientras repasaba todos los acontecimientos desde que el chico del carruaje me dejó ante las puertas de Crazy Winds en medio del páramo.
Cuando bajé, sir Arthur vestido para la ocasión esta vez parecía lo que realmente era, todo un caballero. Fue la primera vez que lo vi con ese porte sin nada que ver con la ropa campesina que solía vestir habitualmente porque no salía de la propiedad aunque mantuviera la costumbre de ser permanentemente servido por su criado a todas horas, porque Thomas estaba pendiente de él y creo que también de mi desde que llegué a Crazy Winds. Bajando las escaleras hacia el jardín trasero tuve el presentimiento de que aquella tarde las cosas iban a tomar un cariz inesperado. No sabía en qué dirección. Era un pálpito.