Por Toni Borton
Vi salir de la catedral a Madeleine. Yo la esperé fuera. Vestía un modesto pero bonito vestido de domingo. Era una muchacha hermosa, despierta y alegre y con tanta capacidad si no más para llevar el negocio de la posada de su padre. Esa era mi intuición que luego corroboré con el paso de los días. Lo verdaderamente extraño era que Madeleine no tuviera ningún pretendiente oficial, ni compromiso alguno de matrimonio. Tenía 23 años, el pelo castaño y unos ojos verdes encantadores. Pero debo insistir en que mi cita no tenía otro objetivo que el de saber algo más, algún detalle novedoso del famoso caso que involucró a mi anfitrión, señor Pinkmoon.
La noche anterior telefonée a mi jefe aunque no tuve la fortuna de informarle con exclusivas sensacionalistas. La novedad para mi sorpresa y la suya fue que el señor Pinkmoon me había recibido y no me echó a sus perros para que me comieran. Lo único que me dijo el director de The rising sun era que tenía el presentimiento de que mi estancia en Crazy Winds daría como resultado el reportaje del año. Mi jefe era un histriónico que ya se veía coronado como uno de los directores más sagaces de la prensa inglesa.
-Buenos días, Madeleine – le dije, un poco intimidado por el innegable atractivo de la chica.
-Hola, Jeremy. ¿No has pasado a la catedral?
-He preferido esperarte fuera. Hace una bonita mañana.
-¿No eres creyente?
-Bueno… a mi manera.
Comenzamos a caminar por las calles de York hasta llegar a un parque cercano que estaba próximo al hotel del señor Harris. Apenas dimos unos pasos fue ella la que se interesó por mi trabajo.
-¿Eres periodista?
-Por esa razón estoy aquí…
-Pues que lo haya recibido ese señor ya es un avance. Apenas se le ha visto por la ciudad un par de veces desde que se vino a vivir a Crazy Winds después del juicio.
– A mi también me lo pareció, Madeleine. Y estar alojado en su casa me parece increíble.
Me detuve y la miré de frente tratando de ir a lo directo aunque bien sabía yo que el pueblo inventa muchas cosas y más si están relacionadas con un artistócrata.
-¿Qué se comentó entonces sobre el asunto?
Madeleine dio unos pasos mirando al suelo.
-Todo el mundo sabe que fue sir Arthur quien mató a su esposa y a su amante… La propia sirvienta lo vio…
-Según quedó reflejado en el juicio fue la señora Pinkmoon la que dio muerte al señor Pytton y luego se suicidó con veneno. El señor Pinkwood trató de reanimarla cuando entró la sirvienta en habitación. Y que las manos ensangrentadas de sir Arthur eran porque había abrazado a su esposa en sus intentos de reanimarla y ésta estaba empapada en sangre…
-Sí, todo el mundo conoce lo que dijeron los periódicos…
-Y si fue el señor Pinkwood… ¿cuál fue el móvil? Él ya sabía de sus relaciones con el señor Pytton y él también tenía su propia lista de amantes. Eran unas relaciones consentidas…
Madeleine caminaba pensativa, de vez en cuando alzaba la cara y se la dejaba bañar por el espléndido sol que irradiaba toda la ciudad de York.
-Un día escuché una conversación de unos clientes que almorzaban en la posada. Uno de ellos dijo que el señor Pytton y la señora Pinkmoon estaban maniobrando para quedarse con la propiedad de Crazy Wind…
Debo reconocer que di un respingo. No dejaba de ser un rumor, un comentario viejo, pero era una novedad. Pensé en mi jefe, aquello lo pondría eufórico.
-Decían que sir Arthur hizo sus indagaciones, que la infidelidad de su esposa le importaba poco, porque ya no la amaba, pero que por nada del mundo se iba a ver despojado de Crazy Winds y que esa propiedad pasara a manos del amante de su esposa.
Madeleine me hablaba con grandes gestos de la mano y sus ojos verdes se perdían entre las arrugas perecederas de su forma de sonreír. No había gravedad en su relato. Al fin y al cabo, todo había ocurrido hacia casi dos décadas.
-Y también les escuché decir otra cosa. Se lo dije a mi padre pero me dijo que no me entretuviera en esos asuntos de gente principal y atendiera a la parroquia.
-¿Y de qué se trataba?
Mi corazón me golpeaba en el pecho.
-Que la esposa del señor Pinkmoon y su amante trataron de asesinar a sir Arthur…