Hace ya diez años ensayaba mi anotación pandorguera o pandorguil como prueba de la impasible repetición de los acontecimientos y de su liviana levedad. Hoy –ya 2023– el Pandorgo en ejercicio –la agrupación y la solemnidad hablan del ‘Pandorgo de hogaño’, recurriendo la casticismo lingüístico–, Jesús Heredia, se erige en “Fiel guardián de las tradiciones”. Como anteriormente lo hicieran otros más de la constituida Hermandad, defensores y guardianes de tradiciones que dan razón de ser a su desempeño y nombradía. Por más que las más visibles de esas tradiciones vayan desapareciendo en la justa medida en que la ciudad se transforma y cambia. Y con ella, cambiamos todos un poco. O un mucho. Por lo que el fielato y vigilia en ese combate del mantenimiento de tradiciones es más un ejercicio verbal que un practica con posibilidades reales. Defensa de las tradiciones, cuando la ciudad entera en sus perfiles físicos construidos es fruto de 50 0 60 años de combate contra la memoria y el viejo tapial. Y me remito a otros comentarios convergentes de esa desaparición y de esa destrucción sistematizada. ¿Cómo se pueden mantener tradiciones en ese contexto?, ¿quién baila y se vista de tal guisa, tras la debacle del ‘progreso urbanizador’?
Durante años la Pandorga – la fiesta más ‘genuina’, ‘propia’ y ‘antigua’ (por eso entrecomillo los adjetivos, por discutibles, por difusos y por improbables) de esta ciudad, según algunos espigados comentaristas y aviesos comentadores de relumbrón – mantuvo cierto olor antiguo y mariano de convenciones pasadas por una memoria fulminada por un rayo invisble. Memoria tal vez inventada en 1980, por el abogado, ya desaparecido, Tomas Valle Castedo –primer Pandorgo de la era moderna– y memoria en abierto desuso el resto del ejercicio festero; pero memoria a fin de cuentas y a cuentas de un final predecible.
Todos aquellos olores florales y frutales del pradial, de la huerta en sazón y del templo, donde se venera la imagen que donó a los lugareños del Pozuelo el capellán Marcelo Colino, se relacionaban con ceremonias y celebraciones de la fertilidad de la cosecha y de la prodigalidad de la huerta regada, en forma de ofertorio a una imagen sagrada que ostenta el patronato y el patrocinio protector sobre la ciudad. Olores que actualizan el fondo polvoriento de lo que se exhuma de una cómoda de pino flandes, antigua y en desuso.
Ese es el olor característico de ciertas tradiciones empolvadas, que salen a flote merced a una extraña combinación del pasado ejercido como un hecho inventado y del presente ahormado por otros valores polifónicos. Esas son las afirmaciones de alguna Primera Regidora, al señalar que “entre todos hacemos ciudad, y entre todos mantenemos viva la fiesta de la Pandorga; queremos que esta ciudad sea moderna y vanguardista, pero si perder nuestras raíces”.
Pero la fiesta de la Pandorga y la ciudad ¿moderna y vanguardista? es un espléndido oxímoron estival-invernal, acuático-terrero, vanidoso-modesto, vítreo-plúmbeo y voluble-fijo. Merecedor de alguna distinción en el ‘Juego de los Despropositos’ que tanto se llevan esta temporada de ‘Sube y baja’. Oxímoron local tan atinado y cierto, como la llamada por algunos ‘Música militar’, por otros como Unamuno ‘Pensamiento navarro’, o como la más improbable ‘Concupiscencia en el convento’. ¿Creen lo que dicen? o ¿sólo engordan un ego poco documentado? Y además la expresión deslizante y resbaladiza “entre todos hacemos ciudad”, pretende culparnos a todos del entuerto y hacernos responsables del desvarío. Y así hacernos callar.
En años y épocas de construcción de identidades – reales o fingidas, propias o virtuales – hubo quien, interesadamente o cándidamente, estiró la silueta de la piel de la fiesta del ofertorio frutal y frugal anterior, en aras de definir un perfil ciudadano homologable a otros perfiles ciudadanos reconocibles del entorno próximo. Eran los complejos históricos de los ‘Nacionalismos sin pedigrí’, los vericuetos de las identidades locales más rancias y la exaltación del castizo ombligo patrio. Con todo ello se daba a entender un abandono de lo mítico-mágico y de lo religioso, en aras de un paseo por lo civil y por lo popular, con un tufo de tesis antropológicas más que discutible, en brazos de una neomodernidad roma y rampante.
Y ese estirado de la silueta festera civil y popular, a modo de un lifting que quiere provocar un rejuvenecimiento o un pronto olvido, produjo algunos fenómenos novedosos, que no nuevos: como inventarse a un vecino orondo, complaciente como un estafermo, no se si rumboso y dicharachero, vestido de sudoroso campesino antiguo; utilizar el moquero inmemorial de yerba de los cabreros, pastores, jornaleros y gañanes con la tela de cuadros, como santo y seña de una identidad discutible y jadeante; torear de noche a unas extrañas bengalas de luna, de fuego y de miedo y resarcirse de una sed militante, antigua, gremial y muy conocida .
De aquellos polvos poetizantes, aromatizados con salvia, tomillo y yerbabuena, de veladas cuasi pastoriles y de danzantes rústicos y hermanados, hemos virado a unos lodos recientes que expelen otras señas diferentes y otros olores bien nítidos. La velada pastoril se transmuta en un colapso humano indescifrable de jóvenes dipsómanos; los danzantes rústicos han cedido su lugar a una turbamulta beoda y dicharachera que dispara exabruptos y esputos a una velocidad de vértigo, como esencia moderna. Tan moderna como son las prácticas novedosas y juveniles que van desde el ‘balconing’ mallorquín a la ‘tomatina’ buñoliana, que no buñueliana. Aunque el sordo de Calanda no podria haber ideado algo más surreal que los ‘balconing’ y los ‘tomatoning’. Todo ello con la bendición del poder local de concejales festeros y munícipes festivos de cualquier color político y con otras muchas complicidades silenciosas pero efectivas. Donde había un olor nítido de pueblo regado al atardecer y camisas almidonadas y planchadas, se ha pasado a una exhibición de todos los humores, píos e impíos, y de todas las secreciones, del cuerpo y del espíritu.
A esta bacanal de zurra y limonada, orlada por otros accidentes menores de pañuelos, seguidillas y torraos, la siguen denominando de igual forma que a la antigua ceremonia mariológica de devotos y peregrinos; para dar a entender que los cambios son compatibles con la permanencia y que toda permanencia, por su sola obstinación en durar y quedar, ya es un cambio porque nada tiende a durar, y todo lo que dura lo hace desde un proceso imparable de mutación. “Lo sólido se desvanece en el aire”, como afirmaba Carlos Marx en algún pasaje de ‘El capital’; también lo dice Martín Caparrós, en su prodigioso libro de viajes ‘El interior’, cuando advierte que “lo que parece eterno también desaparece”. Y no digamos lo rápido que desaparece lo que se inventó antesdeayer mismo, como una ocurrencia. Que retoma otra añoranza por los movimientos obligados, como los vistos por Antonio Machado, cuando nos advertia con pesar “¿Qué díficil es/ cuando todo baja/ no bajar también?”. ¡Cómo bajamos por las cuestas de la vida!, y cómo nos sumergimos por la ola de la multitud desplegada y en perfecto estado de revista.
Tu sutileza me admira. Yo creo que se tiene que dejar de hacer catetadas para pasar a ensalzar tradiciones. Se tienen que dejar a un lado las ocurrencias de boina y garrote del pandorgo de turno para basarse en la tradición y costumbres heredadas y trasmitidas de generación en generación por los mayores. Y, ademas, tienen que estar rigurosa y perfectamente documentadas aunque se hayan trasmitido oralmente. Es decir, la Pandorga y la fiesta también tiene que llegar de la mano de la universidad y de institutos dedicados a su investigación mediante el estudio y la difusión de nuestra cultura y costumbres.
No puede configurarse una fiesta popular como la Pandorga, a las que se pretende dar caracter de interes turístico nacional , donde tenga cabida el reague, ni el rock an rol, ni los conciertos de patrocinio del pop español, ni ningún otro festejo, acto o evento, que no esté ligado a potenciar y reconocer las tradiciones, usos y costumbres culturales, folclóricas, religiosas, gastronómicas, artísticas, etc., que caracterizan a Ciudad Real. Cualquier iniciativa que se incorpore por parte de empresarios locales, fundamentalmente de baristas y restauradores, tendran que ligarse necesariamente a las tradiciones y costumbres gastronómicas y de lo contrario no deberán de gozar del espacio público y patrocinio municipal.
Será necesario afrontar algunas decisiones que chocarán con otras tradiciones tambien de carácter cultural o religioso tales como las declaraciones de festivos locales, la Pangorga merece un dia festivo. Habra que consensuar y decidir si la Pangorga tiene entidad para trasladar a alguna de las actuales fiestas locales, Alarcos o la Octava de la virgen, ambas con connotaciones religiosas, para que se abra paso la Pandorga.
Igualmente será necesario diferenciar nítidamente algunos actos como el concurso de zurra y la fiesta del vino, la ofrenda religiosa y el puñado, haciendo de ello un día de extensión a toda la provincia y región, desde la capitalidad. Habrá que buscar más actos donde potenciar el traje manchego, este último merece un dia especial dentro de la fiesta que vaya mucho más allá del pañuelo de hierbas y una camiseta blanca.
Escolástico, gracias por tu atento comentario fruto de una lectura desprejuiciada a mis reflexiones de ayer y de hoy. La pregunta del millon es la posibilidad de compatibilizar tradición y modernidad sin caer en el empeño. Los riesgos de caer en alguno de los extremos ( lo castizo polvoriento y lo moderno cutre) son elevados. Haria falta el buen juicio de los desaparecidos Rafa Romero y Ramón Barreda y el criterio actualizado de mentes despejadas. Y desprejuiciadas.
Todo teledirigido y controlado por subvención, norma y festividad oficial por los que se suponen a nuestro servicio. Que se enseñe en las escuelas a celebrar la Pandorga. No dejemos nada a la improvisación, al libre albedrío, a la libertad del pueblo. Ese ramalazo socialista…
Sorprende la enorme participación de este año (la mayor que yo recuerde en lustros), y los muy pocos incidentes producidos. Algo tendrá que ver la concejala de festejos y su par en seguridad. Enhorabuena a los dos de parte de este humilde ciudadano.
Por demás, y, si predico la libertad, justo es concederla a los demás. Pero, más allá de opiniones y críticas muy respetables, lo cierto y verdad es que nada más parecido al exceso de la Pandorga que el artículo que me precede. Más cargado adornos y remates que los vestidos de Sissi, la emperatriz. Dicho con todo cariño…
A José Rivero hay que saberlo leer entre líneas. Con la sutileza que es marca de la casa, con el conocimiento de primera mano que le dá el haber estado en aquellos momentos en los que todo se gestó de la nada y que ahora, en un artificio poco honesto, se hs convertido en tradición inveterada, Rivero desenmascara, no sé si consciente o inconscientemente, la farsa.
A mi juicio el artículo es brillante y si hubiera vida inteligente del otro lado, supone un verdadero misil en la línea de flotación de la declaración de Interés Turístico Nacional.
Tomás Valle, Rafael Romero y Ramón Barreda, se estarían tronchando de risa y hasta alguno puede que lanzara algún exabrupto al oir las sandeces y mentiras trufadas de hipocresía que algunos necios profieren cada año cuando llega el 31 de julio. Una de ellas, la de elevar a la categoría de santo laico y cenit de la cultura popular, a un joven resultón que con la guitarra en ristre se las llevaba de calle y que respondía al nombre de Javier Segovia, encarnación del mito del «morir joven y dejar un bonito cadáver».
Tiene todos los alicientes para perseverar en el tiempo, tales como:
– el pan y el circo.
– el baño de masas político.
– El botellón promovido y aclamado.
– la autorización familiar para la licencia horaria y otras.
– la bendición eclesial al trajín de la patrona
– la parafernalia cantoril y bailonga….
– el necesario anclaje histórico y espacial para una ciudad administrativa, conservadora y de nuevo cuño.
Y algunas razones más, ya senaladas