Por José Belló Aliaga
El año 916 fue de suma trascendencia para la historia de la Catedral de León: el rey Ordoño II, que hacía pocos meses había ocupado el trono de esta ciudad, venció a los árabes en la batalla de San Esteban de Gormaz. «Agradecido a Dios por el beneficio que acababa de recibir», comenta el Tudense, cedió su palacio real para que en sus aulas se erigiese el primer templo catedralicio. Todo ocurría bajo el episcopado de Fruminio II, quien, «con la ayuda del pueblo fiel», transformó aquellos espacios en lugar sagrado. Anteriormente al rey Ordoño, habían estado dedicados a termas y otros edificios públicos que la Legio VII había construido a mediados del siglo II, cuando instaló su campamento en este lugar, entre los ríos Torío y Bernesga. Nada queda de estas primitivas edificaciones, salvo algunos restos de mosaicos, tégulas y cerámicas, hoy expuestas en el Museo. Otros, como los hipocaustos, permanecen aún bajo el solar catedralicio.
Siguiendo la tradición cristiana de enterrar dentro de los templos a quienes encarnaban la autoridad «venida de Dios», aquella sencilla catedral muy pronto se vio enriquecida con los restos del rey Ordoño, fallecido en Zamora el año 924. En el epitafio de su tumba, labrada en el siglo XIII, se perpetúa el piadoso agradecimiento del pueblo leonés, por «haber cedido su silla real para sede episcopal».
Visita a la Catedral de Santa María, Claustro y Museos Catedralicio y Diocesano de León
Monjes de San Benito
El templo estaba custodiado y regido por monjes de san Benito, y es muy probable que su estructura fuera muy similar a la de tantos y otros existentes durante la mozarabía leonesa.
Nos hablan las crónicas del paso de Almanzor por estas tierras a finales del primer milenio, devastando la ciudad y destruyendo sus templos. No obstante, parece que los daños ocasionados a la fábrica de la Catedral debieron de ser fácilmente resarcidos, ya que el año 999 era coronado en ella, en un acontecimiento lleno de esplendor, el rey Alfonso V. Tras una sucesión de revueltas políticas y de duras empresas bélicas, hacia el 1067 el estado de la Catedral era de suma pobreza. Ello conmovería al rey Fernando I, quien, después de trasladar los restos de san Isidoro a León, «se volcó en favores a la misma». Con este rey se inició una época pacífica y bienhechora, cosechando grandes triunfos en la expansión del reino cristiano. Era el momento del florecimiento del románico isidoriano.
Con la ayuda de la princesa Urraca, hermana del Rey, se inicia la construcción de un nuevo edificio, acorde con las aspiraciones de la cristiandad románica, y dentro de su estilo arquitectónico. Ocupaba la sede episcopal Pelayo II. Cuando el arquitecto Demetrio de los Ríos, entre los años 1884 y 1888 excavó el subsuelo de la catedral para reponer el pavimento y cimentar los pilares, encontró parte de los muros y fábrica de aquella segunda catedral. A través del plano que él mismo levantó, podemos apreciar cómo se configuraba todo dentro de la gótica: era de ladrillo y mampostería, con tres naves rematadas en ábsides semicirculares, dedicado el central a santa María, como en la iglesia anterior. Aunque toda ella estuviese ejecutada dentro de las corrientes internacionales, contemplando lo que ha pervivido de su estatutaria, podemos averiguar que tenía su carácter autóctono, utilizándose aún el arco de herradura, al menos como forma decorativa. Se sabe que fue consagrada el 10 de noviembre de 1073. Es de suponer que en ella trabajasen los canteros que lo estaban haciendo en san Isidoro.
Esta catedral se mantuvo en pie hasta finales del siglo siguiente. Cuando accede al trono el último rey de León, Alfonso IX, se asiste en la ciudad y en el reino a un importante cambio social, de creatividad artística y desarrollo cultural.
La Leyenda del Topo
Sobre la puerta de San Juan, por el interior, cuelga un pellejo, a modo de quilla, que la tradición leonesa ha identificado siempre como un «topo maligno». Él minaba el subsuelo durante la noche, cuando los canteros dormían, convirtiendo en ruinas sus trabajos diarios. Logran, por fin, sorprenderlo en una trampa y darle muerte, dejando su cadáver aquí colgado, como testimonio de aquella proeza.
Si la leyenda resulta poco verosímil, la filosofía que encierra nos ha dado pie para tomarla como punto de partida y recordar algunos de los momentos más significativos del drama histórico que ha sufrido en su propia estructura esta “catedral sin paredes», marcada siempre por el signo de la inseguridad.
Ya dijimos que gran parte de su planta está minada por hipocaustos romanos del siglo II, lo que dificultó la buena cimentación de los pilares. La acumulación de humedades y la filtración de aguas ocasionó graves inconvenientes a los maestros. Por otra parte, la mayor parte de los sillares de la catedral son de piedra de mala calidad, deleznable ante los agentes atmosféricos. Además, la sutilidad de su estilo es un desafío a la materia; los soportes son sumamente frágiles, las líneas han quedado reducidas a una depuración total, a base de experiencias muchas veces frustradas.
Fallos en su arquitectura
Éstas han sido algunas de las razones más importantes por las que, ya desde finales del siglo XIV, comenzaron a verse fallos en su arquitectura. En aquella época se resintió al hastial sur, por haberse desequilibrado los pilares torales. Hubo que construir la «silla de la reina», obra del maestro Jusquín. El año 1631 se derrumbaron parte de las bóvedas de la nave central. El Cabildo recurrió a Juan Naveda, arquitecto de Felipe IV, quien cubrió el crucero con una gran cúpula, rompiendo los contrarrestos del sistema gótico, tan distintos de los del barroco. Tanto el hastial como las capillas del sur volvieron a estar en peligro. Aquél tuvo que ser reedificado el año 1694. Quiso poner remedio a estos desastres Joaquín de Churriguera levantando cuatro grandes pináculos sobre los pilares del crucero, a principios del siglo XVIII, pero las consecuencias de esta intervención serían nefastas.
Grandes arquitectos
Por León fueron desfilando grandes arquitectos, como Giacomo de Pavía, mientras los males seguían agravándose. El terremoto de Lisboa del año 1755 conmovió a todo el edificio, afectando de manera especial a los maineles y a las vidrieras. El año 1830 aumentaron los desprendimientos de piedras en el hastial sur y, para salvarlo, Sánchez Pertejo reforzó los contrafuertes de toda la fachada.
El Cabildo temió un desenlace fatal, cuando el año 1857 comenzaron nuevamente a caer piedras de las bóvedas. Intervino entonces la Real Academia de San Fernando, y el Gobierno encargó las obras a Matías Laviña. Éste se dispuso a desmontar la media naranja y los cuatro pináculos que la flanqueaban, pero el peligro de un total hundimiento se hacía más inminente. A su muerte se responsabilizó de las obras Hernández Callejo, quien pretendía seguir desmontando el edificio, cuando fue cesado en el cargo. Con los proyectos de Laviña, continuó la restauración Juan Madrazo el año 1869. Éste era un gran medievalista, buen conocedor del gótico francés. Modificó notablemente la disposición de las bóvedas, volvió a rehacer desde la arcada el hastial del sur y planificó todo el templo tal y como lo encontramos hoy. Para hacernos idea de aquella situación, transcribimos un informe de la Junta General del Reino, del 25 de enero de 1876, que dice: «El centro del crucero y brazo sur, años ha desmontado y en construcción; el ático de la fachada principal o de poniente, con un desplome hacia afuera que aumenta de día en día de un modo visible; la torre Norte, desde el cuerpo de las campanas, amenazando acostarse sobre las naves de la iglesia. Sin resistencia los arbotantes para contrarrestar el empuje de las bóvedas, a causa de la descomposición de la piedra; desmoronada la cornisa de coronación por la incesante acción de los elementos; y por último, las armaduras de la cubierta de todo el edificio en completa inutilidad por efecto del tiempo y de su viciosa construcción: todo este conjunto de fatales circunstancias hace fundamentalmente temer que este edificio, maravilla del arte, admiración de propios y extraños, no sea en breve más que un montón de escombros». A Juan Madrazo le sucedió en el cargo Demetrio de los Ríos el año 1880. Purista, como el anterior, continuó dando a la catedral el aspecto primitivo, según su pensamiento racionalista, y desmontó el hastial occidental, que había sido hecho por Juan López y Juan de Badajoz el Mozo, en el siglo XVI. A su muerte fue nombrado arquitecto de la catedral Juan Bautista Lázaro, que concluyó los trabajos de restauración arquitectónica en la mayor parte del edificio, y el año 1895 emprendió la ardua tarea de recomponer las vidrieras. Estas llevaban varios años desmontadas y almacenadas, con grave deterioro. Fue ayudado por su colaborador, Juan Crisóstomo Torbado.
El 27 de mayo de 1966 un incendio arrasó toda la techumbre de las naves altas.
En las últimas décadas se está trabajando con gran intensidad en el tratamiento de la piedra, sin que haya transcurrido el tiempo suficiente para acreditar la eficacia de estos intentos. Por ello nos preguntamos: ¿Ha muerto, de verdad, el topo de la Catedral?
Un viaje por el interior de la Catedral
Capilla de San Juan de Regla
En el cuerpo inferior de la torre del norte está la capilla de san Juan de Regla, conocida como «la parroquia de la Catedral». En sus muros hay dos lápidas con inscripciones alusivas a los rectores de la misma que ya estaba abierta al culto el año 1274. El retablo que exhibe es churrigueresco, con lienzos referentes a la vida de san Juan Bautista; tiene también lienzos de san Juan Evangelista y de la Asunción de la Virgen.
Capilla de Santa Lucia
Al lado opuesto, bajo la torre sur, guarda simetría con la anterior, la capilla de Santa Lucía. Es interesante la pila bautismal que hay en ella, obra de Juan de Badajoz el Mozo; tiene forma de copa cubierta de escamas sobre las que resaltan varias figuras y grupos en relieve entre los que aparecen Moisés, el Bautista, el Bautismo de Cristo, la Ascensión y otro tema difícil de interpretar: se trata del prendimiento de un personaje femenino próximo a ser degollado ante el que hay otro masculino de rodillas; creemos que así como lo anterior simboliza el bautismo de agua, éste último grupo se refiere al bautismo de sangre. Junto a estos temas sobresale el escudo del obispo Pedro Manuel, protector del artista. El retablo es barroco, de principios del XVIII y está presidido por la titular.
Crucero Norte
Empotrado en el muro occidental del crucero norte está el sepulcro del obispo Martín Rodríguez, que pasó de la sede zamorana a la de León tras largo forcejeo entre diversas tendencias existentes en el cabildo leonés. Tiene una finura singular, como obra que es del Maestro de la Virgen Blanca. En el frente de la tumba se representa un palacio del que salen los siervos cargados de alimentos que reparten entre mendigos, paralíticos, peregrinos y otros menesterosos; sobre el yacente, figura la ceremonia de las exequias con la presencia de un grupo de plañideras. Más arriba, muy deteriorado, el calvario. Todo bajo arco lobulado con profusa decoración vegetal y angélica.
Debajo de la pintura de san Cristóbal se conserva un sepulcro que albergó las cenizas de san Alvito, en cuyo epitafio consta que murió el 3 de septiembre de 1062, en Sevilla, a donde se había desplazado por indicación de Fernando I para traer a León reliquias de las santas Justa y Rufina. Al fin, con el cadáver del obispo, se trasladaron a esta ciudad los restos de san Isidoro, hoy venerados en la basílica leonesa.
Pasada la cancela que da acceso al Claustro, hay un valioso cuadro pintado en tabla con el martirio de san Erasmo, a quien los verdugos arrancan los intestinos. Pertenece al gótico internacional.
Debajo está el sepulcro de otro obispo, Manrique de Lara, que fue el iniciador de las obras de esta catedral al año 1188. El lienzo que cuelga sobre él, representa a la Sagrada Familia, y fue pintado por el pintor leonés José de Mongastón, el año 1664.
Capilla de Santa Teresa
Es la primera de la cabecera. Ya disfrutaba de dotación el año 1250, y en ella fueron enterrados varios jueces del tribunal eclesiástico. En sus muros se conservan frescos de Nicolás Francés o de discípulos suyos. La imagen de la santa es obra de Antonio de Paz, discípulo salmanticense de Gregorio Fernández. Las verjas fueron hechas por Bartolomé Carense, en 1644.
Capilla de la Virgen del Camino
Fuera del plano de la Catedral se construyó una gran sala rectangular, dedicada a librería del Cabildo. Hoy es la capilla del Santísimo o, según la advocación popular, de la Virgen del Camino. Un pequeño recinto cuadrado de la cabecera del templo le sirve de vestíbulo. Se comenzó a construir el 22 de agosto de 1492. Concluyeron las obras el año 1505, fecha en que se procede a colocar los ventanales, realizados por Diego de Santillana. Es de estilo hispano-flamenco, de tres tramos, con bóvedas de crucería sobre pilares que posan en abultados repisones, entre los que hay un hombre luchando con dos serpientes, Ia reina de Saba, Sansón, un voluminoso fraile, etc. Son de una extraordinaria calidad los calados de la imposta y chambranas, en los que se entrecruzan animales fantásticos, monstruos, figuras humanas, oficios y actividades… Todo en auténtica filigrana sobre piedra. Otro buen elemento decorativo es el retablo pétreo, a cuyos lados campean los escudos de los obispos Valdivieso y Desprats, impulsores de la construcción. Es obra de Juan de Badajoz el Viejo.
Capilla de San Andrés
Se comunica con la anterior mediante arco carpanel construido por Juan de Badajoz el Mozo, entre los años 1533-1534. Su estilo es más avanzado, aunque la parte que da hacia la librería, con su greca de complicados trazados, sigue el mismo tipo de decoración que aquella. El arco se enmarca entre columnas abalaustradas, con toda la superficie cubierta de «candelieri», «puttis», niños con guirnaldas, etc. Todo nos habla ya del plateresco.
Sobre el muro del frente hay un valioso cuadro de san Andrés, pintado en el siglo XVII por Eugenio Cajes. En el del norte se encuentran empotrados dos hermosos relieves, correspondiéndose con los yacentes de Alfonso de Mansilla y su esposa, María Velázquez, patrocinadores de la Catedral.
Capilla del Nacimiento
En ella se guarda el magnífico escultórico que escenifica el misterio de la Natividad del Cristo. Sobre el portal, se reproduce un paisaje montañoso, escarpado, con arbustos, ovejas y cabras. Los pastores permanecen atentos a los ángeles que les anuncian la noticia. Todo está hecho con gran primor, conjugando el realismo flamenco con una perfecta idealización. Esta obra se hizo cuando los artistas centroeuropeos del siglo XV labraban la sillería del coro.
En el muro de la izquierda está enterrado el obispo Arnaldo, fallecido en 1253, según reza el epitafio.
Las vidrieras, aunque restauradas, son del siglo XIII. Aluden a san Ildefonso y a san Pedro, a quienes estaba dedicada la capilla en aquella época. Figuran también otros dos obispos: uno suele identificarse con san Froilán, y el otro con san Hipólito. En una de las rosetas se representan peregrinos ante la iglesia de Compostela.
Capilla de San Alvito
Está frente a la capilla del Nacimiento. Lo construyó Juan de Badajoz el Mozo, por mandato del obispo Pedro Manuel, el año 1527; se trata de un altar-sepulcro, concebido a modo de un arco de medio punto sobre cuyo entablamento se encuentra la urna con las cenizas del santo. El fuste de las columnas se decora con temas vitícolas cuyos pámpanos arrancan del dios Baco, tumbado en la parte inferior. Son un precedente claro de la columna salomónica. Tienen extremada delicadeza los relieves del intradós de la Virgen, así como otras del entierro de Cristo, su descenso al limbo y la Resurrección. El altar oculta otras relacionadas con la vida del santo.
La urna del sepulcro es de tipo florentino, ovalada, con abundante decoración. La imagen de bulto que descansa sobre el altar es del siglo XV, representando a San Alvito.
Capilla de la Virgen de la Esperanza
Hace pocos años que está presidida por esta imagen de la Virgen de la Esperanza. Es de piedra, esculpida a finales del siglo XIII. Su policromía es posterior. Representa, en realidad, a la Virgen apocalíptica, con el Niño Dios en su vientre, perseguido por el dragón. Pasó en muchas ocasiones a cerrar el árbol de Jesé. Originó, así mismo, el tipo de imágenes llamadas «abrideras», a modo de tríptico abierto que mostraba el fruto de sus entrañas. Finalmente, era bastante común representarla en el momento de la Anunciación, embarazada también, como creemos que es el caso presente, a juzgar por la filacteria que porta. Es una imagen lograda con gran realismo, muy querida por todos los leoneses.
Vidrieras
En las vidrieras hay escenas de la vida de Jesús y de María. Todas ellas sufrieron profunda restauración el siglo pasado. El sepulcro del muro izquierdo pertenece al obispo Diego Ramírez (1 344-1354). Expresa la temática funeraria común.
Frente a esta capilla hay un fresco de Nicolás Francés, roto en el siglo XVIII para dar acceso al altar. En el hueco se colocó un lienzo del Ecce Horno, pintado por Neira en 1834. Suponemos que dicho lienzo intentó sustituir al original, en torno al cual se desarrolla toda la escena, que ocurre en el palacio de Pilato, mostrándose en todas las figuras un gran aire cortesano, rayando la caricatura.
Capilla de la Virgen Blanca
Es la más antigua de la catedral, dedicada, en su origen, al Salvador. Desde 1954 la preside la Virgen Blanca, imagen que ocupaba el parteluz de la puerta principal del Juicio, tras haber sido sustituida por una buena copia, realizada por Andrés Seoane.
Es probablemente la escultura más clásica del gótico leonés, liberada de toda connotación francesa. La Virgen permanece de pie, pisando al dragón, en clara referencia a su concepción inmaculada. Marca un gran avance hacia el naturalismo, aunque todavía se aprecian en ella algunos rasgos arcaizantes. El artista ha intentado establecer comunicación entre la Madre y el Hijo, si bien Ella sigue pendiente del espectador. Las formas son correctas, cargadas de plenitud, como lo acredita la belleza del rostro. Esta imagen, por sí sola, ha dado nombre a uno de los artistas más geniales de la estatuaria leonesa.
La escultura yacente de la izquierda guarda los restos de la condesa doña Sancha, fundadora de un monasterio en Cabreros del Río, a mediados del siglo XIV Tras haberlo donado a la catedral, fue asesinada por un sobrino suyo. Éste es el acontecimiento que se recoge en el frontis del sepulcro: la condesa hace la donación que recibe el Niño en brazos de Santa María de Regla; a continuación, los sicarios cometen el crimen; el sobrino, que primero contempla los hechos, cae luego del caballo, siendo arrastrado por el animal al quedar su pie enganchado en la espuela del estribo; esto le ocasionó la muerte.
El otro sepulcro pertenece al infante D. Alfonso, benefactor de la Catedral, que murió en 1377. Aparece su escudo de armas; por el borde de la estatua corre la siguiente inscripción: «MAESTRE MARCOS ME FECIT».
Sepulcro de Ordoño II
En el muro frontero a la Virgen Blanca se encuentra el sepulcro monumental de Ordoño II. La escultura del yacente ofrece sus dudas sobre la ubicación del original ya que parece haber sido concebida para mantenerse en pie. Ésta y el registro inferior del lucillo fueron ejecutados en el siglo XIII; en aquél hay dos escenas perfectamente diferenciadas: la de Cristo en la cruz, muerto ya, a quien Longinos clava la lanza y otro soldado ofrecía la esponja, san Juan y la Virgen y los dos ladrones crucificados; la obra es la del Descendimiento de la cruz, con gran riqueza de detalles, posturas, etc…. En la primera llama la atención el gesto de Longinos, quien lleva la mano izquierda al ojo donde ha caído una gota de sangre; todo ello por atenerse a la literatura apócrifa.
El resto es del siglo XV. Resalta la estilización y la verticalidad de Cristo y de las figuras de la parte superior, todas ellas proféticas, en contraste con las de san Pedro y san Pablo, situados en los laterales.
Capilla de San Antonio
Además de la imagen del santo, de mediados del siglo XVII, son valiosas las pinturas de las ojivas murales: la Anunciación y santa Cecilia, por el lado izquierdo, de escuela valenciana del siglo XVI; san Mamés y santa Catalina, formando pareja; santa Marta y la Glorificación de la Magdalena, por el muro de la derecha.
Las vidrieras, además de las figuras, narran escenas de la vida de san Clemente y de san Antonio; hay mezcla de épocas y estilos.
Frente a esta capilla hay una piadosa representación del Llanto ante Cristo muerto; la Virgen pone la mano sobre el corazón de Jesús para ver si aún está latiendo.
Presacristía
A continuación de la capilla de San Antonio hay una capilla que sirve de paso hacia la sacristía. En 1250 ya estaba dedicada a san Clemente y a Santiago. Tiene gran valor artístico el relieve que efigia al obispo Gonzalo de Osorio, labrado por el maestro Jusquín a principios del siglo XV; todo está ejecutado con gran detallismo lográndose una labor de orfebrería tanto en los ornamentos como en los atributos episcopales: aparecen san Pedro y san Pablo en el pectoral; san Miguel, casi miniado, en el báculo; las orlas de la casulla, sus plegados, adquieren calidad de tela sedosa y rica.
Las vidrieras expresan temas del Antiguo Testamento, como la Creación del mundo y de Adán, Jeremías, Daniel… y del Nuevo: éstas se refieren a la infancia de Jesús.
Frente a este espacio, el arquitecto Juan López construyó un retablito funerario compuesto por arco de medio punto sobre columnas estriadas, con hermosos querubines en el friso. La urna contiene los restos del obispo san Pelayo (875-878). Remata su ático con la figura del santo, mientras a su lado campean dos virtudes.
Capilla del Santo Cristo
Hasta el año 1524 estuvo dedicada a aposento de los sacristanes de la Catedral; en aquella fecha D. Andrés Pérez de Capillas, arcediano de Tricastella, quiso enriquecerla con un calvario que encargó a Juan de Valmaseda. Dos años más tarde, el mismo artista completó el retablo con los cuatro evangelistas y sus correspondientes símbolos. El conjunto marca un momento interesante dentro de la escultura leonesa; por una parte, se encuentra dentro de las líneas y espiritualidad goticista; por otra, ya aporta, dentro de su austeridad, manifestaciones renacentistas. No faltan detalles pintorescos, como las gafas de san Lucas.
En el muro opuesto, se levanta la llamada «puerta del cardo», que fue diseñada y ejecutada por Juan de Badajoz el Viejo. Se trata de un arco triunfal rebajado que culmina en tres conopias que se entrecruzan complicadamente; sus molduras se cubren de la más variada profusión de cardinas, hojas de roble, vides, pámpanos, animales fantásticos y otros temas menudos y bien dibujados, similares a los de la comisa de la capilla de la Virgen del Camino.
Esta puerta servía para dar acceso al altar desde la sacristía. A cada lado hay una imagen sobre hornacina de media caña. En lo alto, una Virgen con el Niño.
Capilla del Carmen
La titular es copia de una imagen de Gregorio Fernández. Lo más interesante de esta capilla es el sepulcro del obispo Rodrigo Álvarez (1208-1233), que la dedicó a san Miguel; es el mejor conservado de la Catedral. Responde a la tipología clásica: yacente, frontis con escenas de sus obras de misericordia, liturgia funeraria y crucifixión de Cristo; dovelas y cenefas recrean los consabidos temas vegetales entre figuras de ángeles.
El retablo que está a continuación es del siglo XVIII, con buenas imágenes de san José, san Alfonso M.ª. de Ligorio, san Benito y san Miguel.
En la rosa figuran los nombres de los artistas y pintores que trabajaron en la Catedral en la restauración de las vidrieras.
Crucero Sur
Correspondiéndose con el del brazo norte, otro extraordinario sepulcro, protegido por tres ojivas, se empotra en el muro occidental. Es obra, también, del Maestro de la Virgen Blanca. En él reposan los restos del obispo Martín Fernández, el protegido de Alfonso X y constructor de la Catedral. En los tres tímpanos, muy deteriorados por las humedades, se desarrollan las escenas de: la Anunciación, Huida a Egipto, Flagelación, Ecce Horno, Crucifixión y san Martín partiendo la capa.
Capilla Mayor
El Cabildo leonés, impresionado por el «transparente» que Narciso Tomé había construido en la catedral de Toledo, decidió hacer una cosa parecida en el presbiterio de la suya. Contrató con dicho artista, y con su sobrino Simón Gavilán, un retablo descomunal, de aparatoso barroquismo y teatralidad, en sustitución del que Nicolás Francés había pintado durante el primer tercio del siglo XV, para esta capilla mayor. Aquel retablo, que se colocó el año 1740, chocaba con la sencillez y pureza de este templo, por lo que, una vez terminadas las obras de restauración a finales del siglo XIX, los arquitectos «puristas» determinaron desmontarlo. En la actualidad se encuentra en la iglesia de los PP. Capuchinos depositado por el Cabildo.
Por ello, se emprendió la tarea de reconstruir el antiguo, del gótico internacional, compuesto por dieciséis tableros grandes y varias decenas de otros más pequeños; la gran mayoría habían desaparecido; únicamente se pudieron recuperar los cinco mayores que integran el retablo que hoy contemplamos, más las dieciocho tablitas con que se compuso el trono del obispo. Tres de los primeros se relacionan con la vida de san Froilán; en el más alto se narra al traslado de los restos de Santiago desde Iria-Flavia a Compostela; el quinto narra la presentación de la Virgen en el templo. En todos ellos se descubren influencias giottescas y de los primitivos flamencos; son pinturas alegres, penetradas de naturaleza en todos sus elementos vivos, dan importancia a lo anecdótico, a lo minucioso y narrativo.
En la primera de la izquierda vemos a san Froilán en medio de un bosque de estructura casi arquitectónica, sometiéndose a la prueba de la brasa extraída de la lumbre que hay a sus pies: la acerca a sus labios y, al no quemarle, interpreta que Dios le llama a la predicación. Más adelante hay dos palomas revoloteando sobre su boca, una blanca y otra negra: la negra le abrasa y la blanca le produce dulzor, lo que simboliza el gozo del Espíritu Santo que actúa en él. La tabla que está encima recoge el momento de la consagración como obispo; participan en la ceremonia otros tres obispos consagrantes. Hay además presbíteros, monjes, acólicos; entre los asistentes está san Atilano, que también va a ser consagrado. En el broche de la capa pluvial se lee: Froylavinus.
A la misma altura, por el lado de la epístola, está la tercera tabla del ciclo de san Froilán. Narra la visita del rey Alfonso 111 al monasterio de Moreruela para convencer a san Froilán para que venga como obispo a León, a petición de los leoneses. El monarca va elegantemente vestido a la moda del siglo XV, acompañado por varios cortesanos. Salen dos monjes a recibirle, uno de los cuales le da la mano. Aparecen dos gallinas atadas en el suelo, un perro espulgándose, dos mujeres hilan, otra pareja con aire pintoresco asiste a la escena. Abundan, como vemos, los recursos costumbristas.
Única tabla conservada con tema mariano
Debajo de la anterior, se encuentra la única tabla conservada con tema mariano: la presentación de la Virgen en el templo. María, jovencita, asciende por la escalinata hacia el altar, donde esperan dos sacerdotes. Abajo quedan san Joaquín, santa Ana y algunos parientes. Todo ocurre en el interior de un edificio gótico.
Rematando el retablo podemos presenciar el traslado de los restos de Santiago, como ya se dijo, transportados por un carro de bueyes, al uso medieval. Le guían dos clérigos, vestidos con dalmática, mientras otros dos sujetan por los cuernos a dos novillos salvajes. En el fondo aparece una pareja de pastores, uno de los cuales se lleva la mano a la frente para protegerse de los rayos del sol y contemplar la procesión.
Escuela castellana
El resto de las tablas que integran el retablo pertenecen a la escuela castellana. El apostolado que está sobre la hornacina, procede de Palanquinos, así como las de la Anunciación, Adoración de los Reyes, la Purificación y la venida del Espíritu Santo, enmarcadas en la predela. La de la Natividad y el Tránsito de María, que se mezclan con las anteriores, proceden de la iglesia del Mercado. De esta misma iglesia fueron traídas las que componen el retablito de la derecha: Apostolado, el Niño en el templo, la Misa de san Gregorio, el Descendimiento y la Adoración de los Reyes. Es muy probable que éstas últimas fueran pintadas por Juan Alonso y Bartolomé de Herreras, el año 1524, para un retablo que fue «visto y tasado» por Juan de Valmaseda y Lorenzo de Ávila.
Pintura excepcional
Una pintura excepcional es la que ocupa el intercolumnio opuesto al retablo anterior, atribuida a Nicolás Francés. Representa el Descendimiento de la Cruz, o Llanto sobre Cristo muerto. Como si se tratase de un expositor, José de Arimatea y Nicodemo sostienen en una sábana blanca el cuerpo del Señor, mostrándole al espectador, antes de envolverlo y depositarlo en el sepulcro. Un grupo de personajes asisten a la escena desde el ángulo superior de la derecha, entre curiosos y perplejos. Para mayor realismo, no faltan los instrumentos de la pasión: tenazas, cuerdas, corona de espinas, clavos, etc. (Esta pieza ha sido trasladada a la Sala del Rosetón del Museo Catedralicio).
El Arca de San Froilán
Uno de los tesoros más preciados de la Catedral es la Arqueta de san Froilán, que se expone debajo del retablo de la capilla mayor. Siempre ha sido arca de reliquias, y en este momento guarda las de san Froilán, anacoreta y obispo, que fue uno de los pilares sobre los que se fundamentó el proyecto repoblador y misionero del último rey de Asturias, Alfonso III el Magno. Es obra de Enrique de Arte, que vino a León el año 1501, para trabajar en la Custodia del Corpus, desaparecida el año 1808, y que era una de las más grandiosas de España.
La arqueta estaba ya concluida el año 1520. En su origen era la mitad más pequeña, chapeada por ambas caras. El orfebre Suero de Argüello la dividió en dos piezas hacia el 1573, quedando guarnecidos únicamente los frentes. Esta separación se hizo para colocar el sagrario entre ambas partes. Tras varias vicisitudes, volvieron a unirse y quedar tal y como la vemos hoy. Sus diez arcos de medio punto, separados por pilastrillas, cobijan los relieves de: santa Catalina de Siena, san Pedro, san Bartolomé, san Esteban, san Pablo, san Juan, Santiago, san Lorenzo, y Catalina de Alejandría. La decoración es rica, de tipo lombardo en los elementos vegetales. Abundan candelieri, grutescos, roleos, fuentes, vides, etc. Remata en crestería calada.
Debajo de ella está el sagrario, caja enmarcada por dos columnas de fuste liso y capitel corintio. En sus portezuelas figuran san Pablo y Melquisedec. Fue hecha por Suero de Argüello el año 1586. Sobre ella, el artista Rebollo colocó un templete clásico el año 1826, en el que resaltaba la figura de san Froilán, cincelada en plata.
El Coro
La Catedral de León es macrocéfala, como las francesas. Era fácil así colocar un gran coro alrededor del presbiterio, como se venía haciendo desde la época paleocristiana, aunque esta costumbre se utilizó menos en España.
Dicho coro ocupaba los dos primeros intercolumnios próximos al altar, con las sillas paralelas al eje de la iglesia. Las cuatro primeras de ambos lados se cerraron en escuadra en el siglo XVI, lo que originó la construcción del trascoro, quedando así el espacio de la capilla recogido con mayor intimidad para los actos litúrgicos. Permaneció allí, en el presbiterio, hasta el año 1746, en que el arquitecto Tomé lo colocó en el lugar que hoy ocupa. Ésta había sido una vieja aspiración del Cabildo, a quien se lo prohibió el rey Felipe II porque «se perdería la gracia y el ornato que tenía dicha iglesia».
Una de las sillerías más bellas del siglo XV
Es una de las sillerías más bellas del siglo XV; empezó a tallarse el año 1467 para estar concluida en 148 1. El Cabildo mandó al maestro Enrique, carpintero de la Catedral, que «fuese a ver a examinar las syllas de Sant Fagund, e de Palencia, e fuese a Segovia…»
Se encargó de la obra el maestro Jusquín, que por entonces trabajaba en la fábrica. Los dos artistas más importantes que participaron en su factura fueron Juan de Malinas y Copín de Holanda, quien se hizo cargo de los trabajos el año 1475, tras fallecer aquél.
Toda ella está ejecutada con suma destreza. Las figuras tienen un dibujo excelente, entre la naturalidad y la elegancia. Además del letrero correspondiente, cada una lleva su atributo, por lo que es fácil identificarlas en su totalidad.
Se divide en dos coros, con doble orden de sillerías cada uno: el del Rey, por el lado del evangelio y el del Obispo, por el lado de la epístola.
El Trascoro
Aunque rompe la unidad espacial del templo, el trascoro es una obra genial del renacimiento español. Se comenzó a construir el año 1577, bajo la dirección de Juan López, sobre planos que había trazado Juan de Badajoz el Mozo un tercio de siglo antes. El continuador de las obras fue Baltasar Gutiérrez, quien completó la estructura, en cuya decoración se quiere ver la mano borgoñesa de Juan de Juni. Se concibe todo como un monumental arco de triunfo con un cuerpo de dos tableros a cada lado, enmarcados por columnillas de tercia, teniendo como pedestal un gran zócalo. En los relieves se representan las escenas de: la Natividad de la Virgen, la Anunciación, el Nacimiento de Cristo y la Adoración de los Reyes. Las cuatro imágenes que campean sobre él, efigian a san Pedro y san Pablo, a san Marcelo y san Isidoro. En el ático, por la parte delantera, está la Asunción de María, y, mirando al altar, san Froilán.
Dichas imágenes, lo mismo que los tableros de alabastro, fueron contratados por el cabildo con Juan de Juni y Esteban Jordán el 16 de febrero de 1577, fecha en que estaban avecinados en Valladolid, aunque ya antes habían estado vinculados a León. La realización de la obra corrió por cuenta de Esteban Jordán solamente, según los documentos conservados en el archivo de la Catedral, por haber fallecido Juni. El crucifijo que remata el conjunto está siendo considerado como de Bautista Vázquez, tras haberle presentado en concurso con otro del artista anterior.
Otras pequeñas representaciones de sibilas, virtudes y medallones se distribuyen sobre el entablamento.
Si impresionante es la escultura del trascoro, no de menor calidad son los trabajos de decoración que cubren sus campos: abundan los temas mitológicos, atlantes, figuras afrontadas, grutescos, bucráneos, arquitecturas fantásticas, entrelazándose los temas bíblicos con otros alegóricos. Entre aquéllos destaca el árbol de Jesé, con buena labor de trépano, que asciende por las jambas del arco.
Los muros laterales de los dos primeros tramos del coro son de Baltasar Gutiérrez; el resto los construyó Narciso Tomé en 1744. La verja que lo cierra fue fabricada por Félix Granda, bajo diseño de Manuel de Cárdenas, el año 1915.
Museo catedralicio
El museo fue inaugurado el año 1981 y es el resultado de la fusión del antiguo museo catedralicio con el diocesano. Este último había sido creado por el obispo Almarcha el año 1945, aunque el mayor incremento de sus fondos se realizó a partir de la década de los sesenta.
En la actualidad constituye un conjunto único en su género, albergando piezas de todas las etapas de la historia del arte, desde la prehistoria hasta el siglo XX, todas ellas repartidas en diecisiete salas, en el entorno del claustro catedralicio.
Se accede a él por una hermosa puerta de nogal, que según el profesor Merino Rubio, había sido hecha para la librería por Juan de Quirós, antes del año 1513; en su tímpano se narra la escena de la Anunciación, plenamente flamenca, sobre un espacio con arquerías góticas.
En la primera estancia se nos muestra la escalera plateresca de Juan de Badajoz el Mozo, que facilitaba la subida a la sala capitular. Nada tiene que envidiar a la construida por Covarrubias en el Palacio de Santa Cruz de Toledo. Es imposible sacar tanto rendimiento a tan pequeño espacio con una obra tan perfecta. El soporte de sus tres cuerpos está profusamente decorado con labores menudas de bueráneos, «candelieri», medallones y otros temas del mejor Renacimiento. Se buscó como pretexto para colocar el escudo del obispo mecenas, Pedro Manuel, la pequeña tribuna que resalta sobre la balaustrada.
Varias obras
Son varias las obras expuestas en este marco configurado por la caja de la escalera. Así, dos hermosos calvarios del siglo XIV, tallados en madera con restos de policromía; el de mayor tamaño, procedente de Gusendos de los Oteros, sufre varias mutilaciones, por haber permanecido enterrado durante siglos debajo del presbiterio del templo y el otro, más estilizado, perteneció a la iglesia prerrománica de san Adrián; una imagen de la Virgen con el Niño, en piedra policromada del siglo XIV, conocida con el nombre de la «Virgen del Dado antigua»; un crucificado de transición procedente de Grajal de Campos de principios del mismo siglo; dos tablas tardogóticas, con apóstoles, procedentes de Tomeros, y seis pinturas al óleo, del último tercio del siglo XVI, pertenecientes al desaparecido retablo de Fuentes de Carbajal, con escenas de la infancia y de la pasión de Cristo.
Sala de Piedra
La puerta que se abre en el cuerpo bajo de la escalera, con arco carpanel, nos comunica con la primera sala, antiguamente dedicada a santa Catalina. La mayor parte de las esculturas que en ella se exhiben son de piedra, de donde le viene el nombre.
Las imágenes, casi todas de tamaño natural, pertenecen a la Catedral. Del siglo XII-XIII es la llamada «Virgen del Foro y Oferta», anterior a la existente en el claustro, cuya historia ya quedó esbozada. Ésta, de un románico más austero, conserva los ojos de azabache y se mantiene en posición hierático con movimiento forzado. De la primitiva estatuaria son las plaquetas de piedra adosadas al muro norte, enmarcadas bajo arquillos de herradura, algunas de las cuales aún tienen la policromía original. Representan a dos obispos, al Salvador bendiciendo, una Dama con un niño sobre el vientre, san Pedro y san Pablo, etc.; todas del siglo XII. Del siglo XIII es la Virgen con el Niño, traída de Mansilla de las Mulas, con rasgos de un goticismo arcaizante y robusto aún; preside la sala desde la pared frontal. De mayor calidad es la escultura de san Gabriel, claramente francés, que formaba grupo con la Virgen de la portada meridional del templo; sus ojos grandes y rasgados, su boca abierta, su sonrisa, le dotan de un realismo y gracia especiales; también es del siglo XIII, como las imágenes de tamaño natural de san Isidoro, vestido de pontifical, y del rey Ordoño II, desenvainando la espada y pisando sobre un león. Del siglo XV es santa Catalina, totalmente policromada, que muchos historiadores asocian a la obra de Mercadente; llama la atención la riqueza de sus vestidos ajustados, la elegancia de su movimiento, la armonía de sus formas y la gracilidad de sus cabellos ondulantes; porta libro y rueda del martirio.
Verdaderamente excepcional
Es verdaderamente excepcional el enigmático grupo de un rey caballero frente a la reina, que podría tener relación con algún rey cristiano, émulo de Constantino, en su lucha contra los enemigos musulmanes.
Al lado de todo lo anterior, figuran tallas de madera policromada de gran interés, como la de santa Catalina, procedente de Villagallegos; un frontal del altar, pieza única por su tipología, donde se relatan historias relacionadas con el apóstol Santiago; dos imágenes sentadas de la Virgen con el Niño, ambas góticas, una de la Catedral y la otra procedente de Solanilla, además de otras obras de valor arqueologista, como dos columnas de bronce, cálices de estaño, crucifijos, etc., de los siglos XI al XIV.
Sala Capitular
Ascendiendo hacia ella encontramos en el primer descanso de la escalera una Piedad de] siglo XIV-XV, gótico-flamenca. Responde a un momento de gran interés, desde el punto de vista iconográfico. Hemos dicho que con el gótico se dio entrada en el arte cristiano de occidente al dolor, a lo patético; se rompe la serenidad trascendente de las figuras. Ahora junto con la pasión de Cristo, se vitaliza la pasión de María. Cuando se esculpe esta obra por primera vez en el centro de Europa hay una gran consternación por las pestes que hacia 1347 asolaron pueblos y ciudades, transportada por los barcos venecianos desde el oriente; las madres, que veían morir a sus hijos, alimentaban su esperanza contemplando a María con Cristo muerto sobre sus rodillas; es entonces cuando los artistas sacan a la luz esta representación que tanto caló en la cristiandad occidental.
Sagrario del siglo XVI
En el siguiente descanso hay un sagrario del siglo XVI, atribuído a Juan de Juni, en sus primeros tiempos, procedente de Toldanos. Se completa esta estancia con una vitrina donde se recogen varios portapaces, de distintas épocas y procedencias, interesantes para ver en ellos la evolución de temas y formas plasmadas en los objetos sacramentales, reflejo de lo que se hacía en las artes mayores. El portapaz, como su nombre indica, servía para repartir dicho don antes de la comunión de los fieles. Una vez besado por el sacerdote, lo besaban todos.
La sala capitular o del tesoro guarda lo poco que queda de éste, tras las execrables circunstancias históricas que lo hicieron desaparecer de la Catedral. Aquí debiera figurar la magnífica custodia del Corpus, fabricada por Enrique de Arfe, que para ello vino expresamente a León el año 1501. 0 la cruz de Argüello, con sus andas; o el «lignum crucis», cubierto de pedrería y engastes… Todo ello salió de León el año 1809, para ser convertido en moneda y pagar a los que luchaban contra los franceses. De ello nunca más se supo. No obstante, las piezas que aquí se albergan, aún la hacen merecedora de ser llamada Sala del Tesoro.
Enumerando las más importantes, encontramos un grupo de la Virgen con el Niño, de terracota policromada y estofada, certeramente atribuido a Torrigiano, del siglo XVI.
Una Inmaculada de marfil, auténtica joya
Una Inmaculada de marfil, de principios del XVIII, auténtica joya, llena de primor y delicadeza. María aparece como Inmaculada y Asunta, a la vez. El Ecce Horno, del siglo XVII, atribuido a Gregorio Fernández, que fue donado a la Catedral por el canónigo Isidro Fuentes, el año 1752: el artista se sirve de todos los recursos pictóricos y anatómicos, dentro de una belleza inusitada para hacer más conmovedora la figura, cargada de sentimiento barroco. Dos tallas de San Sebastián, de escuela flamenca del siglo XV, aunque con rasgos aún goticistas. Una curiosa representación de santa Ana, transformada en santa Lucía, del siglo XV; iconográficamente responde a modelos burgaleses, de tipo cortesano y de importación nórdica. Un tríptico con la Virgen y el Niño en terracota, muy cercano al taller la Robbia, donado a la Catedral por el canónigo Juan Gómez, el año 1536; muestra gran delicadeza la grisalla de sus portezuelas.
Hay además cuatro pinturas sobre tabla atribuidas a Juan de Borgoña, que recogen escenas no relacionadas entre sí: La Anunciación, san Rafael y Tobías, san Gregorio a las puertas de Roma, y otra referente al milagro de san Miguel en el monte Gárgano.
De finales del XVI o principios del XVII es el tríptico enmarcado por un retablito que data de 1769. Representa la escena de la Adoración de los Reyes en la tabla central, con la Anunciación y la Circuncisión en las laterales. Es una obra importante de la escuela de Amberes. Con seguridad estamos ante el retrato de un personaje que quiso identificarse con el rey Melchor: mientras presenta sus dones al Niño, éste, no haciéndole caso, hace el ademán de dirigirse a san José, que le prepara la papilla; lo mismo que la Virgen, éste baja la mirada ante el imprevisto gesto de su Hijo. El lienzo del ático está firmado por A.G. Orcajeda, el año 1867. En una colección particular madrileña existe un tríptico muy similar, atribuído a Quentin Metsys (1465-1530).
En el muro de la izquierda hay otras cuatro de escuela castellana del siglo XV-XVI, representando el martirio de santa Eulalia, san Roque, san Fabián y san Sebastián; proceden de Tapia de la Ribera. Encima, dos tableros de medio punto, del taller escurialense del siglo XVI, con san Jerónimo penitente y la imposición de la Casulla a san lldefonso.
Vitrinas
En las vitrinas que hay a sus lados se guardan dos crucificados de marfil: uno de gran tamaño, aunque de poca finura, procede de Villademor de la Vega; el siguiente, también de principios del siglo XVIII, pertenece a la Catedral y es una obra que durante mucho tiempo se ha atribuido a seguidores de Pedro de Mena. Se trata de una obra excepcional.
Volviendo a la orfebrería, expuesta en las dos grandes vitrinas del muro de la derecha, destacamos un calderillo de cristal de roca, de tipo toledano, y un templete en plata sobredorada de la escuela de Arfe; ambos son del siglo XVI. Además de dos cruces, una con el punzón de Andrés Rodríguez y otra de platero anónimo con hermosos medallones, se muestran dos ricas custodias, modernas ambas, donadas a la Catedral por Octavio Carvallo y José Sánchez Chicarro. La primera es de oro macizo, con excelente pedrería; en los esmaltes de sus brazos aparece la tetramorfos.
Calvario de marfil
Mas adelante hay un fino Calvario de marfil, de estilo filipino, en el que Cristo, vivo aún, habla con la Virgen encomendándole la maternidad sobre los hombres, representados en san Juan.
Desde el punto de vista histórico tiene gran importancia el fresco que aparece debajo de la escalera, descubierto cuando se procedía a limpiar los muros; parece del siglo XIII o XIV.
Las Nuevas Salas
El llamado «Torreón», aunque en realidad es un cubo de la muralla medieval revestido de sillares en el siglo XV, se destina a códices, restos arqueológicos, y objetos en su mayoría prerrománicos.
En él podemos ver, con un montaje dotado de los más sofisticados medios técnicos de seguridad y conservación, las siguientes obras:
La Biblia Mozárabe, escrita por Juan Diácono el año 920, quien en varias iluminaciones de la misma pide que se rece por él. Contiene los libros proféticos, los de los Macabeos, el Nuevo Testamento y la vida de San Froilán; es de suponer que el resto de los escritos bíblicos se reservase para un primer tomo, hoy desaparecido. Tiene 275 folios, a dos columnas, con extraordinarias miniaturas de inspiración oriental, interpretadas con las más puras formas «picassianas»; esto se aprecia de manera especial en las páginas de las concordancias, con los símbolos de los evangelistas bajo sencillos arcos de herradura; abundan pájaros fantásticos, cuadrúpedos, seres vivos en atrevida metamorfosis.
El famoso «Libro de las Estampas» de la Catedral de León, de finales del siglo XII. En 44 pergaminos de pequeño tamaño se recogen los testamentos de los reyes leoneses en favor de la Catedral; excepto el retrato de Ordoño II, que fue arrancado entre los años 1969-1977 en que dicho documento permaneció robado fuera de España, se intenta representar de forma idealizada a los siguientes monarcas: Ordoño III, Ramiro III, Bermudo II, Fernando I, Alfonso V, Alfonso VI y la condesa doña Sancha. Se utiliza la letra carolina minúscula; los colores conservan la frescura del primer momento, resaltando los azules y los rojos sobre la palidez dominante del resto. Estas figuras tienen mucha similitud con algunas de las representadas en las vidrieras, pudiendo haber sido una de las fuentes de inspiración para las mismas.
El otro códice, considerado por muchos historiadores como único en el mundo es el Antifonario Mozárabe. Lo copió el abad Totmundo, dedicándoselo al abad lkila, cuya entrega se recoge en una miniatura. Parece que salió del monasterio leonés de san Cipriano del Condado, en las riberas del río Porma. En él se transmiten «antífonas» o piezas litúrgicas para ser cantadas; cuenta con 276 folios llenos de melismas sueltos, sin clave, lo que ha hecho imposible la interpretación. Además de sus originales miniaturas de tipo geométrico, hay escenas evangélicas, aves, abundante flora, etc. Es del siglo X.
Orfebrería
En orfebrería, es de gran valor histórico la cruz de Fuentes de Peñacorada, mozárabe del siglo X, con inscripción alusiva a santa Marina, que era la titular de una ermita desaparecida en la citada localidad. Verdadera joya es un relicario bizantino, regalado por el Patriarca de Jerusalén al rey Alfonso VII, el año 1128-, en él se representa a Cristo Majestad acompañado por la tetramorfos, y a la Virgen María, orante, al modo oriental. Destaca también el báculo del obispo Pelagio, encontrado en su tumba: es del siglo XI, cuando el obispo regía la diócesis. Tallado en madera, en una de sus caras se efigian dos personajes de pie, saludándose; en la otra, aparece un águila con las alas desplegadas. En los extremos de su «tan» hay dos hermosas cabezas de serpiente.
En la contigua, de reducido tamaño, hay una serie de pequeñas tallas, de factura muy sencilla, fabricadas por el clásico «santero» popular. Se trata de un arte «naif», ingenuo, aunque lleno de encanto. También fueron objeto de veneración por parte de los antepasados y su presencia aquí, además de testimonial, pretende enriquecer el carácter pedagógico que tiene todo el museo. Allí mismo pueden verse varios objetos, todos muy populares, que un día sirvieron para el culto: portapaces, navetas, etc.
Los otros dos espacios serían propiamente «las salas de arqueología», donde se recogen piezas del fondo arqueológico, muy rico, procedentes de la catedral y de la provincia en su mayoría. Entre ellas destacamos: la interesante colección de restos líticos, recogidos por D. Eugenio Merino, adquiridos posteriormente por el Cabildo, como otras piezas de bronce, sigillatas y objetos que ofrecen un valioso muestrario de la cultura leonesa de los tiempos prehistóricos, celtas y romanos; destacan por su finura: el perro de Villasabariego, la pareja de guerreros de Valdepolo y la espada del Bronce 11 de Veguellina de órbigo. No falta un gran muestrario de fíbulas, ánforas, útiles u objetos de adorno, como una pulsera de gran tamaño encontrada en Riaño, de la cultura cántabra, etc. No faltan muestras de arte egipcio, donadas por coleccionistas particulares, como gran parte de lo anterior.
Cuelgan cuadros, relieves y esculturas de distintos maestros y escuelas, principalmente la castellana, de los siglos XVI y XVII, continuando la temática de la Sala Capitular, de temas renacentistas.
Crucificado de Juan de Juni
La obra más conocida es el Crucificado de Juan de Juni, la mejor expresión de su madurez como artista; fue realizado para el trascoro, en concurso con Bautista Vázquez; comprado el año 1576, el Cabildo lo destinó a presidir la librería. Representa a Cristo muerto; el artista juega con las masas de carne, convulsas y apretadas, trasladando al espectador todo el dramatismo interior que masca el Crucificado. No se hacen concesiones a la mística ni al embellecimiento fácil y la aparente desproporción de su cuerpo se debe a las exigencias de la perspectiva, pues fue pensado, como dijimos, para contemplarse a varios metros de altura.
Siguiendo la línea junesca, hay en la misma sala un sagrario de cinco tableros con tallas de la Pasión casi miniada, procedente de la capilla de los Villapérez. Tienen mucho que ver con la gubia de Guillermo Doncel del retablo de Valencia de Don Juan, también del siglo XVI; probablemente todos fueron inspirados en grabados comunes, lo mismo que el relieve de la oración del Huerto, en panel de medio punto, que se expone más adelante. Éste procede de Villavidel, aunque allí había sido llevado en el siglo XVII desde la iglesia de San Marcos de León, protectora de dicha parroquia.
Con bastante certeza se atribuyen también a Doncel varios relieves, de excepcional calidad, procedentes de la iglesia parroquias de Nava de los Oteros. Dos de ellos: la aparición de Cristo a Magdalena y la Transfiguración del Señor, conservan el dorado y la policromía; los restantes, como Visitación, la Anunciación, la Natividad, la Santa Cena, la Resurrección de Cristo, etc., evidencian la madera de nogal en su color.
Un grupo escultórico de gran expresividad, atribuido a Becerra, es el de santa Ana enseñando a leer a la Virgen, procedente de Toral de los Guzmanes; es una de las piezas más romanistas de] Museo, como lo es también el sagrario de la antigua iglesia del Salvador, en forma de templete de base semicircular compuesto por dos cuerpos: el inferior está constituido por dos portezuelas con los relieves de la Crucifixión y del Descendimiento, enmarcadas por columnillas de tercia; en el superior, poligonal de tres caras, hay pequeñas esculturas del Ecce Horno, san Pedro y san Pablo, bajo hornacinas y entre pares de columnillas de fuste liso.
De la escuela de Berruguete es un relieve en el que aparece san Jerónimo penitente, de finísimo estofado, procedente de Gradefes. En la misma sala hay una buena talla de bulto de san Roque, atribuido a Anchieta, con un claro «pathos» miguelangelesco; es del siglo XVI y procede de Riaño. Otras obras escultóricas de menor importancia se distribuyen a lo largo de la sala: unas inspiradas en Juni, como la Virgen de las Candelas, procedente de Marne, y otras con el sello de lo mejor de la escuela castellana del XVI: el grupo de los cuatro evangelistas, por ejemplo, o las tallas de san Miguel.
En pintura, la obra cumbre es el cuadro de la Adoración de los Reyes, de Pedro de Campaña, siglo XVI. Aunque es un cuadro bastante ecléctico, su calidad es de difícil superación; contrasta el color de la carne blanca de la Virgen y el Niño, llena de simbolismo, con la del resto de las figuras y el fondo; hay un estudio anatómico perfecto en las manos de todos los personajes, que marcan una diagonal desde el ángulo inferior derecho hasta el superior izquierdo, adoptando diversas formas de lenguaje con los dedos. Otra pintura de excelente calidad, recientemente restaurada, es la que representa a la Virgen con el Niño, obra casi segura de Julio Romano; donde se aprecia la línea más fuerte del rafaelismo.
La Sala Capitular comunica con otros cuatro departamentos destinados, hasta hace escasos años, a guardar los fondos del archivo, con sus correspondientes zonas de investigación. Ahora forman parte del Museo y en ellas pueden contemplarse algunos de los tesoros artísticos y documentales más importantes, de la Catedral y de la Diócesis.
Sala del Rosetón
A ella se sube por la moderna escalera diseñada por el arquitecto Luis Ameijide, con maderas del siglo XVI, procedentes de la techumbre anterior a la restauración. Se llama así por el gran rosetón que la ilumina, creado por el vidriero leonés Luis García Zurdo.
Se dedica de manera casi monográfica a la pintura y escultura góticas o de transición.
De excepcional interés son los restos del antiguo trono episcopal para el que J. Crisóstomo Torbado pudo recuperar dieciocho tablas pintadas por Nicolás Francés, pertenecientes al desaparecido retablo del siglo XV que ocupó el presbiterio de la Catedral hasta principios del siglo XX. También es destacable El Descendimiento o Llanto ante Cristo muerto que estuvo hasta 1998 instalado en el presbiterio de la Capilla Mayor.
Más adelante otras dos pinturas, probablemente, del maestro de Palanquinos, representando a san Cosme y san Damián, además de la de santa Elena, que antes ocuparon arquillos ciegos en distintas capillas absidiales.
Una puerta de sagrario, también del siglo XV, procedente de Escobar de Campos; san Pedro y san Miguel, de Toldanos, y otras muchas que hacen de esta sala una estancia única, dentro del patrimonio castellano-leonés.
Interesante es también el apostolado de Villarente, del que dice Gómez Moreno que «hay cabezas nobles y hermosas y todo está bien dispuesto». De carácter más popular son las del martirio de san Vicente, también del siglo XV, de Villadiego de Cea. Notable es, por su delicadeza, el tríptico de Secarejo, del siglo XV, en el que la Virgen toma el pulso de Cristo muerto antes de enterrarle, para comprobar si aún le queda algo de vida. Responde a esquema compositivo plenamente flamenco, lo mismo que las 8 tablas del antiguo retablo de san Lorenzo, pintados por Bartolomé Fernández el año 1537.
En las vitrinas hay tan sólo algunas de las cruces depositadas en el Museo, de bronce, cristal y plata. La más antigua es la de Villafeliz de Babia, de brazos cilíndricos, prolongados en bolas con decoración flamígero; es de mediados del siglo XV. De 1579 es la de cristal de roca, perteneciente a la Catedral, hecha por el platero Suero de Argüello. Andrés Rodríguez fabricó la de Malillos de los Oteros, cuyo castillete es del siglo XVI, formado por dos cuerpos superpuestos con apostolado. Otras dos llevan el punzón de Antonio de Vega, del primer tercio del siglo XVIII.
Salvo pocas variantes, en todas se utiliza la iconografía común para sus medallones y campos: además del Crucificado, efigian la tetramorfos, san Juan y la Virgen, Magdalena, el pelícano y Adán saliendo del sepulcro, haciendo referencia a la nueva vida que trae la redención; además, algunas llevan al titular de la parroquia de donde proceden y a los santos padres.
Estas vitrinas se completan con otras piezas de marfil, taraceas y otras figuras de los siglos XVII y XVIII.
Salas Barrocas
Ocupan, entre otros espacios, la antigua capilla de san Juan de Regla, llamada así desde el año 1877, en que se trasladó a ella el culto de la Catedral. Anteriormente estuvo dedicada a san Nicolás, cuya vida, junto con la de santa Marina, se narra en los capiteles. Próxima a ella está la capilla del Conde Rebolledo, en uno de cuyos muros se empotra el mausoleo que alberga sus restos.
En estas salas hay valiosas obras tanto de escultura como pictóricas. Entre las primeras sobresale la imagen de la Asunción, de Alonso de Rozas, del siglo XVII, de tamaño natural y rica policromía al modo castellano. Junto a ella hay una excelente talla de la glorificación de san José, con el Niño en sus brazos y arrebolado sobre nimbos, de los que emergen angelitos con instrumentos de carpintería. Interesante es también el grupo de la Sagrada Familia, de escuela levantina. Otras obras, como san Francisco de Paula, san Francisco Javier o san Nicolás, atribuidos éstos últimos a Salvador Carmona, hacen de las salas un óptimo exponente de la escultura castellano-leonesa de los siglos XVII y XVIII.
Un curioso instrumento musical, llamado «realejo»
Llama la atención por su rareza un curioso instrumento musical, llamado «realejo», ¿del siglo XVI?, aunque el armazón es del año 1739. Lo transportaban entre cuatro personas por las calles cuando había procesiones solemnes. Próximo a él, se encuentra el botamen del antiguo hospital de san Antonio, patrocinado por la Catedral. Es de cerámica de Talavera, decorado cada tarro con el escudo de dicho centro benéfico y el nombre del medicamento que guardaba. En la base de uno de ellos, puede leerse la siguiente inscripción: «Se acabó esta botería a 5 de agosto a las diez de la mañana, con bastante trabajo. Año de 1768».
En estas mismas salas barrocas hay un armario mudéjar del siglo XIV, con catorce portezuelas en la fachada, todo recubierto de finísima y abundante labor de lacería morisca. Sirvió durante muchos siglos para guardar los documentos y códices de la Catedral; entre ellos hay tres expuestos en el Museo.
Lienzos
Sobresalen entre sus lienzos: el de Francisco Camilo, representado a san Andrés, con claros tintes de la escuela madrileña, un crucificado con faldilla, de Mateo Cerezo, pintado el año 1664, el Viacrucis de Salvador Maella, procedente de Villabalter; en él se aprecian rasgos goyescos, con una gran limpieza de color y nerviosismo de trazos que en ocasiones no pasan de simples esbozos. Abundan otros de escuela italiana, como el Padre Eterno o la copia de Emaús, con gran acercamiento al original de Caravaggio. Obra digna de la mejor pinacoteca es el retrato de un anciano, claramente veneciano, del siglo XVII. La Virgen y san Antonio mereció la atención de Gómez Moreno, quien no dudó en atribuirla a Alonso Cano. Matías Jimeno pintó dos excelentes lienzos; el del martirio de san Bartolomé, el año 1651 y el de san Jerónimo, recientemente restaurado, en 1644.
También llama la atención, por su originalidad el sagrario-expositor de la parroquia de santa Cristina del Páramo, con pinturas en todo su interior, figurando a la Santísima Trinidad, la Anunciación, los cuatro evangelistas y los cuatro santos Padres latinos.
Sala de Arte Religioso del Siglo XX-XXI
Hace algunas décadas el Cabildo de la catedral promovió la iniciativa de abrir el museo a obras de arte actual, preferentemente pictóricas. Existía una laguna histórica que había que subsanar, al no contar con ninguna representativa del siglo XX. La respuesta de los artistas ha sido y sigue siendo notable, pues en este momento puede ser contemplada en las últimas salas dedicadas a este fin una selecta colección de cuadros de las más variadas tendencias o corrientes estéticas, con un denominador común: adentrar al espectador por los caminos de la Belleza y facilitarle el salto hacia lo trascendente, al mismo tiempo que se convierten en claros exponentes de las dudas y ansiedades del hombre de nuestros días. Todos ellos son cuadros que hacen pensar, aunque cada uno lo haga desde la experiencia personal de sus creadores. Buscan responder a las grandes cuestiones que, simbólica o figurativamente, ha intentado clarificar el arte cristiano a lo largo de la Historia. Aunque este lo haya hecho a la luz de la Palabra revelada, más que desde una experiencia antropológica, personal o colectiva. Afortunadamente, la colección sigue incrementándose, lo cual constituye una realidad gozosa para todos.
Sala de D. Saturnino Escudero
Fue inaugurada el 30 de abril de 1996. En ella se expone una valiosísima colección de telas y de vestiduras sagradas, integrada en su mayoría por la colección donada al Museo por D. Saturnino Escudero, maestro en las artes del tejido artístico. Son más de trescientas piezas las que integran el muestrario. Al lado de varias capas pluviales y ornamentos de la escuela toledana, del siglo XVIII en su mayoría, encontramos varios fragmentos de la época copta y valiosísimos tejidos mozárabes, como los sudarios de san Froilán y de san Pelayo, éste algo posterior. Las restantes piezas de damasco, seda, lona, etc., muestran la evolución seguida por este género del arte, en técnicas y formas, durante casi once siglos.
La muestra alterna con objetos de orfebrería, tallas, y otros objetos, como complemento didáctico de la exposición.
En el recinto llamado de «la gomia», campean algunas de las tallas pertenecientes al antiguo órgano de la Catedral, obra del escultor cortesano don Alejandro Carnicero, del siglo XVIII. Son de tamaño mayor que el natural, dotadas de extraordinario movimiento y barroquismo. Representan: el ritmo, la mensura, la armonía y, santa Cecilia.
José Belló Aliaga