Relato para el verano: La última voluntad del señor Pinkwood (4)

Por Toni Borton.- Me acomodé en el recoleto jardín sin salir aun de mi asombro por el modo en que me había recibido sir Arthur a quien yo tomé por un criado. El sol espaciaba su luz por todo el páramo. Thomas, el sirviente, acercó una botella de ginebra y una jarra de limonada. Aún no habían dado las doce del mediodía así que desestimé pedir cerveza y por supuesto acompañar a sir Arthur en su costumbre de beber ginebra a esas horas de la mañana. No me anduve con rodeos  y antes de responder al señor Pinkmoon a su pregunta, le lancé otra.

-Jamás pensé en un recibimiento como el que me ha dispensado, señor. Me gustaría saber a qué se ha debido… Por lo que tengo oído no tiene usted fama de ser muy hospitalario.

El señor Pinkmoon saboreó tranquilamente su trago de licor, luego dejó el vaso con mucha parsimonia sobre la mesa y se acomodó en su silla. Sacó un habano de una caja de plata y antes de que él mismo encontrara entre sus bolsillos las cerillas ya tenía un fosforo encendido ante su cara que su sirviente había prendido con diligencia.

-Me diste una imagen de desamparado que me enterneció -dijo-. Allí frente a la puerta de hierro  a la que no se ha acercado nadie en años… Reconozco que me sorprendió que la abrieras y te internaras en la finca. Nadie lo había hecho antes, joven. Y luego los perros, tu entereza ante ellos… Todo eso me conmovió de algún modo. Y, bueno, tu indumentaria de plumilla provinciano y esa maleta de desahuciado. Verte así en medio de la nada es para tener un poco de humanidad…

-Pues, créame, si le digo que se lo agradezco de veras, señor. Mi jeje, el señor Lytton y yo mismo, no dábamos ni un penique por este recibimiento. Me gustaría telefonearle luego, si no le importa…

-Desde luego, Jeremy… ¿Piensas quedarte muchos días?

-Bueno… eso depende de usted y lo que quiera contarme…

-Pues lo que quiero contarte es la verdad de lo que realmente sucedió en Crazy Winds hace diecinueve años. La verdad, te repito, sin ningún aditamento que la desvirtúe. Y para ello voy a necesitar varios días, tal vez una semana.

– Es usted muy amable, no sólo por recibirme, sir Arthur, sino por su hospitalidad

-No me des las gracias, chico. No voy a abrir las puertas de mi casa solo por un rato. ¿Sabes que hubo un tiempo en que fui propietario de The rising sun?

-¡Vaya, otra sorpresa! Es usted sorprendente, si me permite el atrevimiento…

-No te preocupes. Pero… venga, al grano, qué demonios… Lo que has venido a hacer aquí es a hurgar en mi soledad después del juicio, y te voy a contar paso a paso, detalle a detalle de lo que ocurrió en Crazy Winds, en el otoño de 1893… Y por supuesto, si fui yo quien mató a la señora Pinkmoon, si tuve algo que ver en la muerte de su amante, ese mismo día y por qué me retiré de toda vida social y mundana a pesar de que fui declarado inocente por que no hubo pruebas contra mi…

Yo no daba crédito a lo que estaba escuchando. Estar sentado junto al viejo aristócrata, en su misma villa donde ocurrió todo, que me abriera la puerta él mismo como lo hizo, que me invitara a pasar y a declararme que estaba abierto para contar no solamente el modo en que había llevado su retiro sino cómo ocurrieron los hechos, me parecía un sueño. Más de un periodista de todo el Reino Unido y su imperio hubiera pagado por estar donde yo me encontraba ahora y más de un director de cabecera influyente hubiera soñado con narrar los detalles del largo cautiverio de sir Arthur Pinkmoon y de todo cuanto pasó en verdad…

-Pero será esta tarde cuando comencemos, Jeremy. A la hora del té, si te parece…

-Oh, si, si, claro, cuando usted diga y el modo en que considere… Si me disculpa voy a mi habitación a ordenar un poco mi ropa y mis cosas…

-Puedes tomar un baño. Thomas lo ha preparado todo. También tienes un teléfono  a tu servicio. Me costó un ojo de la cara traer la línea hasta este lugar del páramo… pero ya sabe que los ricos somos capaces de todo excepto de una cosa…

En ese momento sentí un escalofrío. Más que mirarlo, mis ojos lo interrogaban…

-¿Sí, señor Pinkmoon?

-No hay dinero capaz de comprar la inocencia perdida…

Respiré aliviado. Ya en mi habitación telefonée a mi jefe.

-Lo sabía, mequetrefe, lo sabía…-vociferó al otro lado de la línea.

En el jardín vi a un perro ladrar a la ventana desde donde yo lo observaba como si hubiera escuchado los gritos del director de mi periódico.

Relacionados

ESCRIBE UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí


spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img