Algo parecido a lo comentado días pasados con el texto, en otro medio escrito, Siglas e hipocorísticos, podríamos expresar hoy con el empleo del color en los diferentes partidos políticos contendientes en las elecciones en curso. Son formas de llegar a ellos, de llegar a los diferentes partidos, a través de las siglas y a través de los colores. Hay todo un abanico cromático que viajaba secularmente del rojo al azul, por más que Stendhal prefiriera el Rojo y (el) Negro como fruto de otras confrontaciones civiles y eclesiásticas. Por ello, otras veces la utilidad referida al negro, para expresar la densidad de un hemiciclo o de un ideario político.
Hay estudios históricos que precisan el empleo del color –y de su identidad sustentada– por determinadas formaciones políticas, desde el rojo de los garibaldinos en Italia, a los azules de ciertos conservadores centroeuropeos como el ejercito Prusiano, por más que ese color no figurara en sus banderas. Con ese pacto tácito las izquierdas se reclamaron históricamente del color rojo –en cualquiera de las varias Internacionales, Socialista o Comunista–. De igual forma que ciertos movimientos conservadores se movieron entre las dudas del azul y las virtudes del blanco, como el ejercito realista francés antes de la Revolución. Por más que, por otra parte, el negro se lo hayan disputado tanto los fascistas de Mussolini –camisas negras– como los anarquistas de Malatesta adheridos a esa negritud.
De tal forma que realizado el reparto primigenio y cromático entre conservadores y progresistas –para vosotros el azul, para nosotros el rojo– los partidos que van llegando a las praderas políticas y no tengan asignado un color previo, van encontrando nuevas dificultades en captar e inventar el color final de su cielo universal. Que es tanto como el uniforme de combate y la marca comercial de la formación. Y así hemos visto repartos cromáticos diversos que bien merecieran alguna aclaración. Entre el naranja de Ciudadanos –rememorando el logo de los mundiales de fútbol de 1982, y el Naranjito afamado y gordo– y el morado-penitencial de Podemos –ya lo exhibieron los Comuneros de Villalar en 1980 y algunas identidades menores castellanas–, no podemos olvidar otros colores, que se van complicando de forma creciente. Y confundiendo al respetable.
VOX, desde su populismo de extrema derecha propaga el verde –color tanto de los países emergentes tras la descolonización africana, como de ciertas tradiciones musulmanas–, de igual forma que con anterioridad a ese uso, el PNV ya lo había utilizado, igual que el desaparecido Partido Andalucista y buena parte del Movimiento Ecologista se viste de verde. Incluso ese verde esperanza, ondea en la bandera de Andalucía, desde el himno de Blas Infante. También ese color, en un verde agua, lo emplea la formación catalana JUNTS, heredera de otros colores del PDCAT y de CiU, que se centraban en el amarillo y rojo de la señera. Se me objetará que nos todos los verdes son iguales y de aquí nacen algunas diferencias y matizaciones entre los diferentes verdes. Pero eso ocurre con tantos otros colores: no son iguales aunque lo parezcan.
Algo parecido a lo ocurrido con el empleo del magenta en SUMAR, que lo realiza en combinación con un rosa desvaído o desteñido. Rosa desteñido del rojo primigenio y que ahora se decolora –igual que se descafeína el café para hacerlo más bebible–. Por más que tal referencia cromática ya fuera utilizada en el pasado por el desaparecido partido bisagra, UPyD, y que ahora ha reverdecido –mejor ha florecido en rosa/magenta– de forma sorprendente. Ese rosa degradado expresa ¿el desteñido de la socialdemocracia?, ¿la devaluación de un ideario rojo? O expresa otra idea que bebe de la diversidad identitaria. O, bien, ¿una idea de sintetizar el rojo fuego de la izquierda con ciertas aclaraciones del centro que, por ello, se colorea de blanco marfil y acaba resultando ese rosa boutique?
