La hermosa carnicera y Magda Donato

Jesús Millán Muñoz.- No valoramos los oficios pequeños que son imprescindibles para la vida, para la historia, para la cultura, para vivir y para sobrevivir…

Hace unos lustros, una Agencia Oficial de los Estados Unidos, clasificaba los puestos de trabajo en sus sociedad y país, y, si mi memoria no me falla llegaron a perfilar o diferenciar trece mil puestos de trabajo. Todas las personas que trabajan, de forma legal, al menos, entrarían en una de esas categorías…

Es una paradoja, que la inmensa mayoría de personas, trabajan y realizan su función a y ante y en la sociedad, para vivir y sobrevivir ellos y sus familias, en oficios y profesiones normales. No me gusta, la clasificación que muchos hacen, semejante a los estratos sociales o clases sociales, aunque al mundo lo dividimos de esa manera y esa forma. Como si hubiese oficios y profesiones de alto nivel, de medio nivel… Quita un clavo a una silla, y, la silla al final se tambaleará.

Cualquier oficio y profesión si es legal, y, si además es moral, es necesaria para que el árbol de la vida siga produciendo frutos. El que nos vende una cerilla o un lápiz o nos arregla un enchufe o un grifo o enseña a nuestros hijos… También necesitamos a los que nos curan, a los abogados para poner paz y orden en el mundo, a los que nos defienden de las injusticias de los demás, a nivel interno, los cuerpos de seguridad, potencialmente, de los externos, los que nos defienden con las armas, a los que nos venden chorizo, o aceitunas o mil cosas… Somos como un organismo que cada uno es un pequeño tornillo y entre todos formamos y conformamos la sociedad. También aquellos que nos ofrecen buenos consejos, como los curas cristianos en la tradición cristiana…

En este recorrido por el columnismo de nuestro lagar y viñar le ha tocado hoy, la suerte o suertes a Magda Donato, de nombre Carmen Eva Nelken Mansberger (Madrid, 1898, Ciudad de México, 1966) notable periodista, escritora, actriz y, ahora se denominaría activista por los derechos de la mujer –realidad que no olvidemos es la mitad de la población, en cualquier época del mundo-. Publicó un artículo titulado: La Hermosa carnicera, publicado en Ahora, el día 08 de septiembre de 1931.

La escritora-reporterista-articulista reivindica la vida de una mujer, que de niña empezó a ir un par de horas al mercado, y, después a la escuela, y, ya a una cierta edad, se la clavó en un puesto vendiendo carne. Pasaría como tantas mujeres que han estado en esos puestos, antes de los supermercados e hipermercados, tantas mujeres, que han estado en esos lugares, atendiendo al público, intentando vivir y sobrevivir, poniendo una sonrisa, vendiendo y comprando carne o embutidos o pan o chorizos o aceitunas o frutas o verduras…

En este caso nos narra una carnicera, una mujer que se pasaría diez o treinta o cincuenta años de su existencia. Iría de niña, como nos narra, pasaría la juventud, surgiría en ella el amor y el amar a un hombre, tendría hijos, vería como los hijos se iban haciendo mayores, quizás, alguno fallecería, si se llevaba bien con el marido, podrían hacer frente a la vida, posiblemente, el esposo fallecería, ella continuaría con sus arrugas en aquel puesto, dándole a la piqueta, recibiendo el afecto de los que compraban, en algunos casos las malas palabras, porque en este país se ha pasado mucho. Y, al final, ya encorvada por la edad, o, quizás, por una enfermedad, la quitaría del puesto y del lugar. Esa persona que en silencio ha estado diez o treinta o cincuenta años, deja de estar en ese teatro del mundo. Algunos clientes o clientas se acordarán de ella, muchos años, otros no. Y, aquella mujer, dejará el puesto a alguno de sus hijos o a alguna de sus hijas. Y, quizás continué la saga. Quizás… Pasando frío y pasando calor, levantándose temprano y acostándose tarde, ateniendo al trabajo, atendiendo a su marido, atendiendo a sus hijos, atendiendo a sus nietos, atendiendo… pasando desapercibidas, un día y un año y una década, pasando sobre ellas el fragor de la historia, cambiando las tecnologías, esperando siempre con la esperanza…

Así, en este siglo último, el veinte, que se inventan, diríamos los mercados de abastos como edifico, pero antes, en puestos en la plaza del pueblo, un día o varios a la semana. Así, miles, decenas de miles, cientos de miles de mujeres han estado vendiendo cada una, lo que producía o lo que podía. Así, durante siglos se ha estado. Muchos no se acuerdan de esto, pero en todas las plazas, estaba el mercado. Y, desde que existen ciudades o aldeas, desde el Neolítico con ciudades, posiblemente, existiesen un lugar, una plaza, una entrada a una puerta de la ciudad, que es la plaza del mercado. Y, así han continuado teniendo ese nombre… Así… miles de mujeres…

Reitero la necesidad que desde las instancias de la cultura, pública y privada, institucional y semiinstitucional se recuperen a tantas figuras que duermen el sueño de los justos. Años y décadas de semiolvido. Aquí tenemos un caso y un ejemplo. Hoy, con tantos medios de información y de comunicación, tanto Internet, Magda Donato, creo que se merece una Web especial o una página especial, única para ella. Que nos narre su biografía y sus quehaceres. Y, que en la medida que la legalidad lo permita, los derechos de autor, se pueden enlazar a artículos y columnas de esta escritora y observadora y defensora de los derechos de la mujer.

¡Aquí, mi modesto homenaje a esos cientos de miles de mujeres, que han pasado por ese oficio de la venta al por menor, a esas carniceras y verduleras y polleras y pescaderas y aceituneras y salchicheras y fruteras y hueveras y…! ¡Dios, las haya acogido a todas en su seno…!

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