Los cómicos de una España que despierta

Julián Plaza Sánchez. Etnólogo.- En vísperas del comienzo de una nueva edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro me gustaría presentaros una creación muy personal, una obra que pone en valor la actividad que llevaron a cabo los cómicos de la posguerra española, aquellos que recorrían los caminos de España llegando a todas las poblaciones por pequeñas que fuesen. Andando en estos pensamientos recuerdo a Fernando Fernán Gómez protagonizando El viaje a ninguna parte. La película cuenta la historia de unos cómicos de la lengua que recorren los caminos de La Mancha.

La narración surge a partir de la memoria fragmentada y confusa del protagonista, un actor anciano en cuya mente se une lo real con lo soñado. Esta mezcla de realidad y ficción, la nostalgia por un mundo de caminos castellanos que se acaba, la locura de unos personajes que se inventan una identidad propia y el destino final que comparten ambos protagonistas, nos deja claro la importancia de esta actividad para el futuro desarrollo de las representaciones teatrales.

Podemos ver la forma de ejercer la profesión de cómico en una compañía ambulante. Nos da a conocer el oficio vocacional, un mundo de vida y resistencia. Es un homenaje a la profesión que perdura y se reinventa de siglo en siglo. Se podría decir que El viaje a ninguna parte se ha convertido en una metáfora permanente de este arte del Teatro que renace en cada función, única e irrepetible.

En esta obra que aquí vengo a ofrecer, la acción se sitúa en una aldea manchega, lugar en donde se conservan las tradiciones y se llevan a cabo cuando llega su tiempo. Es el momento de celebrar los mayos, fiestas de primavera y del amor. El Romance del prisionero así lo describe:

Que por mayo era, por mayo,

cuando hace la calor,

cuando los trigos encañan

y están los campos en flor,

cuando canta la calandria

y responde el ruiseñor,

cuando los enamorados

van a servir al amor.

LOS CÓMICOS EN ESCENA

Esta noche rondo yo,

mañana ronda quien quiera,

esta noche rondo yo,

la calle de mi morena.

Ya le he puesto la enramada

a la moza que prefiero,

si alguno quiere rondar

pida permiso primero.

ESCENA I

En la posada se reúnen el alcalde,  el marqués don Alonso, su hija Paula y el posadero. En otra mesa un grupo de mozos beben y se divierten.

Mozo.- Rafaela danos de beber, que tenemos telarañas en el gaznate.

Rafaela.- ¿Queréis pardillo o de la tierra?

Mozo.- De la tierra, de nuestra tierra que es lo mejor del mundo.

Rafaela.- Muy alborotaos estáis vosotros.

Mozo.- Cuando llega la fiesta del amor, no sabéis lo que es pa’l pueblo. Ese día el mocerío se declara su amor y los mozos que van de ronda llevan rosas pa’ enramar las rejas de las zagalas. Además este año tenemos una novedad, habrá función de cómicos durante la fiesta.

Don Alonso.- Señor Alcalde apelo a usted, como autoridad que es, para que impida la entrada de los cómicos. Estos siempre traen problemas en donde se aposentan

Alcalde.- Comprendo lo que usted me dice, pero no puedo prohibirlos la entrada al pueblo.

Don Alonso.- No es buena idea que aparezcan los titiriteros, tienen muy mala reputación y dejan malos recuerdos a su paso.

Mozo.- Están a dos leguas y vienen en una carreta mu’ maja. Tira de ella un borrico adornado con muchos lazos de colores.

Posadero.- ¡Mala gente los cómicos! Lo que es en mi posada no entran sin la paga por delante. De lo contrario que se vayan a dormir a las eras.

Mozo.- Se van a quedar sorprendidos cuando sepan quien viene con ellos.

Todos los asistentes.- ¿Quién?

Mozo.- ¡Tarsicio! El hijo de la tía Pascuala, la jorobá.

Don Alonso.- ¿Y se ha hecho cómico ese granuja?

Paula.-  ¡Dios mío!

Alcalde.- Paula, tómalo con serenidad.

Don Alonso.- Ese Tarsicio es un vagabundo y un ladrón.

Mozo.- Su madre echaba mal de ojo. Tenemos que echarle a pedradas.

Todos.- ¡Si, si!

Don Alonso.- Ya lo oye usted, señor Alcalde. El pueblo no quiere a los cómicos. Y más aun viniendo con ellos Tarsicio.

Mozo.- No parece que haya gustado a la señorita de la casona que vuelva Tarsicio.

Don Alonso.- Paula ni se acuerda de ese desgraciado. Aquel noviazgo fue cosa de chiquillos.

Mozo.- Creo que todavía le tiene ley. Mira la cara que ha puesto.

Alcalde.- Pero si está casada con Teodosio, que tiene la mejor hacienda del pueblo.

Mozo.- El Tarsicio era una buena pieza, robaba en las viñas.

Alcalde.- Pues que iba a hacer, si no tenía para comer.

Paula.- Padre ¿me da permiso para quedarme un rato con Teresa?

Dona Alonso.- Haz lo que quieras. Pero ya sabes que no me gusta esa intimidad con los que no son tus iguales.

ESCENA II

Teresa.- ¡Que me han dicho que vuelve Tarsicio!

Paula.- Viene con la carreta de los cómicos. Es algo poeta y estará a gusto con los comediantes.

Teresa.- Y tú ¿Qué vas a hacer?

Paula.- Ocultar mi pasión  y llorar cuando se vaya. Mi condición así lo exige. La hija del viejo marqués de la noble casona no puede amar a un cómico aunque por él muera de amor.

Teresa,- Tienes razón, ese amor es una locura, lo tienes que olvidar.

Paula.- Triste vida me ha tocado vivir.

Teresa.- Novelera.

Paula.- Sí, se puede hacer una novela de mi vida. Yo quise a Tarsicio al verle tan despreciado y cuanto más desgraciado era, más profundo era mi querer.

Teresa.-  Procura sacar eso de tu ser.

Paula.- Pero el amor es difícil de echarlo, el amor lo puede todo.

Teresa.- Por tu bien, olvida esa locura.

Paula,- Ya no tiene remedio, viviré una vida tranquila.

Teresa.- Vivirás como una reina.

ESCENA III

Teresa.- Hola, Teodosio ¿Tanto te gusta la lectura que ni siquiera alzas la vista para saludarnos?

Teodosio.- Es que hoy está interesantísimo el periódico, trae crímenes pasionales.

Teresa.- ¡Que simple es tu marido!

Teodosio.- Escuchad: “Cuando el criminal se convenció que la mujer estaba bien muerta, se fue a la cama  de la hija y le apretó la garganta hasta que dejó de respirar”.

Teresa.- ¡Qué horror!

Teodosio.- A los gritos de las mujeres, se despertó la criada y vio a un hombre que huía por la ventana.

ESCENA IV

Voces.- ¡Que baile, que baile el titiritero!

Abundio.- dejadme en paz, canallas del demonio.

Teodosio.- ¿Quién es este pajarraco?

Teresa.- Será un cómico de los que vienen a la fiesta.

Abundio.- Yo soy un emisario de los faranduleros. Por cierto, según los rumores de viejas deslenguadas, pensáis recibirnos a pedradas.

Paula.- Nada de eso, el pueblo os recibirá con alegría y contento.

Abundio.- Mi ideal es casarme con una moza gallarda, hacendosa y muy lista, que tenga la despensa bien prevista. Mi objetivo en la vida es olfatear el olor a comida.

Teodosio.- ¿Cómo no estás más gordo?

Abundio.- Porque eso no se hace nunca realidad.

ESCENA V

Tarsicio forma parte del grupo de cómicos y es originario del pueblo. Se oyen voces.

Voces.- Vienen los titiriteros, no hay que dejarles entrar, hay que echarlos a  pedradas. Viene con ellos el hijo de la bruja, el vagabundo, el ladrón. Si Tarsicio viene al pueblo nos traerá la perdición.

Tarsicio.- Después de mis tristes andanzas ¿con qué alegría llego hoy aquí?

Voces.- Que siga su ruta porque nos va a traer la maldición.

Tarsicio.- Yo soy vuestro amigo que, cansado de andar por los caminos, llego al pueblo donde nací.

Mozos.- Que os marchéis de este pueblo, faranduleros, no es queremos aquí.

ESCENA VI

Entran en escena Tarsicio; el mozo; don Alonso; Abundio; el alcalde; Pascasio, encargado de los cómicos y Paula.

Tarsicio.- Pero que os he hecho yo para que me tengáis tanto odio. Yo soy vuestro paisano.

Mozo.- Tú eres el hijo de la bruja.

Don Alonso.- No queremos que estéis en el pueblo. Sois unos miserables vagabundos.

Tarsicio.- Usted también don Alonso.

Abundio.- Vaya éxito que ha tenido la presentación de la compañía y será que no tengo hambre. Dicen que este pueblo es famoso por la pitanza.

Alcalde.- Calmarse todos. Respetad mi autoridad. Decirme que es lo que queréis hacer.

Pascasio.- Somos cómicos y queremos trabajar en este pueblo. Somos artistas señor alcalde.

Don Alonso.- Y tú, gandul. ¿Sigues robando las viñas?

Paula.- Padre, ¡por Dios!

Don Alonso.- Este acabará mal, es una bala perdida.

Tarsicio.- Yo vivo como mis compañeros, haciendo comedias por estos pueblos.

Alcalde.- Dejadlos que nos manifiesten con más claridad a que se dedican.

Tarsicio.- Como ya ha dicho mi compañero, somos comediantes y nos dedicamos a que pasen un buen rato los que vienen a ver la representación.

Alcalde.- Entiendo que vuestro oficio es  tan honrado como otro cualquiera y por eso os concedo el permiso que me pedís.

Don Alonso.- Dios quiera que no tengamos que lamentar esta decisión.

Abundio.- Pascasio, por aquí huele que alimenta.

Mozo.- El olor viene de la cocina de la posada. Tiene pinta que pasan mucha hambre cuando van por esos caminos de Dios.

Abundio.- Nada de eso, los cómicos nunca se quedan sin comer. Eso sí, a veces la comida se retrasa un par de días.

Alcalde.- Vamos a preparar el programa y que nos hagan algo de comer.

Paula se hace la encontradiza con Tarsicio.

Tarsicio.- ¡Paula!

Paula.- ¡Tarsicio! ¿Para qué has vuelto al pueblo?

Tarsicio.- Vengo a buscarte.

Paula.- Vuélvete con tus amigos. Tienes que olvidarme, éramos unos niños y lo que pasó fue como un juego.

Tarsicio.- Tengo roto el corazón. Si tú olvidaste mi cariño, yo sigo amándote.

Paula.- Márchate Tarsicio, nunca te podré amar.

Tarsicio.- ¿Por qué me espera ese dolor?

Paula.- Olvida y será mejor para los dos.

ESCENA VII

Tarsicio y los cómicos se quedan en la aldea. Todos se preparan para representar la obra que llevan en cartelera. Estamos en el último día del mes de abril y esa noche los mozos salen de ronda a cantar a su novia, o bien a manifestar su amor por una de ellas. Es una madrugada fiestera y bulliciosa.

Los mozos se preparan para salir a rondar. Uno  de ellos lleva una guitarra, otro una bandurria y un tercero una botella de anís. Las mozas aguardan en el silencio de la habitación la llegada del sonido musical. En las primeras notas el sobresalto es mayúsculo, pero al momento se relaja cuando oye la copla:

Estamos a 30 de abril cumplido

Alégrate dama,

Que mayo ha venido.

Entonces se asoma a la ventana, pero sin que sea vista, comprobando que es el mozo que esperaba. Es el tiempo en que la magia amorosa presenta su máximo potencial y en donde la fertilidad toma un gran protagonismo.

Amanece el día primero de mayo y en la fachada de la casa en donde vive Paula con su marido Teodosio, aparece un mayo escrito declarando su amor: Te estoy escribiendo a oscuras / yo no sé cómo saldrá / para decir ¡te quiero! / no hace falta claridad.

Teodosio.- Paula, ¿has visto lo que pone en la fachada?

Paula.- Sí que lo he visto.

Teodosio.- Quien ha podido ser el desgraciado que te ha declarado su amor.

Paula.- No tengo ni idea.

Teodosio.- ¿No será el rufián que viene con los cómicos? He oído que fuisteis novios en vuestra juventud.

Paula.- Eso fue un juego, nada serio.

Teodosio.- No tengo más remedio que averiguarlo. Está en juego mi honor y la decencia de esta casa.

Paula.- Tendrás que hacer lo que creas conveniente.

Teodosio se puso en contacto con su suegro don Alonso y le contó lo que estaba pasando. Don Alonso montó en cólera.

Don Alonso.- Esto no se puede consentir. Me va a oír ese botarate.

Teodosio.- No podemos culpar  a nadie sin tener certeza que es el culpable.

Don Alonso.- Si no es ese malnacido, entonces ¿Quién puede ser?

Teodosio.- Pues cualquiera que tenga intención de hacernos daño.

ESCENA VIII

Paula consigue zafarse del control del marido y de su padre. Teresa la recibe en su casa.

Paula.- Teresa, ábreme que necesito contarse un suceso.

Teresa.- Ahora mismo bajo y te abro.

Paula.- Estoy muy preocupada. En la fachada de casa, esta mañana apareció un mayo.

Teresa.- ¡Cómo es posible!

Paula.- no lo sé. Pero es un gran problema.

Teresa.- ¿Qué ha dicho tu marido?

Paula.- Figúrate, aunque al que más temo es a mi padre. Ya conoces su forma de ser.

Teresa.- ¿Qué vas a hacer?

Paula.- Hablar con Tarsicio, y averiguar si ha sido él quien lo ha escrito.

Teresa.- Pero eso es muy arriesgado. Si te ve alguien se podría formar la marimorena.

Paula.- No tengo otra solución.

Teresa.- Si te parece, yo podría comunicarme con Tarsicio.

Paula.- Supongo que eso sería lo más acertado.

Teresa se pone en camino para ver a Tarsicio.

Teresa.- Tarsicio, ven un momento que tengo que hablar contigo.

Tarsicio.- Que se te ofrece.

Teresa.- Se me ofrece decirte que no eres más simple porque no has nacido antes.

Tarsicio.- Bueno, bueno, sin insultar.

Teresa.- No es un insulto, pues lo que has hecho no se le ocurre ni al más tonto.

Tarsicio.- ¿Pues qué he hecho?

Teresa.- Demasiado lo sabes.

Tarsicio.- ¡Venir al pueblo!

Teresa.- Además de presentarte, no quedando conforme  ahora aparece una frese amorosa en la pared de la casa de Paula. Te parece poca cosa.

Tarsicio.- ¿Frase amorosa?

Teresa.- Si, si y no te hagas el tonto.

Tarsicio.- Te juro por lo que más quieras que no soy el autor. Conozco como se las gasta don Alonso y el marido de Paula.

Teresa.- Pues lo tendrás que aclarar antes de que sea tarde.

ESCENA IX

Mozo.- Está el tiempo revuelto y es mal augurio para representar

Abundio.- Esperemos que no llueva, sería una pena que no podamos trabajar.

Mozo.- Además del tiempo también corre la noticia que Paula ha recibido un mayo. Esto ha enrarecido más el ambiente y todo apunta que el autor es tu compañero Tarsicio se va  a armar la marimorena.

Abundio.- No lo creo, conozco bien a Tarsicio y afirmo que nunca pondría en entredicho a Paula.

Mozo.- Pues si no ha sido él ¿Quién puede ser?

Abundio.- No lo sé. Se me ocurre que puede ser cualquiera que tenga alguna cuenta pendiente con la familia de Paula.

Estando en esta conversación aparece Teresa muy sofocada.

Teresa.- A ti te estoy buscando –señalando al cómico.

Abundio.- ¿Qué se le ofrece?

Teresa.- ¿Estás al día de lo que pasa?

Abundio.- Sí.

Teresa.- He hablado con Tarsicio y me asegura que él no tiene nada que ver. Por eso quiero saber si alguno de vosotros habéis intervenido en este desaguisado.

Abundio.- Que yo sepa, ninguno de nosotros hemos protagonizado semejante disparate.

ESCENA X

Pascasio, Abundio y Pascuala se disponen a representar en un escenario de madera levantado en la plaza del Ayuntamiento.

Pascasio.- Tenemos mucho público, no podemos demorar la representación.

Abundio.- Está todo dispuesto. Podemos comenzar cuando quieras.

Pascasio.- ¿Dónde está Tarsicio?

Abundio.- No lo sé, tendría que estar aquí.

Pascasio.- Sin él no es posible iniciar la representación.

Abundio.- Es un mero narrador. Si no se presenta a tiempo lo puedes sustituir tú mismo.

Pascasio.- Yo me encargo de organizar, pero no intervengo en la representación.

Estando en esta conversación se presenta Tarsicio.

Tarsicio.- Ya estoy aquí.

Los cortinones que tapan la escena se abren y aparece un banco en donde está sentada Pascuala. El narrador comienza a hablar:

Allí esta Pascuala, Abundio la invitó a quedar en el parque para pasar la tarde. Pascuala llegó antes y se sentó en el banco a leer un libro. Espera paciente a que llegue Abundio, es normal que tarde, se conocen desde niños y sabe cómo es. Abundio está nervioso, tiene planes y quiere declarar su amor a la amiga de toda la vida. Pascuala no sospecha nada, pero pronto se encontrará con una declaración de su mejor amigo.

Abundio cuando la ve piensa que allí está tan hermosa como siempre. Se repite que tiene que estar tranquilo, solamente hay que decírselo.

Abundio.- Hola Pascuala, ¿cómo estás?

Pascuala.- ¿Qué tal? Pareces preocupado.

Abundio.- No me pasa nada.

Pascuala.- Vale, si tú lo dices –por la expresión de sus ojos da a entender que no cree lo que le está diciendo.

Tarsicio sigue narrando. Ahora es el tiempo de hablar, ella sabe que tienes algo que decir, como mujer que es tiene un sexto sentido.

Abundio.- Bueno, en realidad he quedado contigo no para pasar el tiempo juntos sino para hablar.

Pascuala.- ¿De qué?

Abundio.-Yo no sé cómo empezar.

Pascuala.- Me preocupas ¿Qué te pasa?

Abundio.- Bueno, yo… -se queda en silencio- me parece que estoy enamorado de ti.

Pascuala.- ¿Qué? Gracias, me siento halagada, pero yo no siento lo mismo por ti. Eres mi amigo y podemos seguir siendo amigos, pero nada más.

Tarsicio vuelve a narrar. Momento engorroso y el silencio se apodera del ambiente.

Abundio.- Gracias por tu sinceridad. No sé qué decir, lo siento.

Pascuala.- Tranquilo, todo irá bien. Hablamos otro día con más calma. Ahora me tengo que ir.

El narrador concluye. Lo normal en estos casos es que ya pasará, básicamente cuando aparezca otra persona que corresponda su amor.

ESCENA XI

Finalizando la representación se oye cierto alboroto. Aparecen Teodosio y don Alonso cada uno con una escopeta. Los espectadores se arremolinan y quedan a la expectativa. El alcalde se levanta y dirige sus pasos al lugar en donde estaban.

Alcalde.- Señores, ¿puedo saber qué pasa?

Don Alonso.- Muy sencillo. Hemos averiguado quien ha sido el mal nacido que ha echado el mayo en la pared de la casa de Paula y Teodosio.

Alcalde.- Pero, ¿qué significan las escopetas?

Don Alonso.- Queremos ajustar las cuentas al sinvergüenza que nos ha robado la honra.

Alcalde.- Yo soy la autoridad y tengo que impartir justicia. No consiento que se vaya a cometer un desatino.

Don Alonso.- Restituir mi honra está fuera de tu competencia.

Alcalde.- La honra se puede restituir de muchas formas, pero nunca derramando sangre. A todo esto, ¿quién es el culpable de los hechos?

Don Alonso.- Es Facundo. El muy bellaco se quería vengar de Tarsicio porque en su juventud estaba por mi hija y esta no le hacía caso.

Alcalde.- Bien, podemos dar el caso por cerrado con las disculpas de Facundo y que todo el pueblo sepa que pasó realmente. ¡Facundo acércate sin miedo!

Facundo.- No quiero problemas con don Alonso ni con Teodosio, solamente quería vengarme de Tarsicio. No pensé bien en el daño que podía causar. Espero que me acepten mis disculpas.

Todo quedó aclarado. Los cómicos, después de representar, recogieron sus enseres y se pusieron en marcha hacia otra población. Tarsicio y Paula se despidieron en silencio porque sobraban las palabras. El amor de juventud permanecía vivo, pero las circunstancias no permitían que permaneciesen juntos. Tarsicio camina cabizbajo, meditabundo y pensando en una copla que repite constantemente:

¡Ay, qué ventana tan alta!

¡Ay, qué balcón tan gallardo!

¡Ay, qué niña tan bonita!

¡Quién fuera su enamorado!

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