Vivir a 50 grados: Cómo las ciudades deben reinventarse para afrontar el calor extremo

Martín Ruiz.- Ha llegado la primera ola de calor… a la que seguirán muchas otras.  ¿Cómo será la vida en el centro de España a 50°C?. ¿A qué retos se enfrentan las ciudades, la agricultura, los horarios laborales, la economía, el turismo, los hospitales, las escuelas… con temperaturas cada vez más altas?

El acuerdo de París de 2015, fue firmado por 196 países en el marco de Naciones Unidas. El límite tolerable de aumento de temperatura media global se cifraba en mantenerlas «muy por debajo» de los 2 °C, en relación al periodo preindustrial hasta finales de siglo. Según ha anunciado en mayo la Organización Meteorológica Mundial (OMM) hay un 66% de posibilidades de que este límite de 1,5 °C se alcance ya entre 2023 y 2027. Porque hay un aumento galopante de las emisiones, que están provocando un incremento de los fenómenos climáticos extremos y que la temperatura media global supere récords año tras año. Lo que estamos viviendo es sólo una muestra de lo que está por venir, si seguimos dirigiéndonos hacia los 2,8ºC, como parece ser el caso, en muy pocos años.

Frente al negacionismo  y frente al derrotismo es preciso reaccionar. Si a nuestros representantes locales les interesa de verdad la supervivencia de sus localidades deberían tomarse el asunto en serio: en unos años nuestras ciudades tienen que estar muchísimo más arboladas que hoy,  con muchos paneles solares en sus tejados. El reverdecimiento de nuestras localidades para mitigar las consecuencias de las olas de calor, cada vez más frecuentes e intensas, es una de las prioridades esenciales para evitar que el paisaje urbano se convierta en un desierto “apocalíptico».

En La Mancha, la nueva “sartén” de España, las personas estarán expuestas con mucha frecuencia a temperaturas superiores a 35°C. En las olas de calor sucesivas podrá  llegarse a los 50ºC. En los próximos años en esta zona de España la exposición al calor extremo se producirá durante más de tres meses consecutivos al año. ¿Se le ocurrirá a alguien desdecir a la Organización Meteorológica Mundial?

Reinventarnos o  condenarnos a la desaparición.

Sin una nueva planificación urbana, las consecuencias serán terribles: exceso de mortalidad (que ya se produce) pero también desaparición del turismo, descenso de la productividad, de la creatividad,  de la convivencia.

Los planes de ordenación urbana tienen que generar una revolución gigantesca en la forma de “crear” y reformar la ciudad. En Paris, el borrador del nuevo Plan Local de Urbanismo impone hasta 85 recomendaciones, entre ellas la creación de espacios verdes, el “desasfaltado” de numerosas calles, cambios en los materiales de los tejados, la creación de bosques dentro de la ciudad, la plantación indiscriminada de árboles en las calles, la descontaminación, con un aumento radical de carriles bici y con amplias Zonas de Bajas Emisiones, donde sólo podrán circular vehículos que no emitan Gases de Efecto Invernadero…

Para mitigar los impactos negativos que se prevén nuestras ciudades tienen que ser cada vez más verdes. Ciudadanos, empresas, gobiernos dicen que quieren ser más «verdes». Pero en el caso de las ciudades, la palabra debe utilizarse de forma literal: una ciudad sostenible, respetuosa con el medio ambiente y preparada para soportar las consecuencias del cambio climático tiene que ser mucho menos gris y mucho más verde: llena de árboles, jardines y parques, con menos coches y muchos carriles bici. Incluso los tejados pueden tener vegetación.

Si hacemos todo lo que debemos para adaptarnos al cambio climático, podremos tener ciudades mucho mejores, más sanas y resistentes que las actuales. Así que necesitamos Planes de Ordenación Municipal bioclimáticos. Lo que significa adaptar las normas que rigen la construcción y el uso del suelo a los retos del cambio climático. Se trata de proyectar un alto nivel de exigencias medioambientales en el diseño mismo de la ciudad, en todos los proyectos y en todas las etapas. Es más urgente que nunca realizar una nueva planificación urbana en la que la dimensión medioambiental esté presente y condicione dicha planificación: «las ciudades, nuestras ciudades manchegas, deben reinventarse»: de lo contrario no servirán ni para los turistas, ni para trabajar, ni para vivir en ellas. 

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