“El hombre puede vivir unos cuarenta días sin comida, unos tres días sin agua, unos ocho minutos sin aire, pero solo un segundo sin esperanza”.
CHARLES DARWIN
A la operación de rescate de los niños desaparecidos en la selva colombiana, se la ha llamado esperanza. Y esa expresión tan acertada fue la que eligieron quienes, con el deseo de que aparecieran con vida, los buscaron hasta ser rescatados. En el entorno hostil de la selva amazónica, acechándoles todo tipo de peligros, parece increíble que hayan sobrevivido durante más de 40 días.
Esta desaparición se produjo después de un accidente aéreo en el que murieron los tras adultos que los acompañaban. Es posible que la madre sobreviviera algunos días y que los instruyera sobre cómo podrían sobrevivir ellos solos. Con una lona, linternas, agua, algunos alimentos, pequeños utensilios y con la disposición de sobrevivir ante tan extremas circunstancias, aguantaron hasta su rescate.
La selva es un lugar de vida, pero inhabitable para quienes no conocen sus secretos. Lloviendo todo el día, ese elevado grado de humedad obliga a estar permanentemente mojados, por lo que las ropas y el calzado acaban pudriéndose. Medio desnudos, descalzos y sin casi nada que comer, se enfrentaron a multitud de riesgos, como el de los animales salvajes que habitan en la jungla. Ente otros, el jaguar, las serpientes venenosas o las pirañas.
Ingrid Betancourt decía hace unos días que en la selva amazónica, cuando no hay luna, por las noches se está totalmente a oscuras. Ni la palma de la mano puede verse en esas horas. Y que los mosquitos te comen a picotazos si no se dispone de cremas o ropas apropiadas con las que protegerse. Hay que recordar que esta política colombiana permaneció secuestrada por las FARC, durante más de seis años en aquella misma selva.
En nuestro planeta hay muchos lugares hostiles para la vida humana que, cuando en algunos de ellos se producen accidentes o desapariciones, las dificultades de rescate son excepcionales. Así ocurre en el subsuelo —en cuevas, minas o pozos—; con los náufragos en el mar; en los accidentes de montaña; en el desierto o en selvas cerradas como la amazónica. Pero hay muchos de estos siniestros en los que el azar, el esfuerzo o la decisión de quienes los sufren, les permite sobrevivir en las condiciones más difíciles.
Campamento Esperanza se llamó al lugar en el que, en 2010, 33 mineros chilenos quedaron sepultados en la mina San José, a más de setecientos cincuenta metros de profundidad. El interés por conocer el desenlace de este accidente hizo que mundialmente se estuviera pendiente de su rescate, lo que se produjo 69 días después. Todos los mineros salieron ilesos de la mina, pese al tiempo transcurrido y a las malas condiciones que sufrieron.
Esperanza hubo también en Tailandia cuando, en 2018, permanecieron atrapados en una cueva doce niños y su entrenador, pertenecientes a una equipo de futbol local. Se quedaron a cuatro kilómetros de la entrada y fueron localizados por espeleólogos que bucearon hasta su ubicación. La dificultad para sacarlos estaba en que, o tenían que enseñarlos a bucear —lo que llevaría su tiempo—, o sedarlos para sacarlos de allí —evitando que entraran en pánico—. Optaron por esta segunda opción, y 17 días después de su desaparición, ante la expectación mundial, salieron todos con vida. Sin embargo, un buzo espeleólogo falleció en el rescate.
Sin ninguna esperanza, aparecieron vivos en 1972, los supervivientes de un accidente aéreo ocurrido en los Andes, en territorio argentino, cuando se dirigían desde Montevideo a Santiago de Chile para disputar un partido de rugby. El operativo de rescate cesó su búsqueda a los pocos días del siniestro. Pero 72 días después del accidente, fueron rescatados dieciséis supervivientes de los cuarenta y cinco que iban a bordo del avión.
Su historia fue apasionante, ya que fueron dos de ellos los que, tras atravesar la cordillera andina, buscaron ayuda en una zona habitada en territorio chileno. Y diez días después lograron contactar con un arriero que buscó los medios que permitieron su rescate en helicóptero. Pero también vivieron una situación terrible. Para sobrevivir se vieron obligados a practicar la antropofagia, es decir, a alimentarse con los restos de sus compañeros fallecidos.
Y casi milagroso fue otro accidente aéreo que se produjo en 1971, en medio de la selva peruana, donde la población más cercana al lugar del siniestro se encontraba a 600 kilómetros. De los 92 pasajeros, solo sobrevivió una joven alemana, Juliane Kopcke, que tuvo que atravesar la selva por ríos y la cerrada vegetación durante varios días hasta llegar a un refugio de cazadores que la rescataron y la llevaron a la ciudad. Salvó la vida el caer sujeta al asiento del avión sobre las ramas de los árboles que amortiguaron el golpe.
Tal como dice la escritora, Carrie Ryan, los sobrevivientes no siempre son los más fuertes; a veces son los más inteligentes, pero más a menudo simplemente son los más afortunados.
Buen artículo, Manuel !!
Espero que esta actividad se expanda a más lugares alrededor del mundo. Es necesario encontrar a los niños y recibir más ayuda de comunidades como esta.