¡Yo también soy Prado!

Hace ya unos días que vi la noticia, y no pude más que apretar los puños y sentirme reforzado con la condena. Pero no creo que eso fuera suficiente, por ese motivo…

Sigue la rueca dando vueltas, hilando el destino de aquellos que no desean ver el resultado final, pues se niegan a considerar que el camino correcto está justo hacia el lado contrario.

Nos hemos acostumbrado, con demasiada premura, a no escuchar a los que piensan de forma diferente o que simplemente tienen otra perspectiva, y para ello hemos construido muros insalvables que no tienen consistencia, que usan como elemento de unión el oído y el desprecio. Parecen robustas sus murallas, pero solo son humo que daña la realidad, y, aun así, duelen con la misma intensidad que lo haría un arma blanca al desgarrar la piel.

El enemigo ha mutado, ahora es tu vecino, tu amigo, o simplemente aquel que giró hasta ideas que no compartes, y eso te justifica los insultos y vejaciones; auspiciadas por los cánones a los que te rendiste sin sopesar.

¡Claro que me siento “Prado”! por supuesto. Y el problema es que dejamos que esas termitas vivan haciendo daño. Ahora han encontrado un lugar que reúne todas las condiciones para procrear y hacerse fuertes, un ecosistema que mantiene la temperatura ideal para expulsar sus barbaridades, sin darse cuenta de que tienen enfrente a un ser humano, que es idéntico a ellos mismos: con las mismas virtudes y defectos. Sí, son las redes sociales, las mismas que nos proporcionan grandes avances, pero que generan un halo de impunidad que roza los tintes extremistas de siempre. Entran en nuestras vidas y pululan con likes y emoticonos a los que respondemos con alegría o tristeza, cuando deberían ser abrazos y guiños, en persona, los que llenasen nuestros recuerdos —se han apoderado de nuestro estado de ánimo con demasiada facilidad—.

Todos podemos estar en el punto de mira de las nuevas maneras de acoso, pero, como muchas veces pensamos, parece que ese tipo de cosas son hechos lejanos, que les suceden sólo a otros. Y un día, el menos pensado, se convierte en tu problema, o el de tu hijo, de tu vecina, o el de tu madre, etc. Es la misma realidad de siempre, no ha cambiado, solo se ha adaptado, dando poder a esa minoría que se siente fuerte destruyendo a su prójimo.

Deberíamos identificarnos con las víctimas y comprender que girando la cabeza no se esfuma el problema. ¡Hay que plantarle cara! Y la mejor manera es educando, es el método que siempre funciona, concienciando que el respeto está por encima de cualquier otra idea. Esta sociedad va muy deprisa, seguramente demasiado, y por ese motivo debemos ajustar los cambios a la manera de pensar, y el secreto es comprensión, aderezada con los valores de la diversidad.

En esta ocasión le tocó a Prado, y nadie le va ha borrar tantos malos recuerdos, pero quizás, entre todos, podamos hacer que los siguientes no pasen por situaciones de ese calado. Es complicado modificar los pensamientos de una sociedad, y más cuando da la sensación de que nos ponemos cada vez más en los extremos, y que no hemos aprendido nada del pasado. Y, como ya dije antes, la palabra clave es Educación.

Hoy quiero ser Prado, y sentirme feliz por haber logrado pasar página, por lograr que la Justicia haya hecho lo que la palabra lleva implícito, justicia, pero, sin olvidar, que esta lacra solo se erradica con la unión de todos los ciudadanos, entre ellos, tú y yo.

¡Enhorabuena!, no sólo por ti, Prado G.G. también porque tu alegría es parte de la mía.

JYDC
Sin palabras mudas

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