La Fundación del Español Urgente (Fundéu), que promueve la Agencia EFE y la Real Academia Española, tiene como principal objetivo velar por el buen uso del idioma español en los medios de comunicación. Desde el año 2013, esta institución elige la palabra del año, que es aquella expresión más usada o de moda en el ámbito público, durante el período en la que es elegida.
En 2022 se cumplió el exitoso décimo aniversario de esta elección, que ha sido difundida ampliamente por los medios de comunicación. En esta ocasión se ha seleccionado como palabra del año, Inteligencia Artificial (IA). Aunque se trata de una expresión formada por dos palabras —cada una con su propio significado—, utilizadas unidas tienen un sentido diferente.
Esta expresión continúa de moda en los meses que llevamos del 2023, ya que los expertos alertan de sus riesgos. Los profesionales de la seguridad informática nos previenen sobre la falta de regulación ética de todo este proceso y de los perjuicios que puede ocasionar su uso en los derechos de propiedad de sectores tecnológicos, en el ámbito de las humanidades, incluso en el artístico.
En una entrevista realizada recientemente al pintor más cotizado de nuestro país, el tomellosero Antonio López García, este nos anunciaba la posibilidad de que pronto se pueda ver alguna obra de arte obtenida por IA en los museos y en las casas de subasta.
Pero, ¿Qué es la IA?, ¿Cómo funciona?, ¿Qué utilidades tiene?
El concepto de IA, se remonta a 1956, cuando John McCarthy, —un informático y científico estadounidense—, introdujo este término que él definió como “la ciencia e ingenio de hacer máquinas inteligentes, especialmente programas de cómputo inteligentes”. Pero, en estos momentos, estos equipos y sistemas “pueden aprender por sí mismos a reaccionar de forma correcta”. Y esa es la verdadera revolución, con respecto a todo lo que se había desarrollado hasta ahora. Actúan inteligentemente, sin necesitar programación alguna.
Esta tecnología funciona a través de la conocida aplicación de Inteligencia Artificial, Machine Learning, —aprendizaje automático—, que facilita que las aplicaciones informáticas aprendan de entornos potentes de información y con el uso de algoritmos —conjunto de operaciones que permiten hacer un cálculo y hallar la solución de un tipo de problemas—, se pueden aplicar a necesidades concretas.
Lo más sorprendente es la multiplicidad de utilidades que esta tecnología proporciona. Así, es capaz de crear imágenes que parecen reales. O de elaborar informes técnicos de cualquier disciplina. De diseñar máquinas y de desarrollar procesos de producción, ex novo. O de escribir una novela sobre un tema determinado. Y todo ello lo hace con la aportación de unos datos básicos y mínimos proporcionados por sus usuarios.
Esta herramienta informática proporciona muchas oportunidades en múltiples sectores de actividad, aunque también conlleva riesgos imprevisibles que es necesario detectar. Y, en la medida de lo posible, hay que abordarlos en este momento inicial que nos encontramos, regulando ética y jurídicamente el uso de esta excepcional tecnología que, seguramente, marcará el desarrollo de la humanidad en las próximas décadas.
En cuanto a los posibles riesgos, debemos tener en cuenta dos situaciones diferentes. La primera es cuando esta tecnología se emplea en entornos técnicos cerrados —por ejemplo como herramienta médica—, cuyo uso es controlable y parece no plantear problemas. Pero, aquellos potentes sistemas abiertos —del tipo ChatGPT, que genera textos o utiliza la voz—, es necesario regularlos, por el uso inapropiado que de ellos puede hacerse.
Según la OCDE, esta nueva tecnología afectará a numerosos puestos de trabajo, de tal manera que se podrían llegar a perder hasta el 14% de los puestos actuales en todo el mundo. Y, en el caso de España, esta cifra podría llegar hasta el 22%. Pero esta herramienta es también una oportunidad para crear nuevos empleos, aunque inicialmente no fueran suficientes para sustituir todos aquellos que se supriman con la irrupción de la IA.
Estos sistemas pueden manipular o sesgar la información proporcionada en los informes que emitan o en los procesos que desarrollen. Y, en el peor de los casos, puede servir como herramienta delictiva para, por ejemplo, fabricar una bomba compleja que no está al alcance de cualquiera. Aunque hoy, con el uso de internet y los potentes buscadores que se utilizan, ese riesgo es ya una realidad.
En el ámbito educativo, esta tecnología puede sustituir eficazmente el copia/pega de textos o el uso de páginas en internet, como El rincón del vago, para realizar trabajos académicos. Pero lo grave es que se pueden vulnerar los derechos sobre la propiedad industrial e intelectual o lo difícil que resulta determinar a los titulares de esos derechos.
Elon Musk, fundador de TESLA y propietario de Twitter, dijo hace unos días que la IA podría causar la destrucción de la civilización. Cientos de especialistas han firmado un manifiesto pidiendo una moratoria de seis meses en el desarrollo de esta tecnología. Y algún experto nos dice que seremos la última generación más inteligente que sus propias máquinas.
Esperemos que no se llegue a tanto.