El anonimato

Manuel Valero.- Hoy me dice un vecino que se entretuvo en leerme que hay muchos más votos de los que cité. Claro, le dije, tantos como electores. Él se refería al resumen de urgencia que hice sobre la tipología votante.  Y entre los dos jugamos a eso de a ver quién decía más: el voto agradecido, el voto cautivo,  el voto trepa, el voto mayor que no sabe a quién vota pero va al colegio y todo el mundo sabe que no fue esa persona la que metió la papeleta en el sobre sino su familiar, el voto del adversario, el más lógico de todos, el voto aburrido, el voto desencantando y cabreado que vota a  los Iluminati si se presentaran solo por joder, el voto en blanco, el voto nulo, el voto invisible de la abstención … y el voto joven.

¡Para!, le dije, eso es muy interesante. El voto joven. Pongamos un corte. ¿Desde los 18 años que votan por primera vez hasta los 28, por no decir 30 que redondear es de perezosos? Venga. ¿Y a quien crees tú que van a votar?, le pregunté. Se hizo un silencio tan sonoro que le hubiera venido bien la canción de Paul Simon. No tenemos encuestas, ni datos. Las encuestas son apuestas como las de los caballos que se pagan bien. Algunas aciertan y otras no. The sound of silence, de nuevo. Habría que ver cuantos electores del censo local andan en esa franja, en qué barrio viven, el perfil ideológico de los padres, si estudian o trabajan, si están en paro, si ven Sálvame… No, los jóvenes no ven la tele.

Pues bien, así estuvimos un buen rato hasta que en un arrebato adulador me soltó de golpe

-Me gustó mucho eso que escribiste:  La democracia es el anonimato moral de un pueblo que elige gobierno”.

Pegué un respingo. Escuchar la palabra anónimo y todas sus derivadas, que son pocas, me agria el humor. En ese momento caí en la cuenta de algo evidente, tanto, como un axioma del tamaño de una plaza de toros. O de vacas. O de vaques, si estás en Asturias. ¡El voto anónimo e igualitario, viga maestra del sistema! Libertad garantizada por el anonimato y el igualitarismo democrático que rasa a todos: al rico, al pobre, al informado, al muy informado, al ilustrado, al ignorante, al técnico cualificado, al inmigrante campesino… Toda su soberana decisión cae en la traslúcida caja de cristal inmaculada de pistas que descubran la mano de quien votó. Luego se cuenta y es un número el que decide. No son nombres, es un número. Me acordé de José Saramago y de Todos los nombres y de don José al que se le trastoca la vida siguiendo el rastro de una mujer registrada en los archivos donde trabaja.

No quise quedarme en la autocomplacencia del halago y respondí a mi vecino, con cierto temor a enfrascarnos de nuevo, que hay dos clases de anónimos, sorprendentemente paradójicos: el democrático que disuelve los pudores del elector para que se sienta libre de ataduras en su soberana elección  y el que se ejerce bajo una dictadura para salvar el pellejo. De modo que, insistí, el segundo es loable y heroico porque en dictadura ni el anonimato está a buen recaudo, en tanto que el  primero. si no es el del voto, es cobarde y pusilánime puesto que en libertad cualquier opinión es bienvenida sea agradable o no al poder y, además, es un derecho inalienable y garantizado por la Constitución.

Inevitablemente  pensamos en las redes, Facebook, sobre todo. Le recordé que no hace demasiado tiempo, antes de las endemoniadas redes, refugio de identidades más falsas que Judas, quien mandaba una carta al director pero no quería que su nombre apareciera firmando el escrito, enviaba al periódico en el mismo sobre una fotocopia del DNI. Mi vecino me recriminó mi apego nostálgico al ayer analógico y me convino a aceptar que las redes son como la vida misma, en ellas conviven descubiertos de nombre y encapuchados de rostro. Pero yo le insistí que en un país libre, en una sociedad democrática, el anónimo no tiene sentido y si se ejerce con pulsión obsesiva es porque hay un interés concreto de devastar algo o a alguien para sustituirlo y recibir el premio (in)merecido,  cosa que el anónimo no sería capaz de hacer a rostro abierto por más razón que lleve. Es más, le dije, toda esa razón o verdad queda empañada por la cobardía espúrea, pues esa misma razón y verdad sería más fuerte sin la escondida.

Nos debimos extender mucho porque se hizo de noche sin apercibirnos a pesar de que el autillo nos lo había recordado con su silbido persistente.

-Bueno, y tu voto en qué clasificación lo pones – me dijo.

-En ninguna -le dije-. Hace tiempo que yo solo voto por amor.

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6 COMENTARIOS

  1. En mi opinión, solo hay dos categorías relevantes de votantes: el que lleva hasta sus últimas consecuencias el secreto de voto, que tiene a sus vez dos subcategorías . El que sale con el sobre de casa bajo la axila , y el que se esconde en las oscuras cabinas electorales para elegir la papeleta . La segunda categoría es la de ese votante que renuncia al derecho del voto secreto y elige su papeleta de esas mesas expositoras que se encuentran a la vista de todos en los colegios electorales. Y ese es el votante con el que simpatizo , porque parece no deber nada ni esperar nada de nadie. Es más , creo que no debería haber cabinas ni buzoneo de papeletas ni, por supuesto , secretismo de ningún tipo.
    Me gustaría vivir en un mundo donde en veladas y tertulias con amigos y amigas se pusiera encima de la mesa la ideología y los ingresos de cada uno. Porque cualquier debate que no parte de esas premisas está falseado.

    • DNi? Una cosa es poner el nombre y otra exhibir datos objeto de protección.
      Qué respuesta tan desagradable a una opinión que no insulta a nadie. A veces pienso que el anonimato no le ofende siempre que le adulen. O lo que es lo mismo que prefiere un anónimo que le adule a un tipo que con nombre y apellidos esté en desacuerdo con sus postulados. Hipócritas, todos Valero

  2. Solo exigia coherencia, nada más. En cuanto a lo demás, si, todos, los anónimos má somos hipocritas. Pero estoy hasta el gorro de jugar en desventaja, ?sabes? Tu me llamas por mi apellido, yo no lo sé… Y como en las redes o en FB se propague el anónimo cobarde estamos arreglados. No., tu DNI como el dio lo sabe el Gobierno, Interior, Hacienda, la Banca, el Hiper donde compramos. En democracia, hay datos privados, claro, pero el DNI hoy es un documento tonto. Antes, no, te los aseguro. Gracias.

  3. Si la democracia es el anonimato moral de un pueblo que elige gobierno, se acercan malos tiempos para la moral oficial y por tanto para eso llamado izquierda o progresismo. Se está hasta los mismísimos de tanta corrección política y tanto chupatintas viviendo del presupuesto.

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