Ramón Castro Pérez.- En Economía, un bien preferente («merit good») es aquel cumple dos condiciones. La primera es que los beneficios de su consumo se distribuyen en el tiempo, de tal forma que, en el futuro, seguiremos disfrutando de ellos. La segunda es que los beneficios de su consumo, para la sociedad en su conjunto, son mayores que la suma de los beneficios individuales recabados por cada individuo consumidor.
Uno de los bienes preferentes por excelencia es la educación. Y, si me apuran, la educación básica, la misma que la LOE, en su artículo cuarto, establece para la etapa que va desde los 6 años a los 16 años. Y ¿por qué la educación básica es un bien preferente? La respuesta es sencilla: cumple las dos condiciones anteriores.
De un lado, todas las personas que recibimos educación básica disfrutamos, durante el resto de nuestra vida, de sus beneficios. La educación básica nos permite leer y escribir, además de adquirir una cultura general indispensable para la vida. También nos permite acceder a otros estudios superiores como lo son los de la formación profesional o los universitarios, así como continuar formándonos en nuestras respectivas ocupaciones.
De otro lado, una sociedad donde todos sus miembros han recibido educación básica será más próspera y tendrá más oportunidades que otra donde eso no ocurra. Por ello afirmamos que los beneficios sociales superan a la suma de beneficios individuales (piensen en el caso contrario: una comunidad donde únicamente unos pocos reciben educación y la mayoría no).
Si lo anterior es cierto (hay beneficios más allá de los individuales), entonces existe una justificación para que el bien preferente sea ofrecido en mayores cantidades por el Estado. Es decir, se justifica la provisión pública de los mismos para la totalidad de ciudadanos, sufragándola a través de impuestos que atiende la sociedad en su conjunto.
A la hora de explicar este concepto en clase de cuarto curso de ESO, puede ser útil recurrir a la realidad. Imaginemos un IES de tamaño mediano que cuenta con una plantilla de 60 docentes y que atiende a 600 alumnos de ESO, Bachillerato y Formación Profesional, aquí, en Castilla-La Mancha. La pregunta que le hago a mi alumnado es la siguiente.
¿Cuánto cuesta todo esto?
Es complicado responder exactamente, pero sí podemos llevar a cabo un cálculo parcial y aproximado que consiste, únicamente, en repartir el coste salarial del equipo docente y el gasto corriente en suministros entre el número de alumnos. Esto nos dará el coste aproximado de la matrícula de un curso, con las siguientes limitaciones:
- Estamos suponiendo que un primer curso de ESO cuesta lo mismo que un primer curso de un ciclo formativo de grado superior, cuando no es exactamente así.
- Estamos obviando el coste anual de desgaste (amortización) del mobiliario, de los equipos digitales y de los edificios.
- Obviamos, también, el coste salarial del personal de administración y servicios.
Con todo, aun simplificando los cálculos, estaremos en disposición de proporcionar una aproximación en el coste de la matrícula por alumno. En clase, el alumnado se frota las manos.
El coste de matrícula
La nómina de un docente tiene varios componentes. A saber, el sueldo base y los complementos, variados estos últimos en atención a la comunidad autónoma de referencia, los años de servicio, las funciones adicionales, la formación alcanzada y un largo etcétera. Además, cuando se trata de conocer el coste salarial debemos computar el salario bruto (antes de retenciones y aportaciones a Seguridad Social), sin considerar la aportación del Estado (cuota patronal).
Considerando un docente de secundaria sin experiencia previa ni funciones especiales atribuidas, el coste salarial bruto, antes de impuestos y aportación obrera a coberturas sociales, sería de unos 2.700 euros mensuales.
En cuanto al gasto anual de suministros (energía eléctrica, calefacción, agua, material de oficina y material de limpieza), para un IES mediano (600 alumnos y 60 docentes), se sitúa en unos 35.000 euros.
Por tanto, considerando el sueldo anual de 60 docentes, el monto del mensual de sus salarios, multiplicado por catorce pagas y sumando el gasto anual en suministros, la cifra resultante es de 2.303.000 euros por curso académico, lo que, repartido entre 600 alumnos, arroja una cifra de coste de matrícula individual de 3.838 euros.
¿Estarían todos los hogares dispuestos a abonar, de media, casi 4.000 euros por una matrícula en primer curso de ESO?
Seguramente, la respuesta sea negativa, por lo que la provisión privada de este bien preferente sería inferior a la deseada socialmente. He aquí la justificación para realizar la provisión de educación pública, la cual es financiada, de manera progresiva (IRPF) y proporcional (IVA) por la sociedad en su conjunto. Gracias a esta provisión pública, cualquier persona entre 6 y 16 años tiene acceso a la educación básica, independientemente de su nivel de renta.
¿Por qué calcular el coste?
Si bien nos hemos dejado partidas sin considerar, el resultado del cálculo es lo suficientemente poderoso como para hacernos reflexionar sobre la conveniencia de incluir esta cifra en la hoja de matrícula, cada año, pues cada hogar debiera conocer cuánto cuesta un pupitre en un curso de ESO y, de esta forma, actuar con corresponsabilidad e inculcar a sus hijos el valor del esfuerzo, el propio, el de la familia y, por supuesto, el de toda la sociedad, puesto de manifiesto a la hora de pagar impuestos.
Ramón Castro Pérez es profesor de Economía en el IES Fernando de Mena (Socuéllamos, Ciudad Real).