Batallitas patrimoniales (9)

Abuelo y nieto apenas tuvieron fuerzas para decir cualquier cosa por la tarde tras el largo recorrido que llevaron a cabo por el antiguo barrio judío. Adela y José se miraron entre sí, aguantándose la risa ante aquellos desvencijados cuerpos, a pesar de que entre ellos la tensión aún permanecía latente. Ellos prefirieron disimular y no hacer sangre del árbol caído, pues ¡tenían ambos unas caritas! Así que aquel fin de jornada transcurrió con tranquilidad tras haber dado cuenta de aquellos platos de espaguetis que tanto gustaban al jovencito de la casa. Lo demás ya habría que situarlo en el mundo de los sueños, pues apenas aquellos cuatro moradores hicieron nada más reseñable en ese lapso hasta encontrar el merecido descanso.

Mientras aquel muchacho recordaba cómo su abuelo le había relatado los infortunios de la judía Sara y la impronta que dejó el dominico Vicente Ferrer en perjuicio de la antigua judería de Villa Real, tampoco dejó de recordar lo que en visitas pasadas aquel anciano le había contado sobre el pasado de la Casa del Arco, los escasos vestigios que aún existían de la judería o incluso el terror que sobre aquellos judíos y sus descendientes provocó el tribunal del Santo Oficio. Toda aquella maraña de episodios se volvió a entremezclar en la imaginativa cabecita de aquel muchacho durante sus horas de sueño. Las sombras de la noche parecían mostrarse como una procesión de condenados que iban directos al cadalso, aquellos mismos que el Santo Oficio había condenado y que más tarde había depositado en manos de la justicia civil. Pero ¿por qué no se veían los rostros de todos ellos en el sueño de Blas? ¿Acaso no merecían ser recordados o habían tenido que soportar tan horrendas torturas que su faz no era agradable a la vista? Todas aquellas tribulaciones soportadas se habían adueñado del cándido reposo del muchacho.

Pero no sólo ellos dos eran la parte protagonista de esta historia, sino que también estaban las tiranteces en las que se debatían Adela y José, que parecían no tener el remedio adecuado para que las aguas volvieran a su cauce. Eran ambos dos caracteres contrapuestos, pues el flemático José contrastaba con la irascible Adela. Ambos chocaban cuando algún punto de fricción agudizaba sus propias personalidades. A pesar de todo ello sabían que tenían un compromiso que cumplir: ejercer de padres de aquel jovencito que se había visto afectado por las discusiones que ambos tuvieron, siendo para este su válvula de escape las aventuras y las historias que con su abuelo tanto disfrutaba.

Pasaron algunos días en los que Blas se encontraba de exámenes (o controles como a veces él mismo decía) y las escapadas de abuelo y nieto no fueron posibles por entonces, pues el tiempo necesario para el estudio era el mismo que habitualmente ocupaba cuando se daba paseos con Juan José.

Sin embargo, aquellas pruebas en las que el muchacho dio señales de que estaba madurando más que muchos de sus compañeros de clase llegaron a su fin y, además, con un resultado mejor de lo esperado: ¡unas brillantes calificaciones!

Sin duda alguna, la motivación que aquel incipiente jovencito necesitaba la tenía demasiado cerca: volver a conocer las historias de su abuelo, pues la relación entre ambos se había vuelto a estrechar.

Un nuevo día amaneció, tras haber estado varios días el anciano dando tumbos de aquí para allá, yendo a las comidas con sus familiares, aunque para no distraer al chiquillo prefirió acertadamente no dormir en la misma casa marcando así alguna distancia que no perjudicase la concentración que necesitaba en aquellas jornadas.

Entonces llegó el momento en el que Blas llegaba a su casa con una sonrisa de oreja a oreja y con una reivindicación muy clara para sus padres: ¡Quería volver a salir de paseo con el abuelo! ¡Se lo había ganado!

Ante aquello, poco pudieron objetar sus padres, Adela y José, pues estaba cargado de toda la razón y así un día que aún el abuelo no había llegado a casa, recibiría una llamada telefónica de su propia hija:

̶ ¿Dónde estás padre?

̶ Ya voy llegando, hija mía. ¡No tengas tanta prisa que uno ya tiene una edad! En unos minutos estoy en casa, pues sólo me queda recoger una cosa y llego enseguida.

̶ Está bien. Aquí te esperamos, pues hay alguien que está deseando verte mucho. Ya me entiendes.

̶ ¡Ay, hija! Dile a mi nieto que enseguida estaré allí. Ya me imagino que le estará apeteciendo salir de las cuatro paredes de su cuatro después de tantos días de estudio y exámenes.

̶ ¡Así es! Y no traerás ningún capricho, que ya nos conocemos.

̶ Hija mía, a tu padre ya no le puedes privar de darse el gusto de hacer lo que quiera, y más si es por mi nieto. ¿Cómo me puedes decir algo así?

̶ Bueno, está bien. Estamos esperando en casa. Ya me queda poco para poner la comida en la mesa. ¡Imagínate cuál es el menú!

̶ Cuelgo hija. Ya voy para allá.

Pocos minutos bastaron para que el anciano llegase a la hora de la comida. Apenas le separaban unos centenares de metros de la casa de su hija desde que mantuvieron la conversación telefónica.

̶ ¡Ya estoy aquí!  ̶ expresó animoso el anciano al entrar en el pisito.

Los allí presentes le correspondieron con sendas muestras de cariño, siendo sobre todo la expresión del rostro del muchacho la que más delataba la alegría que despertó su llegada.

̶ ¡Hola abuelo! ¿Dónde vamos a ir de paseo esta vez?

̶ ¡Uy, muchacho! ¡Ya veo que me echabas mucho de menos! Después de comer te lo voy a contar, y entonces me dices qué te parece. Aunque primero me gustaría saber cómo han ido tus notas, pues si no han ido bien tendríamos difícil nuestra salida.

̶ ¡Por supuesto que sí, padre! – intervino Adela –. Se ha ganado merecidamente un descanso después de tantos días encerrado. Además, de las notas nada has de preocuparte, pues salvo alguna que se le atraviesa en la que sacó un “Bien”, tiene cinco o seis entre notables y sobresalientes. Una de ellas, seguro que te suena, pues mucho has tenido que ver en ello.

̶ ¿Mis batallitas han servido para algo? ¡Cuánto me alegro!

̶ ¡Muchas gracias, abuelo!

Ya se encontraban todos en casa. Juan José, Adela, José y Blas. Era la hora de comer y había que rendir homenaje a quien tanto esfuerzo había derrochado las últimas semanas: el jovencito de la casa. Su madre lo tenía claro: el menú tendría sus tan ansiados espaguetis y algún postre dulce para rematar tan alegre día, pero se le había olvidado comprarlo. Sin embargo, el anciano había estado al quite para paliar dicho descuido, algo que agradeció su hija a pesar de contradecirse con lo que pocos minutos antes le había exigido.

Todos disfrutaron de una animada conversación mientras se deleitaban con tan generosa comida. Adela había acertado con ello, a pesar de las reticencias del abuelo que no estaba muy por la labor en lo relativo a los platos de pasta. Pero todos estaban de acuerdo en que no habría ninguna discusión esa jornada. Era un día de celebración y así se confabularon para alcanzar dicho objetivo.

“La Puerta del Perdón en la Iglesia de San Pedro” (detalle), de José Antonio González Silvero

Cuando ya habían dado cuenta de aquella deliciosa comida, llegó el momento de recoger la mesa. En la cocina se quedaron haciéndose cargo de ello los padres del muchacho, mientras el abuelo y Blas, tras haberse lavado las manos y cepillado los dientes, se dirigieron a la salita y así dejarse caer sobre alguno de los sillones para iniciar la digestión de lo ingerido. En ese preciso momento, antes de que Juan José se viera vencido por el sopor, el jovencito le preguntó:

̶ Abuelo, ¿cuál será el lugar dónde vayamos de paseo el próximo día?

̶ Veo que no me vas a dejar ni tan siquiera echar una cabezadita, hijo. Está bien, te lo diré. ¿Qué te parece si visitamos la Iglesia de San Pedro y San Pablo? Pues, aunque te pueda parecer que es poco, su historia y su contenido nos dará para que estemos bastante tiempo. ¿Estás de acuerdo?

̶ ¡Claro que sí, abuelo! Ya habíamos visto la de Santiago y la Catedral y era la que aún nos quedaba de las tres grandes iglesias de la ciudad. ¿No es así?

̶ ¡Correcto, Blas! Pero de todo ello te hablaré mañana. Ahora que ya te he aclarado el lugar de nuestra próxima visita, tu abuelo necesita echarse un poco pues la generosa comida de tu madre está haciendo su efecto y tú también deberías hacerlo, jovencito.

̶ Está bien, abuelo. Gracias. También tengo algo de sueño así que me dormiré un poco igualmente.

Tras un par de horas de silencio absoluto, aquella tarde transcurrió entre risas y chanzas. El ambiente pareció haberse relajado bastante respecto a fechas precedentes, pues incluso los conflictos que habían ensombrecido la relación entre Adela y José parecían haberse tomado un descanso.

Los últimos rayos de sol estaban despidiendo aquel día. La cena, que no fue demasiada copiosa, transcurrió menos alborotada y el descanso reparador pareció reclamar a los habitantes de aquella casa. Todos se dirigieron a sus respectivos lugares de reposo, incluso el abuelo que aquella noche sí la pasaría entre aquellas paredes. Al día siguiente le correspondía el paseo con el chiquillo y, como solían hacer ambos, era necesario organizar la visita y llevar lo necesario para cuando hiciesen un alto en el camino: algo de fruta, sendas botellitas de agua, y algunas barritas energéticas o incluso frutos secos. Era lo habitual entre ellos, que ya lo habían establecido como rutina en sus asiduas salidas.

Recordó aún el abuelo cómo había visto por primera vez aquel templo que estaba dedicado su nombre a San Pedro y San Pablo, curiosamente en una Semana Santa con motivo de la procesión del Silencio, aquella que mostraba a un Cristo la madrugada del Jueves Santo, viéndose acompañada por numerosos hermanos que portaban a modo de vestimenta una túnica, el hábito franciscano, de estameña o tela basta y sandalias, y llevando gran parte de ellos, pesadas cruces. El comentario de las diversas Estaciones del Vía Crucis se iniciaba con el redoble del tambor y el sonido de la trompeta, siendo dirigido su recorrido por un sacerdote, que sería escuchado con devoción por todos los cofrades y los fieles que allí asistieran. Austeridad, auténtica penitencia y mayor silencio eran las normas que regían aquella noche de una hermandad que había sido fundada como Cofradía del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y de la Virgen del Mayor Dolor en 1942, y que años más tarde contaría con dos imágenes del escultor valenciano Rausell: El Cristo y La Virgen. Del primero de ellos se acordaba tantos años después el anciano al comenzar a contar a su nieto de aquella iglesia. Aún ni tan siquiera tenía su edad ni tampoco había conocido a la que sería su futura esposa.

Sin embargo, para conocer mejor aquel templo, aquel anciano fue más de una vez a la misa por la puerta del Mediodía, aunque de aquello ya le hablaría a su nieto más tarde.

En ese momento, la visita que realizaron ambos no comenzó por esa puerta, la situada al sur que tantos recuerdos le habían despertado a quien hacía las funciones de guía, sino por la que algún tiempo atrás ya habían visto de pasada cuando se dirigieron a la antigua judería, entrando por el lado norte de la iglesia, la conocida como Puerta de Umbría o del Evangelio.

“A misa de doce. Iglesia de San Pedro. C. Real”, de Ventura Caballero

Se encontraron encajados entre dos grandes contrafuertes para poder contemplar aquella puerta que mostraba un arco apuntado de ciertos rasgos arábigos al estar polilobulado. Sobre el mismo se hallaban tres arquivoltas baquetonadas y otra más exterior. Por encima del arco y de forma poco centrada respecto a este aparecía un pequeño rosetón de diversa tracería que servía para iluminar el interior donde antes se había situado el coro. Apenas despertó cierto interés en el muchacho aquella estructura exterior tan maciza, algo en lo que también estaba de acuerdo el anciano, y por ello no pudo reprimir el comentario:

̶ ¡Qué fea parece por fuera esta puerta, abuelo! ¡Como si fueran las torres de un castillo! ¿Estás seguro de que vamos a ver dentro una iglesia?

̶ ¡Ay, hijo mío! ¡Cuánta razón llevas! Pero el hecho de que veas este aspecto no es casual. Estos torreones que tienen forma de medio cilindro se construyeron para evitar que una de las naves de la iglesia, la que se llama del Evangelio, pudiese caerse hacia un lado desde que sucedió un terremoto en el siglo XVIII, aquel que en 1755 tuvo por epicentro la ciudad de Lisboa. El mismo acontecimiento también provocó que una gran parte de edificios de la ciudad tuvieran problemas para mantenerse en pie, como ocurrió con lo poco que quedaba de la judería que ya te conté el otro día. ¿Lo recuerdas?

̶ Ahora comprendo. Gracias abuelo. Pero sigue sin gustarme mucho. Mejor entramos, ¿no?  ̶ la respuesta tan sincera del muchacho provocó una ligera sonrisa de complicidad en el anciano.

Así estaba Blas de deseoso de contemplar aquel interior majestuoso del que le habían hablado y quería conocer las historias que allí se encerraban por boca de su propio abuelo. Entraron entonces por una de las hojas de aquella puerta, dejando a su izquierda la zona del ábside que desde la calle de la Lanza se podría contemplar en su exterior, lugar que había permanecido durante largo tiempo oculto por algunas construcciones hasta que la edificación de la Cámara de Comercio dejase aquel espacio lo suficientemente diáfano para poder mostrarlo, evitando que quedase enterrado por alguna que otra construcción que continuase esquilmando el patrimonio de la ciudad. Allí hacía unos años que incluso se había puesto nombre a aquel recoveco dispuesto a modo de zona ajardinada como plazuela de Jesús Nazareno, recordándose con ello la imagen que se veneraba en el interior en una capilla del mismo nombre en la nave del Evangelio, la que era conocida como de San Juan Bautista. Aquel Nazareno había pertenecido al antiguo convento de Santo Domingo, que se había situado en uno de los lugares emblemáticos de la antigua judería, pero de todo ello ya le había hablado Juan José a su nieto, por lo que prefirió continuar mostrando su interior para asombro del muchacho.

Cuando estaban dentro, en la nave norte, pudieron observar la belleza de aquel lugar e incluso a la vista observaban metros más allá y frente a sí lo que constituía otra de las puertas de aquella iglesia, la del Mediodía, la del Sol, pues era la que más habitualmente quedaba iluminada por los rayos del astro rey, al estar en una zona más despejada de edificios y con las construcciones más lejanas a la misma.

Una vez hubieron entrado, el anciano se dirigió a su izquierda, indicando a su nieto que lo siguiera a lo largo de aquella nave, pues tenían como destino la Capilla de Jesús Nazareno, aquella de la que antes de entrar se había referido que se veía por su parte exterior.

̶… Como te iba diciendo, hijo, esta capilla, según cuentan, fue construida en tiempos de los Reyes Católicos por una de las familias de más renombre de aquel momento, los Treviño, siendo doña Juana Monzolo Treviño de Loaisa la benefactora principal de la misma.

̶ ¿Y por qué era de los Treviño y no de un sacerdote?

̶ Buena pregunta, Blas. Siempre fue costumbre que cuando se realizaban este tipo de edificios que requerían de mucho tiempo y dinero, se hiciese necesaria la financiación de particulares para acometer tal empresa. Así ocurriría en el caso de la iglesia de San Pedro, pues no sólo los Treviño fueron los que aportaron una dotación económica importante para su construcción, sino también los Velarde, los Céspedes y algunos más. Todos ellos constituían las familias de más alcurnia de la ciudad, y en contraprestación a su ayuda querían dar fe de lo importantes que eran. ¿Y cuál era el mejor lugar en la época para que todo el mundo los viera presumir de su riqueza, siendo envidiados por muchos de los que les rodeaban? Seguramente lo estarás pensando: una iglesia, pues en aquella época era un lugar habitual donde muchas gentes coincidían. Pero había otros apellidos de relevancia que destacar en este templo y que aún no te mencioné. ¿Sabes de qué estoy hablando?

̶ Creo que allí enfrente hay una capilla muy conocida, la de los Coca. ¿No es así abuelo? Pero si no la has mencionado ¿por qué eran tan importantes para tener esa capilla?

̶ Ciertamente, te has adelantado un poco, pues esa será la guinda del pastel, la última que veremos aquí dentro y, como bien dices, quizá la más conocida e importante, pero ¿no recuerdas ninguna más?

̶ Ahora mismo no caigo, abuelo.

̶ Ya veo que no conoces tan bien esta iglesia y, es difícil de llegar a saber todo de todos sus lugares más importantes. Ahora que nos vamos de la capilla de Jesús Nazareno, llegaremos al ábside, cuya forma podría parecerte circular pero no lo es. Con esto hemos llegado a lo que sería la cabecera de esta iglesia y si te sitúas frente a estos mismos escalones, te invitaría a hacer lo mismo que hiciste cuando estuvimos en la iglesia de Santiago: cierra los ojos y girando la cabeza hacia atrás, mira para arriba. – las instrucciones del abuelo el jovencito no tardó en llevarlas a cabo.

̶ ¡Ay va, abuelo! ¡Es como una estrella gigante! – respondió lleno de júbilo segundos después.

̶ No te equivocas demasiado en lo que acabas de decir, Blas. Estamos en lo que se llama crucero, pues es donde aparece cruzada la nave central que nos llevará a la puerta que tienes allí al fondo y que conoceremos cuando estemos fuera. Lo que tus ojos acaban de ver se llama bóveda de terceletes y precisamente la base es una especie de estrella, o más bien una bóveda estrellada que se complica. No te puedo contar más pues yo tampoco sé cómo lo hicieron así.

» Lo que sí que quería mostrarte, además de este altar en el que se puede contemplar el Cristo de la Buena Muerte que pertenece a la hermandad del Silencio de la que ya te hablé, es esta capilla que tiene al lado, la perteneciente a la familia de los Vera. Te preguntarás por qué me detengo aquí y enseguida te lo cuento.

» Antes no me detuve en el altar mayor a hablar del Cristo, porque es aquí donde debo hablar de él. El motivo no es otro que esta fue su antigua ubicación, ocupando su lugar en la actualidad las imágenes del Sagrado Corazón María y de San Antonio María Claret.

» Además, aunque los Vera fundaron esta capilla a principios del siglo XVI dedicándola al Santísimo Cristo de la Oración y a Nuestra Señora de Guadalupe, a mediados del siglo siguiente pasó a ser propiedad de la iglesia. Su belleza interior en los arcos góticos de las bóvedas correspondería ya a una época más bien tardía y por eso son conocidos como flamígeros…

» Aunque ya veo que no me estás prestando demasiada atención porque tu mirada se está yendo a otro lugar. ¿Imaginas qué es lo que estás mirando con tanto deseo?

̶ ¿Es la capilla de los Coca, abuelo? Vamos a ella, que seguro que estarás algo cansado y deberíamos salir un poco de aquí para tomar el hielo y probar algo de lo que llevo en la mochila.

̶ Me parece muy acertada tu propuesta. Sin duda alguna es la capilla que tanto querías ver, la que tanto destaca respecto a las demás. Todo tiene su explicación. Pero ¿por dónde empiezo? ¡Ah, sí! Ya me acuerdo.

» Antes de llegar a los Coca, debería decirte que la iglesia en la que estamos ya había comenzado su construcción casi un siglo antes. Pero las obras de este tipo y con los medios con los que contaban no iban tan aprisa como los edificios de hormigón que ves a tu alrededor, además de que los planos de la iglesia inicial fueron cambiándose según fue pasando el tiempo. Incluso hubo ataques de los calatravos que a finales del siglo XV propiciarían que se hicieran obras en esta iglesia.

» Así nos tendríamos que situar en el reinado de los Reyes Católicos y, dentro de la familia de los Coca, estaba don Fernando de Coca, que fue chantre de Coria, canónigo de Sigüenza y, lo que más nos interesa en este caso, capellán de los monarcas e incluso confesor de la mismísima reina Isabel, aquella que llamaron La Católica.

» Gracias a esa relevante posición, y puesto que, según cuentan, sus comienzos como religioso fueron siendo párroco de esta misma iglesia, pudo ordenar que se construyera una capilla para que los restos de su familia fueran aquí enterrados. Incluso te he de decir que llegó a participar en las obras de construcción de la Catedral, que entonces aún era iglesia de Santa María, pero ¡ya me estoy desviando otra vez del tema!

̶ ¡Sí, abuelo, sí! Aún no hemos entrado en la capilla y ya vamos camino de la Catedral. ¡Vuelve aquí pronto, que quiero verla, por favor! – recriminó el muchacho.

̶ Perdona, hijo, que ya no sabía dónde se me iba la cabeza. Entremos y continúo la explicación. – a lo que el muchacho ayudó pues parecía algo fatigado el anciano.

» Para que te hagas una idea de lo que tienes aquí dentro, te puedo decir que allí al fondo se encuentra el sepulcro de Fernando de Coca. – dirigiendo la mirada hacia el suelo y sin indicar nada con las manos continuó –. Por donde pisamos aquí mismo verás dos lápidas de mármol con el escudo de los Coca que pertenecen a los padres del Chantre, don Fernando Alonso de Coca y doña María Alfonso, y mirando a tu izquierda puede contemplar este hermoso retablo de alabastro también gótico y que está dedicado a la Virgen de Loreto, que es quien preside el altar de esta capilla. Son muchos detalles los que aquí podríamos ver, aunque lo más conveniente es que nos detengamos en el sepulcro del Chantre para finalizar la visita a esta capilla, ¿no te parece?

̶ Totalmente de acuerdo contigo, abuelo. Háblame de aquello y ya hacemos un descanso.

̶ Como iba diciendo, el chantre fue enterrado en este lugar y, algo bastante curioso respecto al diseño de este sepulcro, es que hay uno muy parecido que se conoce como el del “Doncel de Sigüenza”. ¿Recuerdas dónde había sido canónigo el personaje que estaba aquí enterrado?

̶ ¡En Sigüenza! ¡Qué casualidad!

̶ En mi modesta opinión, no creo que lo sea, pues según se cuenta respecto a la escultura del famoso Doncel su semejanza podría ser atribuida a que fuese el mismo escultor el que la llevase a cabo. Pero eso ya no es parte de lo que te debo contar. Continúo.

» Como puedes ver, en el mismo lecho de este sepulcro aparece una talla de don Fernando de Coca que se dirige hacia el altar. Va vestido como clérigo y en este borde de la cama – señaló con la mirada el anciano – puedes ver la inscripción que asegura quien aparece aquí enterrado pues se lee “Sepultura de Chantre Fernando de Coca, fundador e dotador desta capilla e capellanes…”. Los rasgos que muestra el difunto reflejan una obra muy realista que realizó el escultor tanto en los rasgos físicos como en la vestimenta que lleva. Además, incluso el pajecito que aparece a sus pies, reclinado sobre su cuerpo, es de una belleza exquisita. Aunque si te fijas bien, alguien lo dañó hace tiempo pues parece haber perdido algo que tendría entre sus manos.

̶ ¿Cómo sabes eso, abuelo? Nunca me hubiera dado cuenta de ese detalle. ¡Hay tantos!

̶ Me lo contó un antiguo párroco hace ya muchos años, cuando solía venir a contemplar algunas de las cosas que aquí existían. El sacerdote, que ya falleció hace mucho tiempo, vio la curiosidad que mostraban mis ojos y me empezó a contar algunas historias de esta y las otras capillas. Incluso de la Virgen de Loreto que hemos visto en detalle, me habló de ella y de que este altar fue dedicado en un principio a la Santa Concepción de la Virgen María, y otras muchas cosas más… ̶ interrumpió en ese momento su cháchara para intentar sentarse en uno de los bancos de aquella capilla.

̶ ¿Estás bien, abuelo? Pareces cansado. –preguntó preocupado el muchacho.

̶ Creo que la visita a esta capilla por hoy ha concluido, ¿no crees? –respondió renqueante el anciano.

̶ ¡Por supuesto, abuelo! Lo que tú digas. Siéntate y descansa y ahora si quieres salimos a la calle a que nos dé el aire un poco y nos sentamos en un banco a comer algo.

̶ Gracias, hijo. Te lo agradezco. ¿Qué hora tienes, por cierto?

̶ Las doce y media, casi.

̶ Vamos bien, entonces. Ahora ya nos queda ver el exterior. Aprovecho que estoy aquí sentado para explicarte.

» Cuando comenzamos la visita a la iglesia, entramos por el lado norte donde se hallaba la puerta de umbría, la que siempre suele tener más sombra. Después, en el interior nos fuimos desplazando por la izquierda, viendo la capilla de Jesús Nazareno, el ábside y el crucero, la capilla de los Vera y hasta desembocar en esta capilla de los Coca. Hemos visto lo principal, aunque aún nos quedan algunos detalles, pinturas entre otros, que sobre todo son exteriores. Me refiero a las puertas y la torre además de alguna sorpresa que te mostraré cuando estemos fuera.

̶ Gracias, abuelo. Descansa si aún tenemos tiempo, pues aquí en la sombra quizá estés mejor.

̶ Gracias hijo mío.

Apenas transcurrieron diez minutos en los que las fuerzas del abuelo lograron restablecerse. Ese lapso había sido aprovechado por Juan José para contarle parte de lo que mostraba el retablo de aquella capilla, que estaba presidido por la Virgen de Loreto, varias veces restaurada, describiéndole el contenido de las tres calles en la que se estructuraba, las columnas elegantes que las separaban que servían de marco para encuadrar las diversas escenas que aparecían en relieve. todo aquel conjunto que mostraba imágenes de la vida de la Virgen y de la Pasión y de algunos apóstoles, se veía bordeado por una especie de banda muy llamativa en la que se contemplaban las armas del fundador, elementos todos ellos que aparecían esculpidos en alabastro y ese bello conjunto despertó la admiración de aquello muchacho curioso.

Mientras tanto, en la casa de los padres de Blas, Adela y José ¿estarían volviendo a las andadas? ¿habrían vuelto las aguas definitivamente a su cauce?

̶ ¿De verdad que quieres que seamos padres de nuevo, Adela? – preguntó algo nervioso José.

̶ ¡Por qué no! ¿Acaso no nos vendría bien tener otro hijo ahora que Blas ya no nos necesita tanto? ¿Crees que no es el momento de marcarnos una nueva meta en común que nos una más de nuevo? –respondió enérgica Adela.

̶ Viéndolo así, no lo hubiera pensado. ¿Pero crees que podremos hacer frente a todo eso nosotros solos? Ya sé que tu padre nos está sirviendo de gran ayuda, pero tampoco creo que sea bueno que lleve tanta carga todo el tiempo pues con su edad llegará un momento en que no podrá hacer lo que ahora. ¿No crees?

̶ También te entiendo, José. Sé lo que quieres a mi padre. Sé que nosotros no andamos bien, aunque quizá por eso precisamente deberíamos intentarlo, ¿no te parece? ¿O es que no crees que nos merezcamos una segunda oportunidad?

̶ ¡Guau! Cuando te pones a pensar y eres seria y convincente no hay quien te pare. ¡No tengo nada que reprocharte! Quizá sí ha llegado el momento que estábamos esperando para intentarlo de nuevo. ¡Ven aquí! –la respuesta de José tan contundente y su reclamo desembocó en que aquellos cuerpos quedaron entrelazados más allá de un simple beso. Creyeron necesaria que la pasión se volviese a desatar entre ellos. ¡Había pasado demasiado tiempo desde la última vez en que sus cuerpos y sus almas conectaron de igual manera! Apenas era Blas un chiquillo, pero la rutina de sus respectivos trabajos y las sombras del pasado lo habían impedido…

̶ Abuelo, si no salimos pronto, te vas a quedar dormido en el banco. –refirió susurrante el chiquillo.

̶ Perdona, hijo, que ya me había relajado en exceso. Vayamos fuera a tomar un bocado y te sigo explicando.

Tras abandonar entonces la capilla que también era conocida como del Sagrario, salieron por la puerta del Sol por la que se abandonaba la nave sur, estando próxima a la torre campanario. Por aquella puerta se salía al que había sido terreno de lo que en su origen constituyó el camposanto, hoy en día ajardinado pues ya los cementerios desde hacía tiempo habían sido dispuestos fuera de las poblaciones.

Salieron entonces dejando a sus espaldas aquellos arcos abocinados que tenían una ventana geminada por encima. Llegaron hasta una pendiente que desembocaba en el cruce de las calles de General Rey, Ruiz Morote y Ramón y Cajal y, muy deseoso de encontrar un lugar adecuado para continuar la charla de forma más reposada, Juan José indicó gozoso:

̶ ¡Mira a tu izquierda, muchacho! Ese banco, con algo de sombrita, aunque tampoco el sol es muy fuerte, nos está pidiendo que vayamos hacia él. ¿No te parece?

̶ Veo que no se te escapa nada, abuelo. Allí vamos.

Sentados, Juan José le pidió a su nieto la botellita de agua con la que refrescarse el gaznate. También tomaron algo de fruta para recuperar energías y, en ese momento, cayó en la cuenta de que existían algunos detalles frente a ellos que no podría dejarlos pasar para completar la visita. Así el anciano preguntó:

̶ Si te digo que mirando la fachada que tenemos frente a nosotros, y no hablo del reloj de la torre, no necesito preguntarte la hora, ¿qué me dirías?

̶ ¡Que o te has comprado un reloj que no he visto o no me cuentas algo que no sé!

̶ ¡Caliente, caliente, muchacho! Estás totalmente en lo cierto. Hay algo que quiero que observes por ti mismo. Mira ese banco que hay a la izquierda, donde se encuentra la torre campanario y unos metros más arriba, ¿ves que algo destaca?

̶ ¿Eso que parece blanco? ¿Pero qué es, abuelo?

̶ Un reloj de sol con el que normalmente se mostraban las horas que se llamaban canónicas. Lo que te quiero decir, es que así era la división que se hacía del tiempo desde la Edad Media, agrupándose en siete partes como se indica en el Libro de los Salmos que aparece en la Biblia, tanto para los oficios diurnos como para los nocturnos. No sé si las conocerás, Blas, ¿acaso has oído hablar alguna vez de Maitines, Laúdes, Prima, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas?

̶ La verdad es que no me suena de nada, abuelo.

̶ Ya veo. Son otros tiempos. ¡Ahora seguro que ni tan siquiera rezáis el Padre Nuestro ni cosas así en clase!

̶ ¡Qué cosas dices, abuelo! A los sacerdotes nosotros los vemos sólo en la Iglesia, cuando vamos a prepararnos para la comunión o cosas así, para confesarnos y otras cosas que me contó mi madre que ahora no recuerdo. Pero lo que me relatas me suena a chino.

̶ ¡Sigamos entonces con la iglesia de San Pedro!

» Además del reloj y de la propia torre campanario, quiero que también te fijes en otro detalle, esta vez mirando a tu derecha, un poco más allá de donde ves esa palmera.

̶ ¿Eso que parece un monigote o algo así?

̶ Es algo parecido. Pues como era de esperar, los Coca tenían que mostrar relevancia en este templo y así lo hicieron saber. Se trata de su escudo familiar, aunque aparece muy desgastado al encontrarse en el exterior.

̶ ¡Ah, vale! ¿Y qué más?

̶ …Aunque me gustaría hablarte de más cosas, ya sólo nos queda una parada, la puerta que aún no hemos visto y por la que iniciaremos la vuelta a casa. ¿Qué te parece?

̶ Estoy de acuerdo contigo, abuelo. Otra vez me cuentas otras cosas, cuando haya tiempo, pues ya te veo muy cansado.

̶ Gracias, hijo.

En ese momento bajaron por la rampa que desembocaba en la calle del General Rey, para girar después hacia la derecha en la de Ruiz Morote. Sin embargo, al anciano se le ocurrió mejor que debían cruzar por el paso de peatones.

̶ Sígueme, hijo.

̶ ¿Para dónde vamos abuelo?

Apenas bastaron unos segundos para alcanzar el objetivo. Se hallaban en las escalinatas de la Delegación de Hacienda teniendo frente a ellos la tercera puerta que pertenecía a la iglesia de San Pedro y San Pablo, la Puerta del Perdón.

En ese momento tanto la hora que ya iba siendo como el cansancio que se había adueñado del cuerpo del anciano aceleraron el ritmo de la explicación que quedaba pendiente.

Juan José contó a su nieto la importancia que tenía aquella puerta que se orientaba al oeste constituyendo los pies de aquel templo más allá de lo que saltaba a simple vista: las molduras verticales que la encuadraban, el remate a modo de bocel que la remataba en su parte superior, el arco de medio punto adentellado que era rodeado por otros cuatro apuntados, los fustes donde descansaban aquellos arcos y que tenían unos capiteles profusamente decorados, unas ménsulas a las que algo les faltaba pero que la historia se lo había arrebatado… Sin embargo, el golpe de efecto del anciano vino cuando el abuelo le contó dónde se encontraban apoyados:

̶ ¿Sabes, hijo, por qué se llama la Puerta del Perdón?

̶ No, abuelo.

̶ La explicación la tenemos más cerca de lo que crees, pues nos hallamos sentados en lo que fue la entrada de la antigua cárcel de la Santa Hermandad, hoy Delegación de Hacienda. Aquí mismo, cuando los reos habían sido condenados a muerte, pedían perdón ante esta puerta, teniendo frente a ellos el Cristo del mismo nombre, que ya vimos en el altar mayor. Incluso he de decirte que cuando esta iglesia se construyó, se eligió esta puerta como la entrada principal, aunque el tiempo pareció no dar la razón a aquellos que inicialmente la construyeron y no tiene dicha función.

̶ ¡Cuánto sabes, abuelo!

̶ Vamos a comer, que ya llegó la hora. ¿No crees que no lo hemos ganado?

̶ ¡Sí, vamos!

Poco tardaron en llegar aquella pareja tan singular. Allí estaban esperándoles los anfitriones de la casa, que apenas tuvieron el tiempo justo para estar recompuestos tras disfrutar de un fogoso momento de pasión.

MANUEL CABEZAS VELASCO

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