‘La obra de la legislatura’ llamaba Diego Murillo, director de La Tribuna de Ciudad Real, el pasado día 27 de marzo, al complejo ferial, reconvertido como IFEDI, tras su paso como FERIAL.
Obra que era reconocida por “sus altas capacidades y versatilidad”.
Una infraestructura, proseguía Murillo, que “está a altura de las grandes capitales”.
Que además comportaba, entre otras cuestiones, una revitalización de la zona y una oleada de modernidad.
¿Modernidad u Otra Modernidad?
Aunque en la zona queden flecos municipales, por resolver.
Todo ello, pesar de que “quizá no se intuya la grandiosidad de este pabellón desde su fachada, ni la gran inversión –más de 20 millones de euros– al no ser un edificio de nueva planta”.
Grandiosidad oculta, pese al gasto verificado y al gesto perseguido.
La tendencia a la grandiosidad de las inversiones públicas trae causa de una impronta histórica que inaugurara Mitterrand, en Paris, en sus dos septenatos de gobierno. Louvre ampliado y Bibliotecas de Francia como ejemplo
Y que, entre nosotros, el teórico franquista, Gonzalo Fernández de la Mora –autor de El Crepúsculo de las ideologías en 1965– deslizó propuestas y significados sobre el valor simbólico de las grandes obras.
Con su conocido aserto del franquismo como ‘Estado de Obras’.
De aquí la vinculación de una Gran obra con el futuro prometedor de una ciudad.
Ha ocurrido en Bilbao con el Guggenheim y en Valencia con el complejo de Calatrava.
Y por ello se habla ya del ‘Efecto Guggenheim’ como dinamizador de la actividad urbana.
Por ello, toda ciudad persigue su Guggenheim.
Como forma de gloria y como garante de futuro.
Ha querido el calendario que coincidan en el tiempo la inauguración del –ya llamado, persistentemente– como IFEDI, con el 130 aniversario del Palacio Provincial, de la Calle de Toledo y de la Plaza de la Constitución.
Dos tótems de la edificación provincial, pese a sus notables diferencias y características diversas.
Del primero, del Palacio, tengo dicho que es el edificio más importante de la Arquitectura del siglo XIX en la provincia de Ciudad Real.
Del segundo –del IFEDI– aún no tengo dicho nada.
Si el Palacio Provincial formula el discurso del Poder Civil y la necesidad de consolidar tales estructuras, nacidas años atrás con la división territorial de Javier de Burgos.
Otro discurso es el formulado por el IFEDI como caja hermética.
Y silenciosa, aunque muy publicitada en estos días.
La primera edificación resuelve su juego metafórico con las alegorías del Buen Gobierno en el Salón de Sesiones, y de las Bellas Artes en la cúpula del escalera.
Además de otros recursos coincidentes de Bellas Artes, y Artes decorativas que se desarrollan de mano del arquitecto provincial Sebastián Rebollar en su desarrollo, iniciado con los dibujos de 1889 y concluidas las obras en 1893.
El IFEDI, no deja de trasplantar el carácter económico y comercial del presente institucional de las Diputaciones, bajo la conocida rúbrica de “Fomento de los intereses provinciales”.
Frente al juego decimonónico de los valores civiles y culturales de las instituciones provinciales y sus viejos Palacios –véase el trabajo de Bonet Correa en la edición del libro del centenario de 1993–, el presente de esas instituciones está recorrido por el juego de otras equivalencias formales y visuales.
Por ello, la afirmación de Diego Murillo “quizá no se intuya la grandiosidad de este pabellón”.
‘Quizá no se intuya’ porque no es ese carácter del edificio, ni su finalidad.
Invisibilidad que delata no solo su carácter cerrado sino su ubicación –no podría ser de otra forma– descentrada.
Frente a la centralidad del Palacio, la excentricidad del IFEDI.
Frente al juego alegórico del Palacio, la hermeticidad del lenguaje industrial y estandarizado de la arquitectura de Ferias y Congresos.
Dos Palacios –el Provincial y el Ferial– que enuncian, no sólo, las transformaciones del poder en estos 130 años.
Sino también las derivas de la arquitectura y sus representaciones institucionales.
También los dos relatos del poder y sus diversas escenografías.