Manuel Valero.- Simplificando. A la derecha del PP está Vox y nada más. A la izquierda del PSOE está Sumar y Podemos con Izquierda Unida de convidada de piedra. Los enfrentamientos en la izquierda son atávicos. Basta echar un vistazo a la historia desde que las izquierdas tomaron cuerpo, se armaron con un buen músculo sindical y se convirtieron en una fuerza de choque contra el capital. Pero desde que comunistas y socialistas se escindieron en la Segunda Internacional para hacer la revolución cada uno a su manera-urnas o dictadura proletaria- hasta hoy mismo no ha habido un punto de consenso que las aglutine.
El Frente Popular fue la primera gran coalición en las últimas elecciones generales de la Segunda República. Y la única si exceptuamos el pacto Joaquín Almunia y Francisco Frutos en el año 2000. Con las trincheras echando humo y el avance de las fuerzas franquistas el sueño proletario acabó con páginas negras que amontonaban muertos entre comunistas y anarquistas en Cataluña o entre comunistas cuando el general Segismundo Casado se rindió a Franco después de conspirar contra Negrín en el 39 y acabar con la resistencia comunista de Madrid. Para ahorrar vidas porque ya estaba todo perdido, dicen que dijo.
El PSOE desapareció del mapa y no reapareció sino tras el Congreso de Suresnes de 1974 porque ya se barruntaba el fin del régimen y del abuelo dictador y el PSOE representaba esa izquierda socialdemócrata que apuntaló Felipe González tras su estratégica dimisión en 1979 como secretario general para regresar triunfante a liderar el partido con la frase: Antes socialista que marxista. Así se ganaba el apoyo económico de suecos y alemanes. De ganar la izquierda en España no podía hacerlo sino un partido homologado, socialdemócrata, democrático, prosistema, sin ningún rescoldo de revolucionario como lo fue en tiempos de Largo Caballero.
El PCE de Santiago Carrillo después de una primera carga de diputados (23) en 1979 se fue desinflando en crisis internas hasta que apareció Julio Anguita que sustituyó a Gerardo Iglesias al frente de la joven Izquierda Unida que era la nueva marca, menos agresiva y más contemporizadora, de socialdemocracia dura, que la bandera roja de hoz y martillo desteñida por la aparición del eurocomunismo. Poco tiempo duró la unión de los partidos que la integraban. Pero Anguita, líder carismático, teórico político, el último filósofo sin título de la izquierda -las dos orillas- aupó a IU a los 21 diputados. Un poco de calma hasta que apareció Nueva Izquierda y el trasvase de militantes al PSOE.
Comunistas, izquierdounidos y socialistas nunca se llevaron bien. Incluso se acusó al califa rojo de cafetear demasiado con José María Aznar y de activar la famosa pinza contra González y el PSOE.
Después de Anguita, llegaron Gaspar Llamazares, Cayo Lara y Alberto Garzón cuyo declive amortiguó la nueva izquierda de Pablo Iglesias y la compaña. La fagocitación de IU fue un hecho. La marca desapareció desleída en el morado.
Y hoy, la renuencia de la izquierda vuelve para hacer el papel de siempre: desunión. Por un lado, la ministra Yolanda Díaz y su proyecto sumatorio, de otro Podemos e Irene Montero (y Pablo Iglesias en la sombra) de cara a las elecciones generales. De otro, ahora, las desavenencias de IU y Podemos para confluir en una sola candidatura de cara a las municipales. Y si ideológicamente son un reflejo un partido de otro… ¿por qué no concurren de consuno? Pues por algo muy sencillo: celos, simplemente celos. La una la que suma y la otra, la que iguala. Y eso, claro, eclipsa el otro celo en singular que es el de trabajar para confluir. Dice el dicho que quien olvida la historia está obligado a repetirla. Pues bien, las desavenencias de la izquierda española contradicen esa perla de sabiduría: se puede conocer la historia hasta el hartazgo y repetir los errores. Según la RAE, la necedad es la persistencia en los propios errores. Sobre todo si esos errores parten no de una síntesis imposible entre iguales, que lo son, sino de la más prosaica condición humana: el ego.
Así que cuando ya queda muy poco para las elecciones locales, Izquierda Unida y Podemos de Puertollano y de Ciudad Real, por ejemplo, andan sin poder andar hacia el centro confluyente, lo cual como apunta Jesús Manchón traerá consecuencias en el resultado de las elecciones. La dispersión del voto es letal para los pequeños y puede acarrear un grave perjuicio al PSOE.
No se sabe el rol de la IU nacional federada, si estará más por la Suma de Yolanda o por el Podemos de Irene.
En democracia todo es normal. Ellos, los partidos y sus dirigentes y candidatos que se organicen como consideren… que los ciudadanos ya nos organizamos con mucha más facilidad. No hay que pedir explicaciones más que al criterio de cada cual.
Pues digo yo que, viendo los derroteros por donde transita Puertollano desde el 1978….a lo mejor sería razonable ver qué es lo que pueden hacer otros por el pueblo. Aunque sea solo por comparar.