Días pasados –El País, 9 de marzo– escribía el nuevo ideólogo del Grupo Prisa –si es que puede adjudicársele tal nombramiento honorífico, que ha tenido diferentes titulares a lo largo de los años: desde Javier Pradera a Eduardo Haro Tecglen, pasando por los perfiles tutelares de Juan Luís Cebrián y de Joaquín Estefanía, directores a su vez del prominente medio escrito capaz de ocupar toda la mañana informativa y parta de la tarde– Ignacio Sánchez Cuenca, en función de coadjutor o presbítero de alguna cofradía identificable. Anotar los alborotos del pasado, tenidos por ISC con –mejor decir, contra– Félix de Azúa, por razones de opiniones políticas encontradas y contrastadas. Donde ISC limitaba a los intelectuales que no fueran politólogos –como él mismo luce y muestra con repetida ocasión– el derecho a sostener opiniones políticas solventes y afortunadas. Estableciendo que tal derecho sólo se ejerce con peso y oportunidad, cuando se es del gremio de la Ciencia Política. Eso ocurría bajo la dirección de Antonio Caño, por lo que la efímera gloria, en el balcón de la opinión política afortunada, de ISC duro poco. Y floreció con la llegada a la dirección del periódico de Pep Bueno.
Y escribía su panegírico al uso, El síndrome de Ramón Tamames, que se agregaba a la anterior andanada antitamamista, de otro texto de Jordi Amat –que actúa de equivalente de Sánchez Cuenca en Cataluña, con el promedio de Xavier Vidal Folch y Jordi Gracia , Tríptico de Ramón Tamames. Del cual ya he podido anotar algunas cosas en mi texto de la Tribuna, Dispersión senil. “Esa es la captura que realiza Jordi Amat en su mini ensayo Tríptico de Ramón Tamames que quiere adoptar el tono caustico de Valle Inclán en su Farsa y licencia de la reina castiza. Y así, bordea el articulista catalán las veredas del milagro y de la dispersión. Que es un mal de todos y de muchos. “Si el verde del partido nacionalpopulista debería de transmitir esperanza, ese color sobreimpuesto sobre la fachada del Congreso de los Diputados enmarca el desagradable efecto kitsch de la imagen”. Donde Tamames es tanto la mirada del rey retratado por Goya, como el fondo grisáceo de La tertulia del café Pombo retratada por Gutiérrez Solana, como la mesa electoral del 15 de junio de 1977, donde Tamames se codea con Pradera, Semprún y Claudín”.
Ahora el retratado en la mesa electoral, junto a los otrora ideólogos del Grupo Prisa, es visto de forma morbosa, como cita ISC en el comienzo de su texto. Pero el problema –obsesivo en ISC, como vienen mostrando en los últimos tiempos– no es Tamames, sino el cuerpo mismo de la Transición. Toda vez que llega a decir que [Tamames] “es un ejemplo, sin duda extremo, de una categoría más general que afecta a una parte de la generación de Tamames, la generación de la Transición…élites mediáticas e intelectuales del país de aquella generación”. Cuyo reiterado mal es cierta incomprensión histórica y cierta manipulación del pasado. Toda vez que –“más allá de la deriva advertida hacia posiciones crecientemente conservadoras”– lo que subyace es el denotado como síndrome de la Transición, cuya naturaleza ya no es médica sino mediática, política y generacional, a juicio del doctor en ciencias políticas Sánchez Cuenca. “El síndrome se caracteriza por un permanente enfurruñamiento y una indisimulada irritación ante las cosas que hacen y dicen las izquierdas de nuestro tiempo”. Incapacidad, en suma, para entender el presente. Todo ello –enfurruñamiento e irritación– con un indisimulado fondo nostálgico, junto a la llamada “visión distorsionada de la época”; llega a hablar de “relato parcial de la Transición basado en la monarquía y el olvido”. Que a juicio de ISC incapacita a tantos dirigentes del pasado para formular juicios propios del abuelo Cebolleta. Prodigando el salto –en una suerte de flash back de efectos más que dudosos e intencionados– desde el rechazo a la presente moción de censura de VOX, para llegar a la condena de la Transición, por insuficiente, pactista y desmemoriada. Cierra el panegírico con el humo –hay un humo amigo, igual que existe el fuego amigo, por si no se había advertido– que le brindaba la viñeta vecina de El Roto, de “Disparar sin munición” con la fácil conclusión: “Colaborar con VOX supone, sencillamente, despreciar la Transición”. Dicho, justamente, eso por alguien que no tiene reparos en invalidar continuamente en sus textos y manoseos la repetida Transición.
La previsible contestación de Ramón Tamames, del día 10 de marzo, El sentido de una moción de censura –desplazada a la página 7 y a la sección España frente al tratamiento dado al texto de ISC, claramente como Opinión–, tenía algunas particularidades, más allá de ampliar el contenido de la entrevista sostenida el día 7 en el mismo medio. Donde dejaba claro que “No estoy aquí para defender a Vox y sus extremosidades”. La primera de las particularidades de la respuesta, era la de subrayar la normalidad constitucional de una moción de censura. Más aún subrayaba Tamames, “el señor Sánchez llegó a presidente de gobierno gracias a ella”, por lo que el morbo detectado por ISC en el procedimiento en curso, es sólo un apelativo torcido. La segunda de las cuestiones invocadas por Tamames daba cuenta de que la pretensión de la moción de censura es la de “Ofrecer una visión, también crítica, de la trayectoria que se lleva últimamente desde La Moncloa. Al igual que ya han hecho muchos otros, entre los cuales podrían mencionarse al propio Felipe González y Alfonso Guerra”. Devolviendo la pelota al tejado y no al terrizo del suelo polvoriento. Y la tercera– ya imputable a la redacción del periódico y no a la carga de ISC– era la de la nota sobre el autor del texto. Donde más allá de la candidatura en la moción de censura–de sobra conocida–, fijaba otros antecedente entrecomillados del autor y candidato. “Cofundador del diario El País, estuvo durante 12 años en su Consejo de Administración y otros tantos como director del Anuario El País, que el mismo fundó”. Como si con ello, se tratara de justificar la publicación de la réplica de un candidato propuesto por VOX, y se dejara clara –un contrasentido– la ascendencia de su biografía.
En paralelo –el día 8– se había publicado un texto en principio ajeno a la polémica Sánchez Cuenca versus Tamames, para dar entrada a un titular ambiguo, denominado La tercera Transición, de Cecilia Castaño, Lina Gálvez, Ángeles Sallé y Ruth Rubio. Que sólo su lectura desvelaría el error de titular con mayúsculas la palabra transición del titular, como había hecho la redacción. Toda vez que las autores, con ello, trataban de anotar que el proceso de transformaciones abiertas en la sociedad contemporánea nos ha llevado a la transición digital –la primera–, la verde –la segunda– y la transición apetecida, la de género –que sería la tercera–. Todas ellas, escritas con minúsculas, alejan la duda inicial del lector que se preguntara por la referencia de la tercera Transición, como si hubiera habido con anterioridad dos. La primera y la segunda, al igual que las repúblicas. Dando a entender que la denostada por ISC, Transición –en la España contemporánea tal apelativo es inequívoco e identificable con un periodo histórico concreto bien identificable– precisaba de ulteriores rfevisiones y actualizaciones. Que eso es ya otra cosa diferente a la desplegada en su artículo de los síndromes y padecimientos políticos.