Jesús Millán Muñoz.- Hay que mirar y percibir no solo con los ojos, sino con la mente y la conciencia, con el alma-espíritu, para ir entendiendo lo de fuera y lo de dentro…
Una aldea o pueblo o ciudad o megaciudad es un gran teatro que nos enseña algo de lo que somos, algo de lo que no somos. Pero tenemos que aprender a mirar y remirar y “mismirar”. Es ir descifrando el laberinto de personas y de cosas y de aires y de suelos y de sueños y de ideas. Somos un alquitrán y conglomerado de tantas realidades, formando una unidad, una constelación de sueños y despertares y de esperanzas y de presentes y de alegrías y de temores. Todo eso somos. Somos esa materia con espíritu biológica que llevamos varios millones de años, dicen que dos, evolucionando de una especie en otras. Ahora, en el horizonte está el huracán y la esperanza y el temor y la alegría de la IA, Inteligencia Artificial que nos transformará hasta el tuétano de los huesos…
La ex-casa del Conde de la Cañada, solo han quedado las piedras del exterior, como un recinto de un teatro mirando la calle. Paseamos por dentro de su entresuelo o soportal, pequeño, por fuera, y, tantas veces, hemos mirado el silencio y resilencio y el ruido y el reruido de ella, que no nos fijamos lo suficiente. Pero en su tiempo fue símbolo de realidad y de poder. Vamos atravesando los estratos del tiempo. Mirar lo pequeño como grande, mirar lo del pasado como presente. Quizás, eso sea la poesía de la tarde y del amanecer, ese verso que llega desde el corazón y besa piedras y vientos y flores y ojos…
Villa-Real es una tarta de edificios de distintos estilos, tachonados como diamantes algunas realidades antiguas, todo se ha ido cambiando, las casonas y casitas de adobe y pintadas de azul, por edificios del modernismo de acero o ladrillo o cristal. Desde el exterior aire y cielo, un recinto ovoide, que las Rondas muestran el antiguo caminar de la muralla. Este país lleno de castillos y de murallas. Símbolo y señal y signo de lo que hemos sido, y, que quizás, todavía continuemos siendo en el inconsciente, siglos de desavenencias y de dialéctica y de encuentros y desencuentros, de tantas formas y de tantos grados, tantos reinos en este solar, de una cultura o de otra. Siempre estando en el mismo patio de la Península luchando/bregando/respirando entre los mares de las realidades. No sabemos lo que somos, porque lo que somos es tan complejo. Nos hemos acostumbrado a dormir con el misterio y el enigma, y, ya quizás hayamos claudicado, quizás, ya no deseemos conocerlo o entenderlo o comprenderlo o asimilarlo.
Eso, ese es el fin de este regimiento de palabras, intentar que volvamos a despertar, a querernos y estimarnos a nosotros mismos, en este paisaje. En otros lugares existirán playas y arenas y bípedos y bípedas con trajes menguados, donde la sensualidad brilla en las tardes y mañanas, pero aquí, en estas tierras lanzadas al espacio, rectangulares y alargadas, tenemos el espíritu, tenemos el espíritu de la realidad, la ascética y la mística de la realidad. Somos descendientes, tenemos calles y casas como las antiguas ciudades de Mesopotamia, como las antiguas ciudades griegas, como las romanas y su imperio, como tantas interpretaciones del mundo han ido pasando por estos lares y viñares y olivares y trigales…
Toda ciudad medieval, tenia murallas, y tenía alcázar/Alcazar que es en definitiva una ciudadela o un castillo dentro del interior de un grupo de habitabilidad. También nuestra ciudad y lugar tuvo Alcázar… que ha quedado un resto de puerta, que en estos meses últimos se ha ido adecentando siguiendo las estéticas internacionales… todo lleno de suelo de piedra, rodeado de algunos jardines… A semejanza como nosotros olvidamos, adrede o no adrede, realidades del pasado, las ciudades son corazones que recuerdan y olvidan. Pasan generaciones, se van construyendo laberintos y piedras en alto, y, también historias y recuerdos y teatros de palabras y personas que con sus corazones y almas lo van habitando. Pero también se van olvidando, se destruyen los ladrillos y los cimientos, y se destruyen los papeles y los archivos y van durmiéndose los sueños de seres que en diez o treinta o cien años, recorrieron estos silencios y ruidos de orquestas y sinfonías de las calles. Que tuvieron un lugar o papel social o cultural o biográfico o familiar, y, después, ni sus tataranietos se acuerdan de sus nombres. Olvidamos porque olvidamos, olvidamos porque no podemos retener tanto, también porque deseamos olvidar… A unos les echamos fotografía para recordar, a otros no queremos hacerles la fotografía para no recordarlos… No solo existen censuras de los Estados y de los poderes, sino también del pueblo con el pueblo, de y de…
Los habitantes y viajeros y turistas y residentes y nacidos y habitadores necesitamos la energía, que llamamos alimentos y platos y cazuelas. Nadie que venga una mañana o un día o una semana debe dejar de mirar en la sinfonía de gustos y sabores: pisto manchego, gachas manchegas, caldereta de cordero, asadillo manchego, migas manchegas o migas del pastor, duelos y quebrantos, tojunto, tiznao, mojete manchego, berenjenas de Almagro, ropa vieja, sopas vueltas, ensalada de limón, pan de Calatrava, tortas de Alcazar, bizcocho manchego, bollos de aceite, mantecados, flores manchegas, y tortilla manchega que será un producto que la Academia Gastronómica de la Mancha podría hacer un concurso para definir, para inventar, para diseñar, porque al final, también se pueden inventar comidas. Y, esta última no existente o si existente la propongo… porque el presente siempre es mirar el pasado pero inventar el futuro… (Si existe una tortilla manchega, que se autotitula de algunas maneras, tortilla de patatas en caldo, tortilla con patatas y huevos con láminas de queso, tortilla manchega con lo tradicional más trozos de chorizo, tortilla sin huevo con patatas y ajo mulero…).
Si expongo todos estos platos, que todos los que habitamos conocemos y reconocemos, a enteras y a medias, es para que seamos conscientes, que tenemos que recorrer piedras pero también sabores. Nosotros a nosotros mismos, tenemos que estimarnos también en los vegetales y carnes y dulces, que han ido recorriendo estos lugares, quizás desde siglos o milenios. Porque siempre queda algo de lo antiguo, quién sabe de dónde y de cómo que se ha ido transformando…
¡Cuándo llegará el tiempo que en la Mancha, nos estimemos y queramos y amemos más a nosotros mismos, como individuos y como colectivos, cuándo llegará…! ¡Otro día seguiremos con otras historias…!