La pijotada, alude no a la bandeja del pescado servido y conocido como pijota, suerte de merluza menor que a veces se presenta enroscada, sino a la afirmación de carácter obvio y evidente.
También a la otra afirmación de carácter chocante y molesto, como lo es la carajotada.
¡Menuda carajotada!, decimos asombrados o fastidiados.
Cuando aquí la conexión de pijotada con carajotada procede de que los étimos de ambas expresiones –pijo y carajo– son formas de designar el órgano sexual masculino.
También por pijotadas entendemos la cosa insignificante y despreciable.
Además de lo dicho o hecho inoportuno, impertinente o molesto.
Incluso, aceptamos con ello la acción o dicho propio de una persona pija.
Y eso daría para otra deriva lingüística.
La otra dimensión de pijotada se aproximaría a la usual expresión de una acción desmedida o desproporcionada, como ocurre con quijotada o jaimitada.
Dejando al Quijote y a Jaimito –por diversas razones no coincidentes– como personajes distraídos o demediados.
La proximidad de la pijotada con pijotero –persona molesta o fastidiosa–, lo es más aún con la voz pijo.
Que da cuenta de una persona ostentosa, presumida o pije –como dicen en Chile a la persona presumida y un poco tonta–.
Expresión que, de un tiempo a esta parte, ha crecido y ha adoptado diferentes mantos y pelajes.
Desde el lejano Pijoaparte, de la novelística de Juan Marsé y sus Últimas tardes con Teresa, –que describe al charnego desclasado y ávido por conectar con la burguesía autóctona catalana– al más reciente desvelado por la periodista Luz Sánchez Mellado de Pijo discontinuo, que deja ver que uno o una, puede ser pijo a intervalos.
Que no deja de ser un imposible.
La energía, como el pijo, es continua.
Otra cosa será la alternancia de la corriente eléctrica, que esta si acepta divisorias.
Por más que haya quien –como el blog Infinita espiral– exprese ciertas alternancia. Así: los pijos adolescentes de los años 70 no se parecen en nada a los de los 90 ni estos guardan similitud con los pijos del nuevo milenio que hoy pululan por los Starbucks.
Lo que queda claro por parte de la RAE es la designación de pijo como adjetivo despectivo, por más que cuente con un eco sordo de cierta admiración.
Y así la definición sería: Dicho de una persona que, en su vestuario, modales, lenguaje, etc., manifiesta afectadamente gustos propios de una clase social adinerada.
De igual forma que otras agregaciones a la voz primaria pijo, quieren establecer un contrasentido o un conflicto.
Como ocurriera con el Pijo-ácrata, así definido por Rafel Hernando, portavoz que fuera del PP en el Congreso de los Diputados.
Sin saber por dónde iban los tiros de esa suerte de acracia moldeada en pasta gansa.
Así ocurre, por demás, con el Pijo-progre, que da cuenta de una variedad de población ubicable en el pijerío pero que cuentan con derivas de formato progresista.
Y esta variedad poblacional–por raro que pueda parecer– se vincularía con la anteriormente llamada Gauche-divine, Gauche-champagne o Gauche-caviar.
Y que aquí en tiempos de Solchaga –“España es el país del mundo, donde es más fácil hacerse rico”– se les llamaba Beautiful people.
De la misma manera que el Pijo-progre, es la contraparte de los Cayetanos –en alusión a la política y aristócrata Cayetana Álvarez de Toledo– que sería un Pijo-conservador o un Pijo por antonomasia.
Otras alusiones han acuñado la voz de Pija-rebelde, como hace la ¿cantante? y ¿actriz? Leticia Sabater.
Que sabe de qué pie cojea el pijo y la pija.
Otras variantes permiten ver la vocación de totalidad del universo Pijo, cuando se afirma de alguien o ese alguien se afirma de sí mismo o de sí misma, que es una Pija-beata –como cuenta Tamara Falcó de sí misma–, que utiliza las misas del Gallo, para reconciliaciones amorosas.
También, en el otro lado contamos con otro tipo de especímenes como el Pijo-hippy.
Variedad que une los aires contraculturales del hipismo con la formalidad acomodaticia del pijerío.
Y es que cuando falla el nombre, hay que poner apellidos.
Aunque sean apellidos desmembrados.
