Hombre y humanidad

Jesús Millán Muñoz.- En casi todos los tratados ascéticos y morales y psicológicos se distingue, con todas las controversias, lo humano como hombre animal y lo humano como animal racional y moral. 

Puede que esta clasificación sea muy controvertida y sea muy polémica, pero desde la antigüedad, con distintos fundamentos y parámetros y líneas de desarrollo teórico y conceptual, se distingue, estos hechos. 

Todos somos humanos, todos, y, todos somos todos, tenemos los Derechos Universales Humanos o Derechos Humanos. Todo ser humano, sea cual sea su color de piel o de cerebro o de alma. Todos, todos somos inviolables en nuestros derechos esenciales y fundamentales y humanos. Todos por el hecho de nacer, solo por ese don o realidad o naturaleza somos seres humanos, y, nadie puede quitarnos, ni nosotros mismos a nosotros mismos, un ápice de ninguno de esos derechos… 

Pero las filosofías y morales del mundo occidental, especialmente, las cristianas, indican, que ciertamente todos somos hombres y todos tenemos esos derechos humanos universales, y todos somos todos. Pero que el hombre tiene una naturaleza adánica o natural, somos animales, somos animales que a nosotros mismos nos tenemos que humanizar, racionalizar. Esa distinción, aristotélica, somos animales racionales, somos animales racionales con alma-espíritu, en la tradición cristiana y monoteísta occidental. 

Por lo cual, todo ser humano, hombre o mujer, tiene una función o finalidad en el mundo, entre otras, tiene que irse perfeccionándose moral y psicológica y espiritualmente, tiene que irlo haciendo poco a poco. Que la humanidad vaya entrando más y más en su corazón, en su carne, en su mente, en su conciencia y en su alma… Todo hombre no puede hacer lo que quiera consigo mismo, ni puede hacer lo que quiera con otro ser humano… Eso es la civilización y la gran cultura, es la humanización de la misma humanidad, es la humanización de cada ser humano, es ese esfuerzo, ese enorme maratón de cada día o mes o años, ser más humano, más moral, más ético, más perfecto moralmente –independiente de la clase social a la que se pertenezca, de la cultura que se tenga, del poder político o económico o religioso o…-. 

La gran articulista Rosa Belmonte, nos cuenta o narra, en una columna del diez de diciembre del 2022 publicada en la Agencia Colpisa, titulada La Broma, hechos que se nos llenan de pena el aliento, que se nos resquebraja la garganta de la mente y de la psique y de la creencia en la esperanza y en el sentido común y en la racionalidad y la prudencia, y, en el amor-amar mínimo hacia uno mismo y hacia los demás, aunque esos sean desconocidos para nosotros… 

Llevamos milenios, decenas de milenios, posiblemente, preguntándonos sobre el problema del bien y del mal, aquí en Occidente lo simbolizamos con Adán y Eva y la serpiente, y con Caín y Abel… Pero llevamos casi noventa años, aquí en Europa, haciéndonos enormes preguntas, a la luz y las tinieblas de los acontecimientos que en Europa, en Eurasia han sucedido, una década u otra, bajo una bandera o bajo otra, y, esto en gran parte de Eurasia, en distintos momentos… ¿Cómo el mal, cómo la maldad, cómo…? 

A lo largo de estos siglos se han creado o inventado o diseñado o descubierto decenas de teorías o conceptos para la explicación de esta realidad, del bien y del mal. Por lo tanto, en un modesto artículo de ochocientas palabras, poco podríamos añadir. Pero si indicar una constatación, cualquier ser humano, tiene en su seno e interior, una capacidad enorme de hacer el bien y enorme de hacer el mal. Toda la vida, cada ser humano tiene que intentar crecer en el bien y desde el bien, e, ir disminuyendo el mal y los males… 

Esa es la gran asignatura de todo ser humano, de cada día, de cada momento, de cada minuto. Cada ser humano tiene que irse humanizando y no deshumanizando. Puede que un ser humano aparezca en el orden social, una persona ejemplar, pero puede ser que en su ámbito familiar, tenga enormes heridas, puede ser que alguien realice grandes discursos en el orden público, pero después, en orden privados, haya caído en alguno de los siete errores morales graves, sea lujuria, envidia, vanidad, soberbia, gula, pereza, ira-cólera… 

Cada hombre/mujer tiene que ir construyendo su estatua y estatura moral y ética y psicológica moral correcta y adecuada. Tiene que averiguar cual es el bien y el mal a nivel teórico y conceptual, segundo, aprender y aprehender los caminos de hacer el bien, aunque no haga grandes cosas, y alejarse del mal, aunque no tenga grandes tentaciones. Y, en tercer lugar, realizarlo, realizar el bien, y alejarse del mal, no caer en la tentación del mal… 

Cada hombre o cada mujer, aunque se crea sin importancia, tiene/n/tenemos una enorme capacidad de hacer el bien, y una enorme capacidad de hacer el mal. Pienso que el siglo veinte lo ha demostrado. Cada hombre o mujer, poniendo un simple café, lo puede hacer con agrado o con sonrisa o con alegría y con respeto, o hacerlo de forma contraria. Y, esto en cualquier actividad humana… 

Hacer el bien, aunque sea en cosas pequeñas y modestas, también en cosas pequeñas y modestas es esencial. Porque si hacemos un mal, otra persona tiene que defenderse de ese mal. O tiene que sufrir ese mal. Y, diríamos, las consecuencias del mal pueden ser más graves de lo que pensamos. Un mal grave por una persona, puede transmitirse a otras personas, de alguna manera o forma, puede condicionar a otras personas, a otras generaciones. No pondremos ejemplos… 

El hombre/mujer no nace hecho totalmente, no sabe el lenguaje, no sabe comer con cuchara, no sabe mil cosas. No sabe totalmente la correcta moral o quizás, si lo sabe si escuchara profundamente a su corazón o moral natural. Pero cada hombre tiene que hacerse cada día más humano. Es la asignatura de todos los días, hasta el último momento del respiro último… 

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