Paula Fernández.- Escribo estas líneas, consternada y horrorizada, justo cuando tres mujeres han sido asesinadas esta pasada madrugada, dos de ellas por sus parejas en Piedrabuena y en el Puerto de Santa María y una tercera por un hombre que ha confesado haber estrangulado a una mujer después de haber mantenido relaciones sexuales con ella.
Horrorizada porque se producen tres asesinatos en un mismo día después de que el pasado mes de diciembre se cerrara con 10 asesinatos más, que lo convirtieron en el mes más sangriento desde que se tienen registros de estos crímenes; 49 mujeres asesinadas en 2022 y 1182 mujeres asesinadas desde 2003, asesinadas simple y llanamente por ser mujeres.
Tenemos que denunciar alto y claro que todos estos asesinatos se producen sobre las mujeres por el hecho de ser mujeres, es violencia de género, y es la manifestación más extrema de la desigualdad entre hombres y mujeres , y no desaparecerá mientras no se consiga la igualdad real y efectiva entre ambos sexos.
El interés en confundir términos, hablando de violencia intrafamiliar o violencia doméstica en lugar de hablar de violencia de género no se debe a errores semánticos, sino a posicionamientos claramente ideológicos, resulta tremendamente peligroso que un partido político como VOX incida tanto en cuestionar el concepto de violencia de género y esté empeñado en hablar sólo de violencia intrafamiliar, una violencia que, como no podía ser de otra manera, está prevista en el Código Penal, tiene sus cauces procesales oportunos y no es, como a veces parecen defender la ultraderecha, una especie de agujero negro.
En consecuencia, estamos en un momento en el que no tendríamos que cuestionar el concepto de violencia de género si no fuera para ampliarlo y definirlo tal y como nos lo exige el Convenio de Estambul. Un Convenio que, recordemos, España ratificó en 2014 y que por tanto obliga, como cualquier otra norma de nuestro ordenamiento, a ciudadanos y poderes públicos
Sin embargo, a pesar de la ley, y de las políticas públicas desarrolladas posteriormente, los asesinatos machistas se siguen produciendo, las denuncias no dejan de crecer y, de manera alarmante, los más jóvenes se suman a prácticas machistas que alimentan la violencia. Lo cual nos pone en evidencia no tanto las carencias de la norma, sino la hondura de una desigualdad y de la cultura patriarcal que la genera.
Si realmente queremos acabar con esta lacra social necesitamos garantizar su rechazo social, no lo vamos a conseguir sólo desde el ámbito judicial y policial, las soluciones deberían venir de un momento anterior, de la educación en igualdad y de la inversión en prevención y concienciación social. “Sin pasividad social no sería posible la violencia de género«.
Tenemos un gran reto pendiente, la educación en igualdad, identificar los más leves actos de dominio que ejercen los agresores al principio, el conocimiento claro de que los celos y el control no son amor, y de que el amor sólo encaja en el respeto hacia la libertad del otro.
Y este reto nos concierne a todos y todas, educadores, gobiernos, medios de comunicación, publicistas, porque no se trata de un problema puntual, que afecta a un pequeñísimo número de hombres desquiciados, es asombroso que la mayoría de los hombres piense que el problema de las agresiones machistas no tiene nada que ver con ellos (ya que ellos mismos no son agresores), mientras que la mayoría de las mujeres es perfectamente consciente de que se trata de algo que las concierne a todas, agredidas o no.
Extraño que más hombres no se sientan implicados en el problema, cuando está claro que la propensión a la violencia y la actitud de posesión de la mujer no responden solo a una franja de edad. No se trata, en su mayoría, de casos protagonizados por hombres de 70 u 80 años que crecieron en una época en la que la impunidad era total, sino que en la actualidad la edad media de los agresores no supera en buena parte los 50 años y a veces, incluso, se trata de casi adolescentes.
La repugnancia que sienten los hombres ante la generalización es evidente: yo soy un individuo, no un género, proclaman. Cierto, pero está claro que las mujeres padecen la violencia y que los hombres la practican. Las mujeres sufren el problema, pero son los hombres quienes lo tienen. Son los hombres quienes deben asumir la responsabilidad en la prevención de la violencia contra la mujer. Son los hombres los que deben poner en marcha programas y actividades que se centren en cómo detectar y tratar a los hombres violentos que practican la violencia contra las mujeres o que pueden llegar a hacerlo. Obviamente, es una minoría de hombres la que golpea y asesina a mujeres (una minoría significativa), pero son todos los hombres los que pueden influir en la cultura y en el ambiente que permite a esos hombres ser perpetradores.
Las campañas de publicidad, además de animar a las mujeres a tomar sus propias decisiones y a denunciar cualquier agresión machista, deberían ir dirigidas a los hombres y protagonizadas quizás por aquellos que tienen influencia sobre ellos, especialmente sobre los jóvenes (famosos deportistas, músicos, influencers, políticos, hombres de negocios, artistas, escritores, dibujantes), que les hablen y les dirijan hacia programas donde aprendan a controlar su violencia.
Voy a terminar, como decía más arriba, sólo terminaremos con esta lacra social si como sociedad somos capaces de trasmitir nuestro más profundo rechazo, no sólo con los minutos de silencio después de cada crimen, sino demostrando que este tipo de conductas no tienen cabida en nuestra sociedad.
Paula Fernández